sábado, 30 de enero de 2016

Horas de puro amor y de espanto




Os cuento una cosa: disfruto mucho cuando escribo. Es más, sin escribir y, por supuesto, sin leer, creo que no podría ser: no, hace mucho que no sería. Pero, ay, una cosa es escribir y otra, muy distinta, sacar a la luz lo que has escrito, echarlo al mundo, darle una palmadita en la espalda y decir: anda, apáñatelas como puedas. En esos momentos, se adueña de mí una inseguridad tremenda. Me ocurre cada semana, cuando nos vemos aquí, y también cada vez que se publica un artículo mío, un relato, un libro. De eso se trata ahora: de un libro. Este libro.




Acaba de publicarlo Punto de Vista Editores, una editorial joven, viva, con unos títulos y unos autores buenos de verdad entre los que, con enorme generosidad, me han hecho un hueco. José Luis Ibáñez Salas, autor, editor, amigo, no sé cómo agradecer tu confianza. Ni a ti, ni a la editorial Punto de Vista, ni a los compañeros, grandes compañeros, de catálogo, ni a  Esther Cross, espléndida escritora que, con su prólogo, ha escrito las mejores páginas de este libro. Solo puedo deciros esta palabra que me gusta tanto, que me estalla en los labios como una sonrisa, una palabra sin la cual no sabría andar por la vida: gracias.


Paul Klee, El comienzo de una sonrisa, 1921


Esta obra trata sobre la arquitectura y sobre el miedo: cómo, en la literatura, en el cine, en el arte, la arquitectura crea los ambientes que acogen el terror y se convierte, incluso, en protagonista de la narración. 
 

Ludwig Meidner, La casa de la esquina. Villa Kochmann, 1913

Esta es una historia que me ha acompañado durante muchos años, una investigación que llegamos a plantearnos plasmar en una exposición y que ahora nace, por fin, como libro. Una historia de sombras, de escaleras, de claustros, de puertas, de casas como las nuestras, donde habitamos creyéndonos a salvo: una historia, como cuento en las últimas páginas, haciendo mías las palabras de Gaston Leroux, de puro amor y de espanto.


Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925


Anne Bachelier, El fantasma de la Ópera, 2009

De puro amor, sí. Porque el terror que más nos hiere el alma es el que nos habla de esos amores imposibles, monstruosos, ese querer que no halla cabida en este pobre mundo nuestro. Un amor de garras, dientes, de distancias y ausencias, de cuerpos que se transforman, de partidas y retornos, de realidades, sueños y pesadillas que se solapan entre sí, de animales que aúllan a la luz de la luna. El amor, ya sabéis. El espanto.


Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, King Kong, 1933

Jacques Tourneur, La mujer pantera, 1942

Jacques Tourneur, La mujer pantera, 1942

Para que os hagáis una idea de lo que podéis encontrar en esta obra, os cuento que se divide en tres partes. En la primera de ellas, recorremos los lugares donde habita el miedo: aquellos, como los castillos, que forman parte del reino de este mundo, y los que, como las iglesias, los claustros, las abadías y otros edificios religiosos, son compartidos, en ocasiones, por cielos y por infiernos.

Víctor Hugo, Castillo

Ernst Ferdinand Oehme, Catedral en invierno
Visitamos también las moradas del dolor, manicomios, hospitales y prisiones, así como los laboratorios, los teatros anatómicos, los museos de cera: espacios donde las almas y los cuerpos sufren; lugares de castigo, de reclusión y, en algunos casos, de aprendizaje y experimentación, allá donde la razón, dormida o despierta, a veces urde sus propias y aterradoras pesadillas.

Francisco de Goya, Una escena de la prisión, 1808-14 c.

Francisco de Goya, Corral de locos, 1794

Mark Robson, Bedlam, 1946
Vincent Van Gogh, El hospital de Arlés, 1889

James Whale, La novia de Frankenstein, 1935

Cuando logramos escapar del encierro, salimos a callejear por la ciudad de los vivos y también por la de los muertos. Son ciudades reales las que recorremos, o ciudades fantásticas o meramente ruinas: ciudades que fueron o serán, o que nunca existieron. Ciudades para la soledad, para la inquietud, el miedo. Es inevitable que volvamos una y otra vez el rostro para descubrir a quién pertenecen esos pasos que oímos a nuestra espalda.


