sábado, 30 de agosto de 2014

No solo Frankenstein


La ciencia, la técnica y la industria suscitan, ya desde finales del siglo XVIII, una doble corriente de fascinación y horror. Todos recordamos a Frankenstein, nacido en una época en la que los llamados "resurrectores" roban cadáveres para abastecer los anfiteatros médicos y las mesas de los cirujanos. Pero no se trata solo de Frankenstein, ni tampoco tan solo de horror. Los avances científicos y técnicos cautivan: constantemente se habla de ellos en periódicos y revistas; acceden a los escenarios teatrales; nutren espectáculos y entretenimientos de todo tipo; se divulgan a través de ilustraciones y de vistas ópticas... Y, sin embargo, el horror está ahí, a la vuelta de la esquina.


Hablaremos de la ciencia en otras ocasiones. Veamos, ahora, qué sucede con la industria. ¿Recordáis el paisaje de Coalbrookdale que vimos al hablar de Louthenbourg y el eidophusikon?


Parece un incendio, ¿verdad? En realidad, representa una industria siderúrgica. Existen muchas otras imágenes similares. Aquí vemos, por ejemplo, una vista de los altos hornos de Lymington realizada por Thomas Allom, un artista relacionado, como tantos otros, con los espectáculos ópticos:


Ya comentamos que las representaciones de la minería, la industria, la técnica o la maquinaria suelen ir asociadas, en el teatro, con accidentes; del mismo modo, en la pintura se asocian las imágenes del infierno con las escenas industriales y mineras, como vemos en El gran día de su ira (Tate Gallery, 1851-53), de John Martin, otro artista vinculado con cosmoramas y dioramas.


La naciente industrialización devora hombres, paisajes, modos de vida. Los niños trabajan en fábricas, talleres, fundiciones, minas; las mujeres también realizan trabajos muy duros, en penosas condiciones. El infierno no está lejos. El arte y la literatura nos lo recuerdan.


miércoles, 27 de agosto de 2014

El conde de Montecristo y el túnel bajo el Támesis




Ayer anduve dándole vueltas a un fotograma de la película Montecristo, dirigida por Henri Fescourt en 1929. En él se ve a unos personajes situados ante un largo túnel cubierto por una bóveda de cañón, y en el que la sucesión de arcos marca una perspectiva vertiginosa. ¿A qué me recuerda esta imagen?, me preguntaba, hasta que, de repente, me acordé: se trataba de una de las numerosísimas imágenes del túnel bajo el Támesis que, a raíz de su inauguración en 1843, inundaron pañuelos, medallas y todo tipo de vistas exhibidas en cosmoramas, neoramas, polioramas y demás dispositivos ópticos.




El túnel bajo el Támesis fue comenzado en 1808 por el ingeniero Richard Trevitkick. Una inundación detuvo las obras, que quedaron abandonadas hasta 1824, cuando Mark Isambard Brunel empezó a excavar un segundo túnel. Se produjo otra interrupción, entre 1825 y 1835, debido a una nueva filtración de agua y a las dificultades económicas derivadas del incidente. Finalmente, el túnel pudo ser inaugurado en 1843. En 1869 se transformó en túnel de ferrocarril.


En Valencia, como en muchos otros lugares, se vieron numerosas reproducciones de este famoso túnel en cosmoramas y polioramas. La presencia del túnel en los espectáculos ópticos llegó a ser tan habitual como para que, en su novela El alcalde de Casterbridge, Thomas Hardy describiese los orificios del hocico de un toro como semejantes "al túnel del Támesis visto en los mundonuevos de antaño".

