jueves, 1 de junio de 2023

La infinita curiosidad, la infinita belleza. George Shiras III

 


Me  conmueve la belleza de este planeta y sus criaturas.














George Shiras III (1859-1942).

En la fotografía le vemos con su asistente, John Hammer, en el lago Whitefish, en 1893:



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Esta fotografía de Christophe Jacrot me recuerda la atmósfera de las imágenes de George Shiras III:


Christophe Jacrot, Islas Faroe

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"Aquellos que contemplan la belleza de la tierra encuentran reservas de fuerza que durarán hasta que la vida termine. Hay una belleza tan simbólica como real en la migración de las aves, en el flujo y reflujo de la marea, en los repliegues de la yema preparada para la primavera”.



Otto Pettersson le dijo a su hijo: «lo que me sostendrá en mis últimos momentos es una infinita curiosidad por lo que sigue» (Rachel Carson).



lunes, 1 de mayo de 2023

La hierba, Agamben y "el dictado del aire que lo dibuja"

 



“Cada encuentro con él sucedía bajo el signo de la alegría y de una alegría tan diferente cada vez y tan intensa que regresábamos a casa incrédulos, transfigurados y ligeros, como si tal alegría no pudiera existir ni ser soportada”.


 John W. Shanabrook, Campo de mostaza


Esto dice Agamben sobre Pepe, a quien menciona con frecuencia. “¿Quién será este Pepe?”, me pregunto, hasta que… “¡ah, claro, Pepe!”. Fueron muy amigos. “Era perfectamente él mismo –nos cuenta-, porque nunca era  él mismo. Era como una brisa o una nube o una sonrisa - absolutamente presente, pero nunca forzado a una identidad”. 


Giorgio Agamben le cuenta un secreto a José Bergamín (Pepe)


“Toda su doctrina del yo estaba resumida en un verso de Lope que le gustaba citar: "Yo me sucedo a mí mismo". El yo no es más que este sucederse a sí mismo, […] saliendo incesantemente de sí mismo y reingresando a sí mismo, perdiéndose y aferrándose, en última instancia, solo "un punto de la nada en que todo se cruza”, un punto vacío donde todo se cruza, siguiendo, como escribió sobre su amado Lope, “el dictado del aire que lo dibuja”.




"Si pienso en los amigos y en las personas a las que he querido -escribe Agamben-, me parece que todos tenían algo en común que solo podría expresar con estas palabras: lo indestructible en ellos era su fragilidad, su infinita capacidad de ser destruidos. Pero quizás esta sea la definición más correcta de lo humano, de ese animal inestable que, según Dante, es el hombre. No tiene otra sustancia que esta: ser capaz de sobrevivir infinitamente al cambio y la destrucción”.


Arkhip Kuindzhi, Antes de la tormenta


“Amar, creer en alguien o en algo no significa aceptar como verdaderos dogmas o doctrinas. Más bien, es como permanecer fiel a la emoción que uno sentía al mirar el cielo estrellado cuando era niño. […) Pero si tuviera que decir ahora en qué he puesto finalmente mis esperanzas y mi fe, solo podría confesar en voz baja: no en el cielo, en la hierba. […] Por la hierba y en la hierba y como la hierba he vivido y viviré”.


Chaiwad Baimai


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sábado, 11 de marzo de 2023

Quignard y una vieja bolsa




Nos cuenta que en “otro tiempo hubo –pero otro tiempo antes de todos los otros tiempos, en una vieja bolsa antes de todas las viejas bolsas, en un antaño que tal vez fuera el origen mismo- una verdaderamente viejísima reina que reinaba sola, en el oeste del mundo, en el límite extremo de la Tierra. Había sido joven, por cierto”. Cuenta también que, antiguamente, “los indios otomí llamaban al pasado: To-za -lo que quiere decir ‘vieja bolsa’”.

Él habla, y entonces me da por hablar también e incluso llamo a una vieja conocida, mucho más oscura de lo que pensábamos, pero no me preguntéis por qué lo digo, porque no lo sé.



Y soy una irreverente –¡claro que sí!- por reunir a Quignard con nuestra vieja conocida y su lado oscuro.

¿Y luminoso? No sé. 

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Los tiempos, las estrellas, las preguntas…

Y todos estos bolsos.

¿Qué llevan en ellos?





Es inevitable que me quede pensando en el otro tiempo antes de todos los otros tiempos y la vieja bolsa antes de todas las viejas bolsas, y en una bolsa vieja, viejísima, y a la vez nueva, recién nacida bolsa que no trae Quignard sino que aparece ahí, de repente, donde a lo mejor siempre estuvo, como ella “ausente en el interior de la Ausencia”. Y en el interior de esa bolsa no está solo el pasado, sino también el futuro –los pasados, los futuros- y de ella pueden extraerse fragmentos, por un instante visibles a la luz del presente, siendo ellos mismos, extraídos de la viejísima, de la nueva bolsa, lo que llamamos “presente”. Por qué no: esto o lo contrario o nada de esto ni de lo contrario. ¿Hay contrario?




