domingo, 6 de mayo de 2018

Emily Dickinson: el cuarto más pequeño





Emily Dickinson (1830-1886)



Yo no soy nadie. ¿Quién eres tú?
¿También tú eres nadie?
¡Entonces ya somos dos!
¡No lo digas! Lo pregonarán, ya sabes.
¡Qué aburrido ser alguien!
¡Qué ordinario! Estar diciendo tu nombre,
como una rana, todo el mes de junio,
a una charca que te contempla. 

(Emily Dickinson)


Henri Lebasque, Reflejos en la balsa de Pradet

Le interesa la ciencia: la química, la astronomía y, sobre todo, la botánica. Su herbario, conservado en la Harvard Houghton Rare Book Library, es demasiado frágil para consultarlo. Podemos disfrutar, sin embargo, de la versión digitalizada del mismo por la Harvard University Library: Herbario de Emily Dickinson.


Herbario de Emily Dickinson 

Le interesa la ciencia, decimos. No le interesa, en cambio, la religión.  "La gente va a las iglesias a rezar para ganarse el cielo comentó-. Yo prefiero quedarme en él desde el principio".

Odilon Redon, Flores
El cielo, su cielo, era el jardín. También la palabra fue su cieloa veces, abismal-. Esas palabras, por ejemplo, con las que trenza historias que cautivan a sus condiscípulas y  que, durante su época de formación, la hacen tan popular entre ellas. Emily es ocurrente, divertida. No nos equivoquemos: seguirá siéndolo. Sus cartas y muchos de los textos que escribe en su diario revelan su humor, no exento, en ocasiones, de cierta mordacidad.
 

Emily Dickinson hacia 1846-47


Disfruta de sus estudios. Cuando enferma, vuelve al pueblo, a la casa. Su territorio: casa, jardín, habitación. El universo entero.


Herbario de Emily Dickinson


Susan Huntington Gilbert
“Algo había en su pasado que ella no se atrevía a afrontar”, escribe William Ospina. Tuvo que ser víctima de un gran rechazo, afirma, y por eso reaccionó encerrándose: para protegerse. 
Se habla de amores desdichados –un hombre, dos hombres- o de amores, en aquel momento y hasta cierto punto, imposibles –su cuñada, Susan Huntington Gilbert-. 
Pero este recurso al amor, ¿no está ya muy manido? ¿No podríamos ir dejando atrás amores y desamores como única explicación de cualquier cosa y, sobre todo, de aquellas que atañen a mujeres? ¿No hay, acaso, más horizontes, más complejidad, una mayor hondura? De todos modos, y por atractivas y novelescas que resulten las convencionales historias de amor , de las tres con que se relaciona a Dickinson solo parece auténtica la última.



Peter Ilsted, Interior

¿Realmente fue el amor u otra catástrofe similar lo que hizo que Emily se apartase del mundo? Es más: ¿cabe decir que se apartó del mundo, o solo que decidió vivir en él de otra manera? ¡Hay tantos modos distintos de habitarlo!


Noell Oszvald, Autorretrato




Andrew Wyeth, Ventana



Rechazo, dice Ospina. Yo no lo creo. ¿Alguna desventura, tal como suceden catástrofes tan hondas como la vida? ¡Pero si basta con eso, con la vida! ¡Pero si ella misma nos lo dice una y otra vez en su escritura! 
La profundidad con que esta mujer siente la vida es razón suficiente para tener que mirar dónde pone los pies –los pies del alma, de su sensibilidad-. Cuando el vuelo de un ave nos atraviesa como una espada, cuando el universo estalla en flor o en árbol, hay que respirar: deslumbrados, debemos cerrar los ojos por un instante; refugiarnos en el silencio para poder escuchar.


Henri Lebasque, Jardín en primavera





Gabriele Münter, Mujer en la ventana



Es tan sencillo como eso. Como su vida que, nos dice “ha sido demasiado sencilla y austera como para molestar a nadie”. 

