viernes, 27 de febrero de 2015

Cuéntame un cuento


Arthur Rackman, 1920

¿A qué cuentos corresponden las siguientes imágenes?










Esta ya la conocéis:



Y ahora me voy, porque me persigue un bastón mágico:

 
***

Estas son las soluciones:

Blancanieves, de Jacob Karl Grimm y Wilhelm Grimm, ilustración de Benjamin König
La princesa y el guisante, de Hans Christian Andersen, ilustración de Edmund Dulac
El enano saltarín, de Jacob Karl Grimm y Wilhelm Grimm, ilustración de Edward Gorey
Caperucita Roja, de Charles Perrault, Jacob Karl Grimm y Wilhelm Grimm, ilustración de Gustaf Tenggren


Rapunzel, de Jacob Karl Grimm y Wilhelm Grimm, ilustración de Kevin Tong
Cenicienta, de Giambattista Basile, Charles Perrault, Jacob Karl Grimm y Wilhelm Grimm, ilustración de Harry Clarke

Pulgarcito, de Jacob Karl Grimm y Wilhelm Grimm, ilustración de Peter Newell
Peter Pan, de James Matthew Barrie, ilustración de John Hassall

Haensel y Gretel, de Jacob Karl Grimm y Wilhelm Grimm, ilustración de Benjamin König
La mesa, el asno y el bastón maravilloso, de Jacob Karl Grimm y Wilhelm Grimm, ilustración de Benjamin König

Lo que no habéis dicho aún es cuál es vuestro cuento favorito, pero es difícil elegir, ¿verdad?



miércoles, 25 de febrero de 2015

Thomas Jones, el hombre que pintaba paredes





Thomas Jones (1742-1803)

 
Creo que muchos de nosotros hemos visto en los muros, en las nubes, en el fuego, paisajes, batallas y seres vivos, como nos indicó Leonardo da Vinci. Otro día nos dedicaremos a mirar las nubes, pero hoy nos quedaremos de cara a la pared. No por estar castigados, sino porque, aunque las ensoñaciones que surgen de la contemplación de una pared son agradables, también lo es mirar la pared como pared. Una simple pared. Nada más y nada menos que una pared.


Thomas Jones, Tejados en Nápoles, detalle, Ashmolean Museum, Oxford, 1782

Eso es lo que hizo Thomas Jones, un artista galés nacido en 1743 y muerto en 1803. Jones, discípulo del paisajista Richard Wilson, pintó paisajes y también figura, pero, al llegar a Nápoles en 1782, se quedó mirando las paredes y los tejados. ¡Con todo lo que se puede mirar en Nápoles! Pero Jones hizo bien. Sus vistas napolitanas, sean bocetos o cuadros concluidos, atrapan nuestra mirada.  

Thomas Jones, Tejados en Nápoles, Ashmolean Museum, Oxford, 1782
Thomas Jones, Casas en Nápoles, British Museum, Londres, 1782

En algunas de estas obras, Jones nos ofrece, además de una vista del cielo, fragmentos de monumentos como Castel Nuovo o la Cappella Nuova:

Thomas Jones, Edificios de Nápoles con vista nordeste de Castel Nuovo, National Museum of Wales, Cardiff, 1782
Thomas Jones, La Capella Nuova al exterior de la Porta di Chiaia,  Tate Gallery, Londres, 1782

La ciudad, sus edificios y las cúpulas de las iglesias comparten el espacio del lienzo con los muros desconchados y las deterioradas ventanas de las casas.