Es inevitable, también, que recuerde a Le Guin, las historias y la bolsa de estrellas.


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Las preguntas, escribe Silvio Mationi, “se internan como en una bolsa enorme, que recuerda una cueva pintada antes de las palabras escritas”. Y es Mationi quien también nos dice que hay “un secreto en el centro de cada historia que su despliegue no revelará, que antes bien envuelve con más y más variantes. El mundo de las historias tiene una puerta angosta, como el del sueño, y es como si entráramos en una cueva oscura, un recodo de la gran caverna, donde se pintaron imágenes que es casi imposible ver”.





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Buscamos, dice Quignard, “el lugar de origen, el lugar anterior al mundo, es decir, el lugar en donde el yo puede estar ausente, donde el cuerpo se olvida.

Ella leía.

Así era feliz”.

Sí.




martes, 3 de enero de 2023

Madera de luna

 


Sucedió cuando el otoño se hacía invierno, en el tiempo de la luna invisible.

"Lentement, lentement, lentement". Así había crecido, tan poco a poco. Su corazón estaba seco.

Cuando el árbol murió, fue música.


Marc Chagall


Leemos en un libro de Francis Hallé: “Hay unos artesanos que siempre han tenido en cuenta las fases de la luna, son los lutieres, quienes fabrican instrumentos musicales. Los que hacen Stradivarius jamás elegirían una madera sin saber en qué época de la luna ha sido cortada. Hacen un seguimiento de gran parte de la vida del árbol y lo talan en el mejor momento del año; es decir, en pleno invierno, cuando la luna es invisible”.




Stefano Mancuso habla también de "árboles musicales".




Hallé nos cuenta que lo único que pide un árbol es que se le deje en paz”. Los árboles “son discretos, a veces un tanto callados, y totalmente pacíficos”. 


Carlo Mattioli


Son “tan estables y silenciosos que no los vemos. En la ciudad, la mayoría de la gente no se fija en los árboles, o solo los ve cuando son talados. Para muchos de nuestros contemporáneos, no se trata de objetos vivos. Esta idea, evidentemente falsa, se debe a su discreción y su silencio”.


Horacio Spinetto

Alto como un árbol, 
un pensamiento
empuña el tono luminoso: aún 
quedan cantos por cantar más allá 
de los hombres”.

Leemos en otra versión de este poema de Paul Celan:

“Un árbol, el más alto
pensamiento
se hace con la música de la luz".


Carlo Mattioli



sábado, 5 de noviembre de 2022

El lugar de la feliz llegada

 



Son dos niñas. Su edad está comprendida entre los siete y los once años. Juegan a pelota en un recinto en cuyo centro está la estatua de un niño a caballo. A las niñas se las conoce como «portadoras de las cosas indecibles» o «portadoras de rocío». Una noche, una mujer coloca sobre sus cabezas algo que deben llevar, pero ellas ignoran qué es. Las niñas descienden a un pasaje subterráneo y, llegado a lo más hondo, dejan lo que llevan y toman otra cosa, completamente envuelta. Las niñas regresan a sus casas. Al año siguiente, otras ocupan su lugar. Nadie reveló nunca qué llevaban y traían las niñas.









Aún lo vio Pausanias en fecha tan tardía como el siglo II de la era común, cuando Atenas “ya lo había perdido todo, a excepción de las estatuas”.


Fotografía de Ricardo André Frantz


Las niñas, hemos dicho, llevaban algo sobre sus cabezas. Karl Kerény nos habla de las vasijas que mujeres y niñas llevaban sobre la cabeza en las procesiones. Podía ser el kykeon, destinado a bebida, o las thymiateria, que tenían agujeros en la tapa, llevaban fuego en su interior y servían para ofrendas de humo.

En Eleusis, era frecuente que las ofrendas fueran de frutas y otros productos de la tierra.




Mirad lo que lleva en la cabeza ella, la que siempre vuelve, la "señorita presurosa", como decía Aby Warburg :




Las cariátides se conocen como “cistóforas”: portadoras de cestos donde transportaban los objetos de los misterios. Muy estimadas por Ramón Gómez de la Serna, en cuanto se descuidaban les plantaban un entablamento encima de la cabeza.

No solo un entablamento. No solo a aquellas a las que conocemos como cariátides.



El juego de las niñas de las que nos habla Calasso y, sobre todo, su recorrido nocturno y subterráneo me conmueven. ¿No presentís la temperatura y los olores del aire aquella noche –que fueron muchas noches-? ¿No os alcanza la emoción de aquellas dos niñas –que fueron muchas niñas-?



