domingo, 29 de septiembre de 2019

Little Nemo: la arquitectura desde la cama




Xavier de Maistre nos habla, en su Viaje alrededor de mi habitación (1794), de los placeres de viajar sin moverse del sillón. Si el sillón no satisface plenamente nuestra holgazanería, siempre podemos recurrir a la cama. Desde la suya viaja incesante e imaginariamente en tren Edgardo, uno de los personajes de Eloísa está debajo de un almendro, de Enrique Jardiel Poncela. Es, también, lo que hace el pequeño Nemo a través de sus sueños.


Winsor McCay, el “padre” de Nemo, procedía del mundo de la escenografía y el circo: las cabalgatas y los grandes espectáculos que decoró dejaron su impronta en el mundo onírico –nunca mejor dicho- de Nemo, el pequeño soñador.

 
El pequeño Nemo nació el 15 de octubre de 1905 entre las páginas del New York Herald. Los sueños dibujados de Nemo se poblaron de ciudades fantásticas y, también, reales; los edificios cobraron vida y las viñetas adoptaron una extraordinaria flexibilidad, al ritmo de la imaginación de McCay. Es grande el interés que el artista presta a la arquitectura, pero lo que me interesa destacar aquí son sus divertidos juegos arquitectónicos.


Tanto los sueños como las deformaciones urbanas y la inclusión de figuras descomunales habían hecho ya aparición en obras anteriores de McCay, como Little Sammy Snezze y Dreams of the Rarebit Friend.





Las delirantes escenografías urbanas de McCay y sus sugerentes cambios de escala convierten Manhattan en un gigantesco cuarto de juegos para sus personajes, que trepan por los edificios, se encaraman a ellos y se permiten todo tipo de diversiones:




Podemos ver cómo, con toda facilidad, se monta y se desmonta una ciudad en la que se reúnen, en un peculiar “sueño del arquitecto”, monumentos de las más diversas procedencias y, eso sí, cómodamente portátiles:


  
En este espacio distorsionado y mutante, a las casas, como a las camas desde donde se sueñan, les da por hacer cosas extrañas:




En ocasiones, alzan el vuelo:




El espacio está vivo, se retuerce sobre sí mismo y da lugar a insólitas perspectivas que anuncian los mundos de Escher:



Hay que tener cuidado con los elementos arquitectónicos porque, como vemos, además de cambiar de forma y de orientación, crecen y menguan a voluntad. Las escaleras, por ejemplo, como siempre hemos sabido, no son de fiar:



En el mundo de los sueños, una puerta se convierte con toda facilidad en escalera, los palacios pueden ser de hielo y las ciudades se destruyen con la misma alegría con que fueron creadas.




En 1914, McCay rodó uno de los primeros cortometrajes animados, Gertie el dinosaurio. Gertie, nacido en principio como parte de uno de sus espectáculos de vodevil, debía haber protagonizado una segunda película en 1921, que no llegó a realizarse. Es una lástima, porque en ella habríamos visto cómo el dinosaurio daba brincos sobre el puente de Brooklyn e intentaba zamparse el monumento a Washington. 

 

Hay algo en las fantasías de McCay, con sus proteicas vistas urbanas de acentuada verticalidad y sus visiones de Slumberland –próximas, por otra parte, a la arquitectura de las exposiciones y, en particular, a la de la Exposición universal de Chicago de 1893- que me hace pensar en otro gran artista visionario: Hugh Ferriss.

Hugh Ferriss, Diseño arquitectónico, Avery Architectural and Fine Arts Library, Nueva York, 1939

Pero de Ferriss ya nos ocuparemos en otro momento. Ahora duerme, pequeño Nemo. Duerme y sueña.

Edouard Vuillard, En la cama

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Este texto fue publicado en The Cult, una revista digital que ya no existe. Lo recupero aquí.