Tampoco faltaron, en esos años, representaciones teatrales relativas a la ingeniería y los avances técnicos. Estas obras siempre acababan con un desastre –accidentes, explosiones, hundimientos de galerías, incendios- muy espectaculares y, por lo tanto, de gran lucimiento para escenógrafos y maquinistas. Otro día hablaremos de la ambivalencia con que se contemplaba, en la época, la industria y la tecnología.

sábado, 23 de agosto de 2014

Un pequeño mundo en el que cabía de todo



Cuando digo "todo", me refiero a tempestades, amaneceres, incendios y naufragios, encerrados en un escenario de, aproximadamente, dos metros y medio de profundidad por un metro ochenta de altura. Hablo del eidophusikon, un teatro mecánico inventado en 1781 por el escenógrafo Philippe Jacques de Loutherbourg.


A través de los cambios en la iluminación y de una serie de mecanismos, este pequeño teatro recreaba fenómenos naturales en movimiento. No faltaban los efectos sonoros, como en el teatro grande, reproducidos a través de máquinas que imitaban el sonido del trueno, de la lluvia, del viento.



El dinamismo de la naturaleza, característico del eidophusikon, se plasma también en los cuadros realizados por Loutherbourg, un artista que ejerció gran influencia sobre Turner, siempre atento a la representación del movimiento y de los cambiantes efectos atmosféricos. 

Philip Jacques de Loutherbourg, Coalbrookdale por la noche (1801). Museo de la Ciencia, Londres

Joseph Mallord William Turner, Incendio del Parlamento (1834-35). Museum of Art, Philadelphia


 
Turner adquirió gran número de dibujos de Loutherbourg, y se cuenta que la mujer de este se alarmaba, cada vez que el pintor inglés entraba en su casa, porque temía que se apropiase de técnicas, ideas y secretos artísticos de su esposo. Cosas de artistas. En este caso, de dos grandes artistas.

miércoles, 20 de agosto de 2014

¿Cuántas patas dices que tiene?



Imaginad que nunca habéis visto a un animal determinado y tenéis que representarlo, ya sea a través del dibujo, la pintura o la escultura. No existe testimonio gráfico alguno en el que apoyaros: sin embargo, el primo de un amigo de vuestro vecino vio en una ocasión a ese animal, de modo que, a partir de sus palabras, os lanzáis a darle forma.

El resultado, probablemente, será un animal bastante raro, y al decir raro no me refiero a las criaturas quiméricas que pueblan los bestiarios medievales, sino a animales reales interpretados de una forma fantástica.

Por ejemplo, ¿cómo es una ballena? 



Según el autor de Jonás y la ballena, en la catacumba de San Pedro y Marcelino, en Roma, las ballenas tienen orejas puntiagudas y un aspecto, en general, bastante curioso.

Son muy graciosos también los leones -o, más bien, leonas- que flanquean a un aburrido Daniel en este capitel de Saint-Roch, en Neuilly-en-Dun:


Tampoco está nada mal el diminuto leoncito que pinta Jorge Inglés en el Retablo de San Jerónimo, conservado en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid:



El caso es que tengo que dibujar un ardigacén de Júpiter, y no tengo ni idea acerca de cómo es. ¿Me ayudáis con vuestras sugerencias?
 

lunes, 18 de agosto de 2014

Otra función de cuadros vivos



En esta ocasión, nos vamos al cine. 

Ya en sus orígenes, este hubo de beber en las fuentes del teatro, de la pintura, de todo tipo de documentos gráficos y de los espectaculos visuales que lo acompañaron y, en algunos casos, precedieron. Menospreciado como un entretenimiento vulgar -algo de lo que volveremos a hablar-, no es extraño que se produjesen intentos de dignificarlo a través de las referencias artísticas. 

Le retour d'Ulysse. Pathé, 1908 (L'Illustration, 31 octubre 1908)

Encuadres, iluminación, tratamientos, estilos y muchos otros elementos vinculan cine y pintura en ambas direcciones. Hoy veremos algunos ejemplos de la directa relación entre las dos artes que se plasma en la recreación cinematográfica de determinadas pinturas a través de los cuadros vivos, un recurso habitual en el cine primitivo que ha perdurado hasta nuestros días.

