Me
conmueve la belleza de este planeta y sus criaturas.
Historia del arte y de los espectáculos, documentación artística, cultura, literatura
Me
conmueve la belleza de este planeta y sus criaturas.
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John W. Shanabrook, Campo de mostaza |
"Si pienso en los amigos y en las personas a las
que he querido -escribe Agamben-, me parece que todos tenían algo en común que solo podría
expresar con estas palabras: lo indestructible en ellos era su fragilidad, su
infinita capacidad de ser destruidos. Pero quizás esta sea la definición más
correcta de lo humano, de ese animal inestable que, según Dante, es el hombre.
No tiene otra sustancia que esta: ser capaz de sobrevivir infinitamente al
cambio y la destrucción”.
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Arkhip Kuindzhi, Antes de la tormenta |
“Amar, creer en alguien o en algo no significa
aceptar como verdaderos dogmas o doctrinas. Más bien, es como permanecer fiel a
la emoción que uno sentía al mirar el cielo estrellado cuando era niño. […) Pero
si tuviera que decir ahora en qué he puesto finalmente mis esperanzas y mi fe,
solo podría confesar en voz baja: no en el cielo, en la hierba. […] Por la
hierba y en la hierba y como la hierba he vivido y viviré”.
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Chaiwad
Baimai |
Y soy una irreverente –¡claro que sí!- por reunir a Quignard
con nuestra vieja conocida y su lado oscuro.
¿Y luminoso? No sé.
***
Los tiempos, las estrellas, las preguntas…
Y todos estos bolsos.
¿Qué llevan en ellos?
Es inevitable, también, que recuerde a Le Guin, las historias y la
bolsa de estrellas.
Sucedió cuando el otoño se hacía invierno, en el tiempo de la luna
invisible.
"Lentement, lentement, lentement". Así había crecido,
tan poco a poco. Su corazón estaba seco.
Cuando el árbol murió, fue música.
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Carlo Mattioli |
Aún lo vio Pausanias en fecha tan tardía como el siglo II de la era común, cuando Atenas “ya lo había perdido todo, a excepción de las
estatuas”.
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Fotografía de Ricardo André Frantz |
Las niñas, hemos dicho, llevaban algo sobre sus cabezas. Karl Kerény nos habla de las vasijas que mujeres y niñas llevaban sobre la cabeza en las procesiones. Podía ser el kykeon, destinado a bebida, o las thymiateria, que tenían agujeros en la tapa, llevaban fuego en su interior y servían para ofrendas de humo.
En Eleusis, era frecuente que las ofrendas fueran de frutas y otros productos de la tierra.
Mirad lo que lleva en la cabeza ella, la que siempre vuelve, la "señorita presurosa", como decía Aby Warburg :
El juego de las niñas de las que nos habla Calasso y, sobre todo, su recorrido
nocturno y subterráneo me conmueven. ¿No presentís la temperatura y los olores del
aire aquella noche –que fueron muchas noches-? ¿No os alcanza la emoción de
aquellas dos niñas –que fueron muchas niñas-?
***
Calasso no habla de Eleusis en esas líneas. Kerény, sí. Eleusis es "el lugar de la feliz llegada". Antes se llamó Sesaria. "Sésara era el nombre de una heroína eleusina. Su nombre, «la que sonríe», sin duda denota un aspecto de la diosa del mundo inferior". He visto esa sonrisa en el rostro de una mujer que se despedía de ese lugar para regresar pronto a él. Volverás. Volveré. La sonrisa se dirigía a otra mujer que también partía y regresaba, regresaba y partía. Hemos llegado a Eleusis.
«Bienaventurado aquel entre los hombres de la tierra que ha percibido esto».
Ellos hablan, yo escucho. A través de la lectura, escucho. El
hombre de más edad, que en junio de 2019 dejó de acompañarnos, dice cosas como
estas:
Que “una idea contra otra idea es siempre la misma idea” y
permanece “en el mismo marco de pensamiento”. Que solo desde el desierto, solo
de “quienes se retiran y no están
inmersos en el ruido y la furia de las discusiones repetitivas” podemos esperar
una idea nueva.
