domingo, 26 de octubre de 2014

Un tren llega a la estación




Rápido, rápido, no vaya a ser que perdamos el tren. 

De repente, todos se ponen en movimiento. Muchas personas tienen que trasladarse a las ciudades para trabajar; otras emprenden expediciones científicas, artísticas, militares… En 1835 se publica en Londres The Tourist in Spain and Morocco, de David Roberts; un año más tarde, en 1836, Stendhal populariza el término, con sus Memorias de un turista.

George Cruikshank, Le départ du Diligence, 1818

La fiebre del viaje se expande, ayudada por los cambios producidos en las comunicaciones. El establecimiento de servicios regulares, primero de diligencias y, después, del ferrocarril, potencia enormemente la movilidad de la población. 

Jenaro Pérez Villaamil, Inauguración del ferrocarril a Langreo, 1852

Nos movemos. Al principio, nos asusta un poco la vertiginosa velocidad que alcanzan los trenes. ¡Los médicos advierten que los viajeros pueden morir si se superan los treinta y dos kilómetros por hora! 

Henry Thomas Alken, A View in Regent's Park in 1831


El tren amplía la base social de los viajeros y proporciona nuevos motivos iconográficos relacionados con los trenes y las estaciones. 

El tren de la Guaira, Venezuela

Euston Station, 1837

El viaje en tren incide en una nueva percepción del tiempo, el espacio, la velocidad y el movimiento, muy próxima a la aportada por algunos espectáculos ópticos y, más tarde, por el cine. El pasajero contempla, enmarcado en su ventanilla, el desfile de pueblos, campos… Un paisaje atomizado, discontinuo, fragmentado por la velocidad. Las imágenes se multiplican, no cesan de cambiar. 

George Estall, Study of an unknown woman in a train car

Edward Stanley escribe en 1830, a propósito de la inauguración del ferrocarril entre Liverpool y Manchester: “Las largas líneas ininterrumpidas de espectadores parecían deslizarse en la distancia, como figuras pintadas arrastradas velozmente a través de los tubos de una linterna mágica”.



Añade que, en el movimiento del tren, “hay una ilusión óptica que vale la pena mencionar. Un espectador que observa cómo se aproximan, cuando van a su máxima velocidad, apenas puede despojarse de la idea de que, más que moviéndose, están agrandándose y aumentando de tamaño. No sé cómo explicar mejor lo que quiero decir, si no es refiriéndome al agrandamiento de los objetos en una fantasmagoría”.



Isaac Shaw Junior, Opening of the Liverpool & Manchester Railway, 15 September 1830, 1831

No es casual, por lo tanto, que el tema del tren, emblema de la modernidad, del progreso industrial y del dinamismo, ocupe un lugar importante en los entretenimientos visuales y en la pintura de la época, ni que la llegada de un tren a la estación sea una de las primeras proyecciones cinematográficas realizadas por los hermanos Lumière.

Auguste y Louis Lumière, L'Arrivée d'un train à La Ciotat, 1895


Muy próximos a los trenes y al cine se hallan, sobre todo, los panoramas móviles, en los que es habitual que el decorado evoque un vagón de ferrocarril e, incluso, que los espectadores se sitúen en vagones auténticos, como sucede en el Panorama del Transiberiano, presentado en 1900 en la Exposición Universal de París.
 
Panorama del Transiberiano, 1900

Lo mismo sucede con las proyecciones cinematográficas ante espectadores ubicados en trenes, enmarcados en los llamados Hale’s Tours, ideados por William Keefe para la Exposición Universal de St. Louis en 1904. Este tipo de exhibiciones, prefigurada por los panoramas móviles, dará lugar al railroad movie, basado en la filmación desde trenes auténticos.

Hale’s Tours, 1904


11 comentarios:

  1. El texto de Edward Stanley se publicó en el Blackwood's Magazine en noviembre de 1830. Lo cita Francis D. Klingender en Art and Industrial Revolution (1947). Existe traducción española: Arte y revolución industrial, Madrid, Ediciones Cátedra, 1983.