Pier Paolo Pasolini, La Ricotta (1962)

Jacopo da Pontorno, La Deposizione (1525-28). Cappella Capponi, Santa Felicità, Florencia

Pier Paolo Pasolini, La Ricotta (1962)

Rosso Fiorentino, La Deposizione (1521). Pinacoteca Comunale, Volterra

 Los ejemplos, como es natural, no son solo de tipo religioso:


Éric Rohmer, La Marquise d'O (1976)

Johann Heinrich Füssli, La pesadilla (1781). Detroit Institute of the Arts
 
Recomiendo, a los interesados en el tema de los cuadros vivos, el texto de Sandro Machetti Monsieur Farriol, los cuadros vivos, la pintura y el cine. Notas acerca de un espectáculo precinematográfico (D'Art: Revista del Departament d'Història de l'Art, Universitat de Barcelona, núm. 21, 1995).

jueves, 14 de agosto de 2014

Telarañas



Vivo en el campo, de modo que, a veces, es difícil mantener a raya a la fauna e, incluso, a la flora. Os cuento esto porque ayer descubrí una telaraña y exclamé: “¡esta casa parece el castillo del conde Drácula!”, afirmación que, aún no sé por qué, hizo reír mucho a mi marido. 


Mientras él retiraba la telaraña, yo me puse a pensar en las películas de terror y en la “pistola de telarañas” con la que Bob Martin, miembro del departamento de electricidad de la Warner y, en cierto modo, precursor de Spiderman, engalanaba los decorados que así lo requerían. Recordé, sobre todo, a Charles D. Hall, director artístico de la Universal y “padre” de las primeras y más famosas telarañas cinematográficas.


Las telarañas visten el decorado, lo envejecen y dotan de un determinado carácter expresivo. Son frontera entre mundos y seña de identidad: como nos recuerda Jean-Louis Leutrat, en el Drácula de Tod Browning (1931) el conde atraviesa la telaraña sin romperla, mientras que su acompañante tiene que desgarrarla con su bastón. La telaraña es también metáfora de la situación de los personajes atrapados por el terror. 


Como vemos, son muchas las funciones que cumplen las telarañas. De todos modos, prefiero verlas en las películas o, si acaso, prendidas entre las ramas de un árbol y resplandecientes por las gotas del rocío, a primera hora de la mañana.



lunes, 11 de agosto de 2014

¿Qué hacía la gente cuando no existía la televisión?




Una noche de agosto de 1850, un grupo de jóvenes ofreció un espectáculo de cuadros vivos en una alquería de la zona marítima de la ciudad de Valencia. Este espectáculo, derivado de los tradicionales belenes vivientes y del mundo festivo y teatral medieval y renacentista, consistía en reproducir, con personas reales, cuadros famosos y escenas históricas, en muchos casos inspiradas en los gabinetes de figuras de cera. 


Los jóvenes alcanzaron tanto éxito que tuvieron que dar más funciones. La noche del 12 de agosto, más de dos mil personas acudieron a presenciar el espectáculo. El público se agolpaba en la calle y fue necesario recordar a las personas que se hallaban en el interior de la alquería que debían salir para permitir la entrada de los que esperaban fuera. La función se prolongó hasta las cuatro de la mañana.

¿Qué hacía la gente cuando no existía la televisión?

Vivir. Vivir y divertirse.

Tropenmuseum, Amsterdam (1864 ca.)

***

Ayer encontré en un periódico de 1902 noticias sobre una función de cuadros vivos celebrada en Madrid y organizada por conocidos artistas. Aquí podemos ver una fotografía en la que los personajes intentan reproducir, sin demasiada gracia, un cuadro muy famoso. ¿Adivináis cuál es?


viernes, 8 de agosto de 2014

No me importa que mires: imágenes del ensimismamiento




Hay cuadros en los que los personajes asumen el papel de actores ante el público formado por quienes contemplamos la pintura. “Lo que represento –parecen decir- va dirigido a ti, porque sé que me miras”.