Thomas Jones, Casas en Nápoles, National Museum of Wales, Cardiff, 1782

Los edificios son representados, en algunos casos, en el marco de un paisaje trazado, en su conjunto, de un modo muy lineal:

Thomas Jones, Casas en Nápoles sobre un acantilado, Tate Gallery, Londres, 1782
Thomas Jones, Vista de la Cartuja de San Martino con el Castillo de Sant’Elmo, colección privada, 1782

Las ruinas de Nápoles y la famosa gruta de Posilipo, un túnel romano cuya construcción atribuye la leyenda al poeta Virgilio, son recogidos también por la paleta de Jones:

Thomas Jones, Ruinas de Nápoles, colección privada, 1782
Thomas Jones, Gruta de Posilipo, Nacional Gallery, Londres, 1782

Hay muchas formas de ver Nápoles: la de Thomas Jones resulta muy interesante. A mí, desde luego, me ha convencido de que, además de soñar con las imágenes prodigiosas que las manchas sugieren en las paredes, vale la pena observar la propia pared, la prodigiosa pared.

    

domingo, 22 de febrero de 2015

Egipto o el largo viaje




Egipto despertó el interés en la antigua Roma cuando, después de la batalla de Actium, en 31 a.C., pasó a formar parte del Imperio. Isis y Osiris se hicieron un hueco en el abigarrado panteón romano y un gran número de obeliscos llegaron por mar a la capital del imperio. Uno de ellos, enviado por el emperador Constancio, se alza en la actualidad en la plaza de San Giovanni, en el Laterano. Además de este, se conservan otros once obeliscos. Muy famoso fue, durante la Edad Media y el Renacimiento, el obelisco que Calígula hizo conducir a Roma e instalar en su circo, y que en 1585 Sixto V mandó trasladar a la plaza de San Pedro.


Traslado por mar del obelisco de Calígula, actualmente en el Vaticano

En el siglo XIII se manifiesta un temprano interés por Egipto: Fra Pasquale talla en 1286 la Esfinge que se conserva en el Museo Comunale de Viterbo y, a finales de siglo, las pirámides irrumpen en los mosaicos de San Marcos, en Venecia. Ya hacia 1300, algunos monumentos funerarios de Bolonia acogen entre sus formas la pirámide.

Historia de José, mosaicos de San Marcos, Venecia, siglo XIII

Los jeroglíficos, que ya habían llamado la atención de los estudiosos a través del Physiologus, tan popular durante la Edad Media, acaban fundiéndose con las alegorías y símbolos renacentistas y con los emblemas barrocos. 

Physiologus, siglos II-IV
El atractivo que suscita Egipto resurge en el siglo XV, irradiando desde el círculo florentino de Marsilio Ficino. Leone Battista Alberti, Filarete, Francesco Colonna y otros autores se ocupan del arte egipcio en sus libros. 

Francesco Colonna, Hypnerotomachia Poliphili, 1467
El tema de Egipto se aborda en la pintura a través de temas bíblicos como el hallazgo de Moisés o la historia de José, así como con el asunto evangélico de la Huida a Egipto. Se trata, en cualquier caso, de un Egipto tan poco egipcio como el que vimos en la Perspectiva con el hallazgo de Moisés de Francisco Gutiérrez Cabello o el que nos muestra Jacopo Pontormo en una de sus obras, de aspecto un tanto onírico:


Jacopo Pontormo, José en Egipto, National Gallery, Londres, 1515-18

La idealización e incluso la invención de Egipto viene de antiguo, como podemos ver en este fresco pompeyano, procedente del templo de Isis:

Paisaje con lugar sagrado en Egipto, fresco del templo de Isis en Pompeya, Museo Arqueológico de Nápoles

En algunos cuadros del siglo XVII ambientados en Egipto se incluyen obeliscos, como seña de identidad:

Bartholomeus Breenbergh, El hallazgo de Moisés, colección particular, 1639


Nicolas Poussin, La sagrada familia en Egipto, The Hermitage, St. Petersburg, 1655-57
En la misma época, Bernini instala un obelisco egipcio sobre la escultura de un elefante en el llamado Pulcino della Minerva y otro, el de Domiciano, en la Fuente de los Cuatro Ríos.