Jacques Tourneur, La mujer pantera, 1942

 Robert Florey, El doble asesinato en la calle Morgue, 1932

Paul Weneger, El Golem, 1920

Víctor Hugo, Ciudad

La destrucción o el olvido habitan también estos ámbitos de donde, se supone, jamas se debería retornar, aunque esto no siempre se cumple. Porque, a veces, alguien vuelve.

John Martin, Pandemonium, 1841

Ludwig Meidner, Ciudad incendiada, 1913

Ludwig Meidner, Paisaje apocalíptico, 1913

Arnold Böcklin, Tumba, 1880 c.

Es hora de regresar a casa, ¿no os parece? En esta segunda parte del libro, nos refugiamos en nuestras viviendas, esas que nos parecen tan seguras, tan a salvo de la compañía de los fantasmas y de las acechanzas del terror.


Monica Dixon, Paisaje
¿Tan seguras son nuestras casas, de verdad? Si es así, ¿por qué nos asomamos a las ventanas con tanta inquietud, por qué vigilamos los extraños movimientos de las puertas, subimos y bajamos por las escaleras como si nos persiguiesen, avanzamos, recelosos, por los pasillos e intentamos, frente a la chimenea, atemperar este frío que, de pronto, nos invade? ¿Acaso no nos hallamos en nuestro hogar, donde nada malo nos puede suceder?

Jacques Tourneur, La mujer pantera, 1942

Jean Cocteau, La bella  y la bestia, 1946

Edgar Neville, La torre de los siete jorobados, 1946

Mario Bava, La máscara del demonio, 1960

Al final, rendidos por el cansancio y la zozobra, nos acostamos en un dormitorio donde, tal vez, no nos aguarden sueños tranquilos.


József Rippl-Rónai, Dormir, 1891
Terence Fisher, Drácula, 1958

La tercera y última parte del libro pone en pie una arquitectura impalpable, formada por la sombra y la luz, por el sonido de pasos, de campanas, de puertas que se cierran, de la música, del viento. Del silencio.

Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925

James Whale, El caserón de las sombras, 1932

En fin, en estas páginas derribamos edificios, desmembramos cuerpos, nos extraviamos por laberintos habitados por monstruos hambrientos, descendemos a criptas sumidas en la penumbra, nos apartamos de la cara las telarañas y, de vez en cuando, de nuestras gargantas transformadas brota un prolongado aullido. Son cosas del amor, ¿sabéis? Y del espanto.

Desiderio Monsù, King Asa, 1630 c.


A través de este enlace podéis consultar la ficha del libro e incluso comprarlo, si os interesa. Me encantaría que lo hicieseis, por supuesto, y que después de leerlo nos comentaseis vuestras opiniones. Os recomiendo que consultéis también los otros títulos del catálogo, porque hay auténticas joyas:


Y ahora, contadnos: ¿cuáles son vuestros temores?


Anselm Kiefer, Arquitectura
 
 
 

sábado, 23 de enero de 2016

Por ausencia, por cambio de costumbres



Están, de pronto, los que tanto hace que no estaban. 
Y no son fantasmas, no son fantasmas.

¿Queréis que hoy juguemos con fantasmas? Para empezar, desharemos el equívoco que atribuye, al fantasma, la condición de muerto. Aunque entre las huestes espectrales haya difuntos, morir no es requisito indispensable para alcanzar la etérea cualidad del fantasma. Creedme. Y si no me creéis a mí –lo entendería-, creed a James Joyce. “What is a ghost? Stephen said with tingling energy. One who has faded into impalpability through death, through absence, through change of manners”, leemos en Ulysses.
  
Vilhelm Hammershøi, Dormitorio, 1890

Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares revelan, en la traducción que ofrecen de este párrafo en su Antología de la literatura fantástica, el carácter fantasmalmente borgiano del texto de Joyce: “¿Qué es un fantasma? preguntó Stephen. Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable, por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres”.

Anna Ancher, Interior

Anna Ancher, Interior con clemátides

¿Os acordáis del gato en una casa vacía del poema de Wislawa Szymborska? Dejemos al gato y quedémonos con la casa vacía, para jugar a los fantasmas.


Gertrude Abercrombie, Interior
No hay manera: parece que el gato ha decidido quedarse. Bien, no importa, jugaremos a los fantasmas en una casa vacía o en una casa con gato.