En otros casos, por el contrario, los personajes prescinden del espectador: no nos hacen ningún caso, no contamos para ellos. 

No existimos.

Absortos en sus pensamientos, en la costura, en el juego, en el silencio, en lo que leen, lo que escriben o lo que contemplan, en su tristeza o en su serenidad, muestran una absoluta indiferencia hacia el observador.



Ese es el ensimismamiento del que hablábamos el otro día, y del que podemos ver a continuación varios ejemplos de distintas épocas.


Georges de La Tour, Magdalena (1640-45). Museo del Louvre, París

Johannes Vermeer, Mujer leyendo una carta (1663-64). Rijksmuseum, Amsterdam

Vilhelm Hammershøi, Ida leyendo una carta (1899). Col. part.

Edward Hopper, Habitación de hotel (1931). Museo Thyssen-Bornemisza. Madrid

miércoles, 6 de agosto de 2014

La inglesa y el duque




Para el rodaje de la película La inglesa y el duque, basada en las memorias de la aristócrata inglesa Grace Elliott, Éric Rohmer confió la realización de los decorados exteriores a Jean-Baptiste Marot. Este pintó treinta y siete cuadros sobre lienzo, tres de los cuales se inspiraron en cuadros y, el resto, en planos, vistas topográficas y otros documentos de la época.




Una de las escenas tiene su origen, claramente, en el panorama. En ella, la protagonista y su criada se asoman a un amplio paisaje. Por si no fueran suficientes elementos para identificarlo con el espectáculo del panorama la horizontalidad de la vista, sus tonos, la balaustrada y el lugar elevado que ocupan las dos espectadoras, hay un detalle que no deja ya lugar a dudas: el catalejo a través del cual la criada contempla el paisaje.




Era habitual, entre los espectadores del panorama, que utilizasen catalejos para observar los detalles de una representación que combinaba la amplitud de la vista con la minuciosidad de cada uno de sus fragmentos.

Éric Rohmer, con la colaboración de Jean-Baptiste Marot, rinde homenaje, a través de esta cita, a los populares espectáculos ópticos que precedieron al cine.   


 

domingo, 3 de agosto de 2014

Los dioramas de Friedrich



Ya en la segunda mitad del siglo XVIII se despierta una nueva sensibilidad hacia el paisaje, que se acrecienta a lo largo de la centuria siguiente. Es grande la influencia de los espectáculos ópticos en el paisajismo de la época. Los pintores intentan reproducir en sus lienzos  la distinta luminosidad de los diferentes momentos del día o de las estaciones del año, el reflejo de la luna, los destellos de la luz en el agua, la nieve, la lluvia, la niebla... Se trata de los mismos efectos presentes en el diorama y en otros espectáculos visuales.


El diorama fue patentado en 1822 por Louis Jacques Mandé Daguerre. Es un espectáculo, afín al panorama, que juega con la transformación de la imagen. Para ello, se pintaban por ambas caras grandes lienzos y se aplicaba un determinado tipo de iluminación, frontal o posterior, para destacar determinadas zonas del lienzo y producir cambios como, por ejemplo, el del día a la noche.


El diorama alcanzó tanta difusión que llegaron a realizarse postales diorámicas.


Entre 1830 y 1835, Friedrich pintó cuatro vistas de diorama para Alejandro II de Rusia. En la Gemäldegalerie de Kassel se conservan dos de ellos. Son cuadros pintados por las dos caras sobre papel transparente, a los que, en un salón en penumbra y con acompañamiento de música, se aplicaba distinta iluminación.



Décadas más tarde, la representación de los distintos efectos de luz será una preocupación central para los impresionistas, y en artistas como Monet dará lugar a series como la de los álamos, la estación Saint-Lazare y la catedral de Rouen. La serie de los nenúfares fue concebida por Monet para ser exhibida según unos principios derivados de espectáculos como el panorama y el diorama.