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Moebius |
Que son los pueblos más pobres los que llevan
consigo nuestro futuro; que “los más frágiles aportan la grandeza y la
novedad”.
Que basta de fetiches, de ídolos, basta de adorar
estatuas. Que hay que desconfiar de “donde siempre se tiene razón, donde se es
el más sabio, el más inteligente, el más fuerte”. “Mi ética –afirma- me prohíbe
jugar a ese juego. Admito de buena gana, antes de empezar, que no siempre tengo
la razón”.
Que "antes de organizar el bien ajeno, que muchas veces equivale a hacerle violencia, es decir, daño, la mínima obligación requiere que evitemos con cuidado hacerle ese daño".
Que lo que importa es el desplazamiento.![]() |
Moebius |
“Vamos, levántate, corre, salta, revuélvete,
baila; como el cuerpo, la inteligencia requiere movimiento”.
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Moebius |
Michel Serres se lo dice a Bruno Latour. Y yo
escucho.
Su mirada no estaba destinada a la nuestra. ¿En qué nos convierten
nuestros ojos posados en los suyos? Ojalá nos viesen
mirarles.
¿Ellos nos miran? No. Podemos soñar que lo hacen, pero ¿desde
dónde nos miran? Desde un lugar neutro que no es la muerte ni la vida, indica
Jean-Christophe Bailly. ¿Un lugar o un cuándo? Pienso a veces que al viajero
del tiempo –y tal vez lo son, lo somos, o ninguno lo es- no habría que
preguntarle de dónde viene, sino de cuándo viene. O a cuándo va. Si es que lo
sabe.
¿Cuándo? ¿Dónde? No es la muerte ni la vida. Pero quizás, no obstante la insalvable distancia, se aproxima más a esta. El más allá egipcio reside “en la continuidad de lo que tiene
relación con la vida, desde la vida”. En Egipto, los muertos son lo contrario
de los que se van; ellos están surgiendo, partidos hacia el ser de otro modo
distinto que los vivos”.
– John Berger, quien escribe también sobre El Fayum, indica que "en la pintura egipcia tradicional no se representaba a nadie de frente porque la vista frontal abría la posibilidad opuesta, la de la perspectiva posterior de alguien que se da la vuelta y se va"-.
No, ellos no se van. Es este “un mundo donde morir no es desaparecer sino únicamente dar un
paso del lado del ser”. El mundo no necesita ser “salvado”, sino conservado.
Desde la vida.
Es “un umbral, es el umbral mismo –frontera y pasaje-. Estos rostros vienen a nosotros como eso, y talmente en el límite, sobre el umbral, que es como si estuviesen a la vez en una parte y en otra”.
“Frontalmente, en el umbral, el rostro es una puerta: y una puerta que se abre a los dos lados, a la vida y a la muerte, hacia la fragilidad de la apariencia y hacia la eternidad del rostro detenido”.
¿Dónde, cuándo están?
Ellos “están al borde del tiempo”, escribe Bailly. No esperan, no piden. Son, señala Berger, "hombres y mujeres que no hacen ningún llamamiento, que no piden nada y que, sin embargo, declaran que están vivas, como lo está quien las esté mirando. Encarnan, pese a toda su fragilidad, un respeto hoy olvidado por uno mismo. Confirman, pese a todo, que la vida fue y es un don".
Callan. Es “en principio este silencio lo que los hace tan próximos y
los vuelve en un cierto sentido modernos, unos muertos (o unos vivos) de todos
los días”, dice Bailly.
Los suyos no son retratos de orantes, “sino de testigos, cada uno como a punto de decir el secreto que no conoce aún”.
"Cómo se escribe una vida en el tiempo es lo que cuenta un rostro" (Jean-Christophe Bailly).