Digamos la verdad: ella está demasiado ocupada como para perder el tiempo con complicaciones absurdas. “Mi tarea es la circunferencia”, escribe en una de sus cartas. ¿Os parece que no es suficiente trabajo?




 


Noell Oszvald, Autorretrato



No se huye: se va al encuentro. Hasta la extenuación. Ospina escribe sobre Dickinson –y en esto, concuerdo con él: “fue mayor su valor que su espanto”. “Por eso canto como canta un niño frente a un cementerio… porque tengo miedo”, escribe Emily Dickinson.


Arnold Schoenberg, La espera


Mucho tiempo después, Alejandra Pizarnik escribe estas palabras en el poema titulado Cold in hand blues:

y qué es lo que vas a decir
voy a decir solamente algo
y qué es lo que vas a hacer
voy a ocultarme en el lenguaje
y por qué
tengo miedo



Edvard Munch, Mujer a la orilla del mar



Habitación de Emily Dickinson en
Amherst

Ocultarse en el lenguaje: habitar en él.
Es a partir de principìos de la década de los sesenta cuando Emily empieza a eludir los contactos sociales. Ya en los años setenta, solo se pude atisbar su figura, vestida de blanco, mientras pasea por el jardín de la casa familiar, en Amherst. Durante los últimos tres años de su vida, el espacio se reduce a su habitación. ¿Soledad? No. Ella, que evita el encuentro con los amigos de la familia, no cesa de recibir a otro tipo de visitantes:


No puedo estar sola, 
pues me visitan multitudes;
incontables visitantes
que irrumpen en mi cuarto.
No tienen ropas, ni nombres, 
ni tiempo, ni país;
tienen casas compartidas,
como los gnomos. 
Su llegada puede ser anunciada

por mensajeros, en lo interior;

su partida, no,
pues nunca se marchan. 


Última imagen de Emily Dickinson


"Me llaman". "Me piden que regrese". Eso escribió Emily antes de morir. Leemos, en el libro de William Ospina Esos extraños prófugos de Occidente, un relato tan asombroso como los que podemos hallar en una hagiografía medieval: "Quienes vieron su cuerpo sin vida pudieron comprobar una enorme serenidad y una casi espantosa restitución de la juventud. El cabello volvió a ser rojo y el rostro volvió a ser lozano como el de esa joven que se escurría entre los robles jugando con su perro y que una tarde se escondió en los pisos altos de su casa para no ser vista por ese viajero que había entrado a tomar el té con sus hermanos: Ralph Waldo Emerson".



Anna Ancher, Reflejo en la pared de la habitación azul


Pero yo no quería hablar de la muerte, que tan bien conocías, Emily. Tampoco quería hablar de tu vida, sino de la intensidad. Cuando todo se percibe con demasiada fuerza, es preciso elegir aquello para lo que queremos estar disponibles: elegir la intensidad que aceptamos que nos atraviese. Tú te fuiste a vivir al lenguaje. Paul Celan, otro de los habitantes de ese territorio, conoció tu poesía y la amó.



Mark Rothko, Rojo y negro


Intensidad. Lenguaje. Fuerza, poder, gratitud. Así se titula uno de tus poemas: La gratitud.
Estar vivo es tener poder.
La existencia, por sí misma,
sin más aditamentos, 
es suficiente poderío. 
Estar vivo y desear 
es ser poderoso como un dios. 
Aquel que, siendo mortal, 
tal cosa consiguiera, 
sería nuestro Creador.
 

Pensamos, entonces, en Hölderlin:

Un solo día
habré vivido entre los dioses. Y eso basta.




Vilhelm Hammershøi, Luz solar

Invítanos a tu cuarto, Emily. No como personas harías que nos quedásemos en la escalera-, sino como ausencias apenas intuidas en tu cuarto, tu cuarto tan pequeño.

Yo era la más menuda de la casa.
Me quedé con el cuarto más pequeño.
Por la noche, mi pequeña lámpara, mi libro
y un geranio.
Acomodada así, podía recoger la abundancia
que no dejaba de caer.

¡Qué grande era ese cuarto más pequeño! Todo el universo cabía en él.