Gian Lorenzo Bernini, Fuente los Cuatro Ríos, Roma, 1651

Gian Lorenzo Bernini, Pulcino della Minerva, Roma, 1667
El interés por Egipto se reaviva en el siglo XVIII. Ya a Mauro Antonio Tessi, un dibujante de estilo próximo al de los hermanos Galli Bibiena, le atrajo, en fechas muy tempranas, la arqueología egipcia. Giovanni Battista Piranesi mostró, asimismo, una gran atracción por los motivos egipcios, algunos de los cuales fueron recogidos en su obra Diverse maniere di adornare i camini, publicada en 1768.

Giovanni Battista Piranesi, Chimenea de estilo egipcio, Diverse maniere di adornare i camini, 1768

Todos estos elementos de origen egipcio formaron parte de muchos proyectos de arquitectos y escultores neoclásicos, donde figuraban motivos tan frecuentemente utilizados como las pirámides, los obeliscos, los propileos y las esfinges.

Antonio Canova, Cenotafio de María Cristina de Austria, iglesia de los Agustinos, Viena, 1798-1805

Egipto accede a la ópera con obras como Julio César en Egipto, de Andel (1724), El nacimiento de Osiris, de Rameau (1751), Osiris, de Neumann (1781) y, sobre todo, La flauta mágica, de Mozart (1791), con sus claras connotaciones masónicas, muy lógicas, por otra parte, ya que los masones sintieron una fuerte fascinación por Egipto. Rossini y Verdi recogerán el testigo con Moisés en Egipto (1818) y Aida (1871), respectivamente.

Karl Friedrich Schinkel, La flauta mágica, decorado, 1815

La expedición napoleónica a Egipto, en 1798, abrió la puerta a una verdadera invasión egipcia. Las obras publicadas con motivo de dicha expedición, tales como el Voyage dans la Basse et Haute Egypte, de Dominique Vivant Denon y Louis Cassar, publicada en 1802, o la voluminosa Description de l’Egypte, comenzada a publicar en 1809, proporcionaron modelos para la arquitectura, la decoración de interiores, el mobiliario, la escultura y la escenografía teatral. 

Jean-Léon Gérôme, Bonaparte ante la Esfinge, Hearst Castle San Simeon. California, 1868

El Recueil des décorations intérieures, de Percier y Fontaine, publicado en 1812, colaboró en la difusión de esta moda egipcia, tan característica del estilo Imperio, con su repertorio de pirámides, esfinges, obeliscos y capiteles en forma de loto. Libros ilustrados, como Monumenti dell’Egipto, de Rosellini, publicado entre 1832 y 1844, o Egypt and Nubia, de David Roberts, publicado a partir de 1846, suministraron una nutrida documentación gráfica para los artistas. También fueron utilizadas, como fuentes, obras de egiptólogos como Mariette o Champollion.

David Roberts, Colosos de Abu Simbel, 1846

Los espectáculos ópticos prestarán atención a Egipto a lo largo del siglo XIX. También lo hará otro tipo de entretenimientos populares. En 1858, por ejemplo, una auténtica momia egipcia viajó a Valencia para ser expuesta: se destacaba, en ese caso, el carácter científico de la muestra. Dos años después de la exhibición de dicha momia, Juan de Dios Rada y Delgado publicaba, en El Museo Universal, un artículo titulado Arquitectura egipcia: Egipto seguía siendo objeto de interés, pero era manifiesto ya el cambio de actitud hacia sus creaciones, distante ya del pintoresquismo inicial el punto de vista desde el que ahora se las consideraba.
En el siglo XX, el cine mantuvo la influencia del arte egipcio, a través de películas como Cleopatra, tanto en su versión de 1917, dirigida por Gordon Edwards, como, sobre todo, en la de Cecil B. de Mille, en 1934; las dos versiones de este director, en 1925 y 1956, de Los diez mandamientos, etc. Esta revitalización de la moda egipcia incidió en el importante componente egipcio presente en el art déco.

Cecil B. de Mille, Cleopatra, 1934