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Beato de Saint-Sever, detalle, Bibliothèque nationale de France, París,
1050-1070 c. |
No tengo nada
contra el cielo, faltaría más, pero la narración me cautiva. ¿Qué tendrá que
ver, os preguntaréis, relato y cielo? Vamos a verlo.
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Martirio de San Vicente, frontal
de Santa María de Liesa, Diputación Provincial de Huesca, tercer cuarto del
siglo XIII |
La pintura
románica se desarrolla sobre tabla, para decorar frontales de iglesias y pequeños retablos; en las miniaturas
y, como frescos murales, en las grandes superficies de piedra de las iglesias.
En todos los tipos de pintura hallamos un fuerte componente de abstracción, la
linealidad de las figuras que se superponen al fondo y la casi total ausencia
de paisaje.
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Los Reyes de Oriente, pintura sobre tabla:
frontal del altar de Mosoll, detalle, Museu Nacional d’Art de Catalunya,
Barcelona, 1200 c. |
Lo grande y lo pequeño se
relacionan, puesto que los lazos entre pintura mural y miniatura son estrechos,
aunque la segunda se dirija a personas letradas y la primera muestre un
carácter más popular y didáctico.
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Facundo (atribuido), Beato de Fernando I, detalle, Biblioteca
nacional, Madrid, 1047 c.
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Al entrar en la iglesia, nos
damos de bruces con el cielo. Bueno, no es que tropecemos con él ni nos golpee
el rostro, sino que lo vemos frente a nosotros, en el ábside. Lo que vemos, en
realidad, es su representación: una visión simbólica, lo invisible que se hace
visible a través de la belleza. El cielo al alcance, si no de la mano, sí de la
vista. Ahí, en el cascarón del ábside, todo es simetría. El centro está ocupado
por la mandorla o “almendra mística”, ese marco ovalado, derivado del clípeo
romano, que encierra al personaje sagrado. Digo bien: lo encierra, porque lo
sagrado es, a la vez, terrible, de modo que conviene confinarlo de algún modo.
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Pantocrátor,
Sant Climent de Taüll, Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona,1223
c. |
Los muros laterales son un
camino: nuestro camino. La mirada, y nosotros con ella, nos ponemos en
movimiento. Ya no nos sirve la relación estática con la arquitectura que
mantenía la Antigüedad:
hay que moverse, amigos. Hacia el cielo,
claro.
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Iglesia de los santos Julián y Basilisa, Bagüés,
pinturas en el Museo Diocesano de Jaca, 1080 |
Cuando el edificio dispone de
ellos, columnas y arquitrabes nos indican esa dirección longitudinal. La mirada
comienza a caminar con la arquitectura paleocristiana, echa a correr con la
bizantina y, llegado el románico, avanza majestuosa por el interior de este
cuerpo maduro del edificio, regido por la geometría.
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Iglesia de Santa María
de Taüll, 1123 |
“Vamos, vamos, al cielo”, nos
espolean los elementos arquitectónicos y los ornamentales. Nosotros nos hacemos
los remolones: “un momento, que no corre prisa: dejadnos escuchar la historia
que cuentan los muros”. Ahí está: hemos llegado al relato y, ya vamos
conociéndonos, nada nos gusta más que el que nos cuenten historias.
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Frontal de San Esteban
de Guils, detalle, Museo del Prado, Madrid, 1220-1250 c. |
Los muros laterales acogen la
narración. Ya no se trata del espacio simbólico del ábside, sino de los
episodios de una historia que se desarrolla en la superficie rectangular del
muro.
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Milagro de San Clemente, Basílica inferior de San Clemente,
Roma, siglo XI c. |
El Milagro de San Clemente es
muy famoso por la inscripción que, como si se tratase de un precedente del
tebeo, desarrolla un diálogo entre los personajes. Es muy interesante porque ya
se aproxima al italiano. El diálogo, resumido, es este: “Falite dereto co lo
palo” (“Empujad recto el poste”); “Fili de le pute traite” (“¡Tirad, hijos de
puta!”).
