domingo, 17 de mayo de 2020

Luz, cuerpo, lugar: Mark Rothko





Hace falta el cuerpo.

El cuerpo es necesario para que se cree un lugar. Un lugar que es, al mismo tiempo, interior y exterior, grande y pequeño. Íntimo. Humano.







Ante las reproducciones fotográficas de las obras de Rothko he sentido siempre esa necesidad del cuerpo: una figura humana las completa. 

“Pinto cuadros muy grandes”, afirmó en una ocasión, porque “quiero ser íntimo y humano”. Si el cuadro es pequeño, te sitúas fuera de él, como si contemplases la experiencia a través de un vidrio reductor. Si pintas un cuadro grande, en cambio, “estás dentro de él”.



“Exterior es el límite. Interior, lo ilimitado”, escribe Edmond Jabès. Es así como lo sentimos. Lugares interiores que nos envuelven.





En la fotografía arquitectónica, la figura humana ayuda a descifrar la escala. Tal vez ayude a descifrar otro tipo de escala, ajena a la medida, en la pintura de Rothko. No lo sé. Pero hace falta el cuerpo.



Hace falta el cuerpo incluso para poder escuchar la pintura. Escuchar con el cuerpo: con la piel, como indican científicos de la universidad de Vancouver. Piel, luz. Para escuchar también el silencio. Pensamos entonces en ese movimiento “del silencio a la luz, de la luz al silencio”: un movimiento que “tiene muchos umbrales: muchos, muchísimos umbrales”, como indica Louis I. Kahn. Es allí donde “se sitúa el encuentro entre luz y silencio”, allí donde se produce “la creación de las presencias”. El “alma del lugar”, dice Kahn, “remontándonos con el pensamiento a algo en lo que coexisten luz y silencio”.





Hablo, durante todo este tiempo, de fotografías de cuerpos, de obras, de lugares: hablo de la experiencia y la percepción a través de esas imágenes fotográficas. No lo olvidéis: no lo olvido. La experiencia es otra, mucho más honda, cuando se trata de obras, de lugares, de cuerpos, y no de su imagen. Otra, distinta.



Me gustaría hablaros, en otro momento, de la luz, el cuerpo y el espacio en otro artista muy interesado por esos lugares creados por Rothko. Él quiere construirlos con la luz y con el cuerpo de quien vive la experiencia de sus obras. El cuerpo necesario.

Otro día. Ahora os dejo con Rothko. Con el cuerpo, el lugar, la luz, el silencio.




“He creado un lugar”, exclamó cuando pintaba los murales Seagram.

Un lugar. Y su alma.