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  2. El ferrocarril fascina. Capta la atención de todos. Creo que sigue siendo así. De niños, todos hemos querido viajar en tren, hemos tenido ganas de ver cómo el paisaje iba moviéndose a nuestro paso, cómo el tren iba engullendo kilómetros de vía y las montañas, los campanarios, los árboles... iban aumentando o disminuyendo de tamaño. Lo indicas con claridad en la entrada.
    También nos hablas del embeleso de la velocidad o del pavor que podía transmitir. Uno podía morir circulando a más de treinta y dos kilómetros por hora. Vértigo, náuseas, mareos y escalofríos.
    El mundo cambió con esas sendas de hierro. El progreso y la competitividad de un país se podía medir por la longitud de sus carriles y vías. Y entronizaron aquí a la Isabelita y nos las hizo más anchas, para que no nos hurtasen los jamones.
    Con todos esos antecedentes y el humo que desprendían esas máquinas, cómo un niño no iba a quedarse cautivado. Y un adulto. Qué narices. Yo habría sido espectador asiduo de Hale's Tours. Incluso hoy, viajando en tren, intento ver cómo la máquina se desliza sobre la vía, cómo la traga y cómo la abandona. Y ya no soy un niño.
    Malditos son los que mancillan esa atracción. Las estaciones son para que los ojos infantiles se sigan abriendo como discos de larga duración.
    Queda un tema por tratar: los romances populares sobre el tren. No hay que olvidarlos.

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    1. Adelante con los romances sobre el tren, Daniel. Somos todo oído y ojos.

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  3. ¡¡Ohhhh, aún recuerdo la ilusión que me hizo viajar en el Ave hasta Sevilla!!!. Los trenes siempre me han gustado y a día de hoy es uno de mis medios favoritos para viajar.
    Son todo un mundo en muchos aspectos. En el arte son muy utlizados porque forman parte del paisaje, son vistosos y un punto móvil para ver el mundo, pero en el cine y literatura son lugares para conocer gente, para urdir planes, para matarrrrrr.
    Y ¿quién no ha tenido miedo en el tren de la bruja?. Son un mundo dentro de un mundo más grande e ideales para cualquier tipo de espectáculo móvil y que después pasó a los autos. Sus diferencias externas son grandes, pero en esencia son iguales: permiten ver correr el mundo cuando lo que corren son las máquinas
    GRACIAS Carmen, me ha gustato mucho este tema.

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    1. Tengo una pregunta especial para ti, Harry: ¿por qué el tren es romántico y el avión no? Aclaro: el avión, al margen de las historias de los pioneros de la aviación y de las historias bélicas, carece del romanticismo que impregna al tren, las estaciones ferroviarias... Por eso digo que el avión no es romántico (o aún no lo es). ¿Qué opinas?

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  4. Que no te falta razón.
    No sabría decirte por que, pero para mi (y el avión también me gusta), el tren, por muy rápido que vaya, te permite ver pasar los lugares. Te permite percibir escenas que en el avión, salvo que sea avioneta, no te deja. Puedes ver las nubes, las ciudades cuando se acerca el despegue; poco más.
    En el tren te sientas a ver pasar el mundo y puedes mirar sin más, rememorar cosas que te recuerda lo que ves y que para mi tiene de romántico, en cuanto a imbuirte del paisaje.

    Pero no me hagas mucho caso. Es una opinión subjetiva. Supongo que cada cual tendrá su opinión.

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    1. Para mí, el viaje empieza en el tren: ¡suceden muchísimas cosas durante el trayecto! Cuando viajas en avión, me da la impresión de que la aventura no empieza hasta que abandonas el aeropuerto de llegada. Pero, en realidad, sigo dándole vueltas a la escasa presencia de aviones en el arte. Los hay, por supuesto que los hay, pero no son tan numerosos como los trenes.

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  5. El tren tiene un encanto especial, no sólo nos transporta físicamente sino que también transporta nuestra mente..
    Recuerdo una escena de pequeña (lástima que en ese tiempo mi familia no tenia cámara fotográfica) que estaba esperando el tren en la estación de Carcaixent...la veo en mi mente como si fuera hoy.. cogida de la mano de mi madre a la espera.. y por fin aviste esa máquina grandiosa lanzando esas nubes vaporosas.. sentía para mi fue sobrecogedor..

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    1. Exacto, Suni, muy bien expresado: no solo nos transporta físicamente, sino que también transporta nuestra mente.
      Te imagino, de niña, tan embelesada como la pequeña que aparece en el cuadro de Manet "El tren".

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  6. La Gare Saint-Lazare de Monet... cada vez que contemplo ese cuadro me parece que puedo oler el humo

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    1. Te entiendo, Anabelee. Y, si nos descuidamos, puede entrarnos carbonilla en los ojos y hacernos llorar. Es una serie magnífica.

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