Pere Torné Esquius, Sala de estar, 1913


Edvard Munch, La sala de estar de las señoritas Munch en Pilestredet 61, 1881
¿Cómo se juega a los fantasmas? Es muy fácil: elegid una casa, habitadla. Solo tenéis que inventar el personaje que en esa casa sois, o bien hablarnos del fantasma o los fantasmas que viven –o vivieron- en ella. No os falta imaginación ni habilidad para escribir: ¡podéis llenar de vida estas estancias vacías!

Léon de Smet, Interior

József Rippl-Rónai, Interior, 1906

Carl Holsoe, Interior

Carl Holsoe, Interior

"Yo recuerdo una casa que he dejado. / Ahora está vacía", escribe Rosario Castellanos. Aunque, más que vacías, estas viviendas están deshabitadas: lo están, por lo menos, hasta el momento en que pasan a ocuparlas los personajes de vuestras historias.


Léon de Smet, Interior

Pere Torné Esquius, Interior

Wassily Kandinsky, Mi comedor, 1909

Édouard Vuillard, La habitación de Vuillard en el Castillo de Clayes, 1932

¿En qué sofá preferís sentaros para narrarnos vuestra historia? ¿Dónde acomodáis a vuestros fantasmas? O acaso... ¿acaso el propio sofá es el fantasma? Porque algunos de ellos, lo sabemos, cobran cuerpo en un mueble, el picaporte de una puerta, un tapiz, un papel.

Vilhelm Hammershøi, Sol en un interior, 1903

Stanislav Zhukovsky, La habitación roja, 1939


Gian Paolo Dulbecco, Sin título, 2010


¿Os habéis fijado en el instrumento que reposa sobre este último sofá? ¡En esa casa habita un músico! "Hay preludios dormidos / que esperan la hora del regreso", nos dice Ernesto López-Parra. A veces, no es un instrumento musical el que nos habla del fantasma, sino unos zapatos abandonados, un sombrero, un bastón, una sombrilla, una maleta abierta. Son, todos ellos, objetos que estallan en historias: solo tenemos que recogerlas, darles voz.

Anna Ancher, La hora de comer

Wilhelm Trübner, Interior, 1912

Félix Vallotton, La visita

Gwen John, Interior

John Singer Sargent, Habitación de hotel, 1906-07
Decidme, ¿quién vive aquí? ¿Qué ha sido, qué va a ser de él? ¿Alcanzará a expresar lo que desea?

Raoul Dufy, Estudio del artista, 1935

Akseli Gallen-Kallela, Mi primera habitación en París, 1884

Philip Koch, Isla Deer, 2009

Probemos ahora con estas otras imágenes, para ver qué historias arrancáis de ellas:

Andrew Wyeth, Chubasco, 1986


Charles Sheeler, Interior

Andrew Wyeth, Su habitación, 1963

Marc Chagall, Interior con flores
Callad un momento. Vamos a escuchar. ¿Quién ha dejado en los peldaños el eco de sus pasos?

Viktor Popkov, Escalera, 1934

Charles Sheeler, Escalera, 1934

Edward Hopper, Escalera, 1919

Charles Sheeler, El piso de arriba
¿Adivináis los cuerpos que se tenderán en estas camas? ¿Podéis dibujar sus pensamientos en el instante previo al sueño o, ya a la mañana, tras el despertar, la huella que dejaron en las sábanas, el olor de su cabello sobre la almohada?

Augusto Giacometti, Mi habitación de hotel en París, 1938

Pere Torné Esquius, Alcoba

Gertrude Abercrombie, Pasado y presente, 1945 c.

Ethel Sands, Dormitorio

Mark Beck, Dormitorio

¿Habéis escogido ya la casa que albergará vuestra historia? ¿Preferís ambientarla… no sé, en una cocina, por ejemplo, donde tal vez se conserve el aroma de guisos fantasmales y se guarde el secreto de recetas desaparecidas?

József Rippl-Rónai, Cocina
A lo mejor pedís una casa con vistas al mar, para que este os susurre al oído sus palabras o podáis escuchar la voz de los ahogados.

Edward Hopper, Habitaciones junto al mar, 1951

Mark Beck, Interior

¿O acaso escogéis, para que nada turbe el relato ni os distraiga, la desnudez de esta estancia?

Edward Hopper, Sol en una habitación vacía, 1963
Empezad sin mí, dice el ausente. Pero, por favor, contad también mi historia.

René Magritte, Mundo invisible, 1954
O la de estos peces rojos.
 
Henri Matisse, Interior con peces rojos, 1914