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Milagro de San Clemente, Basílica inferior de San Clemente,
inscripciones, Roma, siglo XI c. |
En la iglesia de los santos Julián y Basilisa de Bagüés se nos cuenta la
historia de la humanidad. El relato se desarrolla en espiral, desde la creación
de Adán, en el muro sur, hasta finalizar en el ábside con la Crucifixión y la Ascensión.
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Iglesia de los santos Julián y Basilisa de Bagüés, siglo XII |
Aunque la
pintura incorpora elementos arquitectónicos y se aprecia una escueta sugerencia
paisajística -por ejemplo, en las briznas de hierba que crecen en las franjas
marrones y ocres que representan el suelo-, son las figuras las que, con su
distribución y movimientos, crean el espacio.
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Iglesia de los santos Julián y Basilisa de Bagüés |
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Iglesia de los santos Julián y Basilisa de Bagüés |
En Bagüés se advierte la confluencia de diversas
huellas: entre ellas, la de los frescos de la abadía francesa de
Saint-Savin-sur-Gartempe y el Códice de Santa Radegunda de Poitiers.
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Saint-Savin-sur-Gartempe, siglos XI-XII |
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Códice de Santa Radegunda de Poitiers, Bibliothèque
municipale de Poitiers, siglo XI |
También hay ecos de obras más antiguas, como las
biblias carolingias de la abadía de Saint-Martin de Tours:
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Historia de Adán y Eva, Biblia
de Moutier-Grandval, abadía de Saint-Martin de Tours (atr.), 830-840 c. |
Las figuras
muestran una enorme expresividad en sus movimientos:
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La matanza de los inocentes, Iglesia de los santos Julián y Basilisa
de Bagüés |
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La matanza de los inocentes, Iglesia de los santos Julián y Basilisa
de Bagüés |
Fijaos en
estos dos detalles:
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La matanza de los inocentes,
detalle, Iglesia de los santos Julián
y Basilisa de Bagüés |
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El prendimiento, detalle, Iglesia de los
santos Julián y Basilisa de Bagüés |
¿Veis la
superposición de cabezas, cuerpos, brazos? Hay otros ejemplos en la misma
iglesia de Bagüés:
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Iglesia de los santos Julián y Basilisa de Bagüés |
Esta
superposición, que en algún caso, como el del Prendimiento, introduce un gran
efecto de dinamismo, casi como un sorprendente efecto futurista, se debe un
método de representación perspectiva heredado de la antigüedad tardía y
transmitido a través del arte mozárabe. Las figuras se superponen para indicar
su disposición en profundidad.
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Magius, Beato Morgan, Pierpont Morgan Library,
Nueva York, 922-958 c. |
El recurso de
disponer las figuras en una gradación de hileras superpuestas, para sugerir la
profundidad, se aplica también a la escultura. Aunque podamos pensar que cada
fila se halla a diferente altura, como si los personajes se situasen en gradas
de progresiva elevación, lo que el
artista nos quiere dar a entender es que unas figuras se hallan detrás de
otras. Podemos verlo en varios de los magníficos relieves del claustro bajo de
Santo Domingo de Silos:
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La Ascensión y Pentecostés, Santo Domingo
de Silos, siglos XI-XII |
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La incredulidad de Santo Tomás, Santo
Domingo de Silos, siglos XI-XII |
Nos alcanza y
nos hiere la belleza de estos relatos con los que los artistas quisieron
educarnos y cautivarnos a través del dibujo, los colores, la piedra. No tenemos
prisa en llegar al cielo que se nos ofrece en el ábside del templo, por hermoso
que sea, cuando la narración nos atrapa. ¡Seguid contándonos vuestras
historias, artistas!
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Anuncio a los pastores, Panteón
real, San Isidoro de León, 1124-1170 c. |