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Calasso no habla de Eleusis en esas líneas. Kerény, sí. Eleusis es "el lugar de la feliz llegada". Antes se llamó Sesaria. "Sésara era el nombre de una heroína eleusina. Su nombre, «la que sonríe», sin duda denota un aspecto de la diosa del mundo inferior". He visto esa sonrisa en el rostro de una mujer que se despedía de ese lugar para regresar pronto a él. Volverás. Volveré. La sonrisa se dirigía a otra mujer que también partía y regresaba, regresaba y partía. Hemos llegado a Eleusis.





He de hablar sobre esas mujeres, sobre esa sonrisa. Sobre el viento y los seres veloces, también en sus metamorfosis. De aquello -así dije- que Acteón no podía comprender. Tampoco Klossowski. Sobre el mañana que está a nuestra espalda. Sobre la muchacha indecible que es el umbral entre los vivientes -animales y dioses- y los humanos -vivientes asimismo, pero tan perdidos...-.  Sobre el "caminar jubiloso de la ninfa", como escribió Alberto Ruiz de Samaniego.

Lo dejo, de momento, con estas palabras de Agamben. Lo dejo, sin dejarlo.




«Bienaventurado aquel entre los hombres de la tierra que ha percibido esto».
















domingo, 9 de octubre de 2022

Michel Serres y Bruno Latour conversan

 


Ellos hablan, yo escucho. A través de la lectura, escucho. El hombre de más edad, que en junio de 2019 dejó de acompañarnos, dice cosas como estas:

Que “una idea contra otra idea es siempre la misma idea” y permanece “en el mismo marco de pensamiento”. Que solo desde el desierto, solo de “quienes se retiran y no están inmersos en el ruido y la furia de las discusiones repetitivas” podemos esperar una idea nueva.


Moebius


Que son los pueblos más pobres los que llevan consigo nuestro futuro; que “los más frágiles aportan la grandeza y la novedad”.

Que basta de fetiches, de ídolos, basta de adorar estatuas. Que hay que desconfiar de “donde siempre se tiene razón, donde se es el más sabio, el más inteligente, el más fuerte”. “Mi ética –afirma- me prohíbe jugar a ese juego. Admito de buena gana, antes de empezar, que no siempre tengo la razón”.




Que "antes de organizar el bien ajeno, que muchas veces equivale a hacerle violencia, es decir, daño, la mínima obligación requiere que evitemos con cuidado hacerle ese daño".

Que lo que importa es el desplazamiento.


Moebius


“Vamos, levántate, corre, salta, revuélvete, baila; como el cuerpo, la inteligencia requiere movimiento”.


Moebius


“¿Y si la sabiduría y la fragilidad van de la mano?”, pregunta.

Michel Serres se lo dice a Bruno Latour. Y yo escucho.








viernes, 2 de septiembre de 2022

El Fayum: ¿cómo tan vivos?

 


¿Cómo tan vivos, estos muertos? ¿Cómo tan próximos? Mirad sus rostros y decidme: ¿no pensáis, ante algunos de ellos, “pero yo… le conozco”? De verdad, ¿no los reconocéis como a personas con las que habéis tenido o tenéis trato? ¿En otra, en otras vidas? No, me refiero a esta vida –nada sé de otras-.



Su mirada no estaba destinada a la nuestra. ¿En qué nos convierten nuestros ojos posados en los suyos? Ojalá nos viesen mirarles.



¿Ellos nos miran? No. Podemos soñar que lo hacen, pero ¿desde dónde nos miran? Desde un lugar neutro que no es la muerte ni la vida, indica Jean-Christophe Bailly. ¿Un lugar o un cuándo? Pienso a veces que al viajero del tiempo –y tal vez lo son, lo somos, o ninguno lo es- no habría que preguntarle de dónde viene, sino de cuándo viene. O a cuándo va. Si es que lo sabe.




¿Cuándo? ¿Dónde? No es la muerte ni la vida. Pero quizás, no obstante la insalvable distancia, se aproxima más a esta. El más allá egipcio reside “en la continuidad de lo que tiene relación con la vida, desde la vida”. En Egipto, los muertos son lo contrario de los que se van; ellos están surgiendo, partidos hacia el ser de otro modo distinto que los vivos”.

 John Berger, quien escribe también sobre El Fayum, indica que "en la pintura egipcia tradicional no se representaba a nadie de frente porque la vista frontal abría la posibilidad opuesta, la de la perspectiva posterior de alguien que se da la vuelta y se va"-.




No, ellos no se van. Es este “un mundo donde morir no es desaparecer sino únicamente dar un paso del lado del ser”. El mundo no necesita ser “salvado”, sino conservado.

Desde la vida.




Es “un umbral, es el umbral mismo –frontera y pasaje-. Estos rostros vienen a nosotros como eso, y talmente en el límite, sobre el umbral, que es como si estuviesen a la vez en una parte y en otra”. 




“Frontalmente, en el umbral, el rostro es una puerta: y una puerta que se abre a los dos lados, a la vida y a la muerte, hacia la fragilidad de la apariencia y hacia la eternidad del rostro detenido”.



¿Dónde, cuándo están?

Ellos “están al borde del tiempo”, escribe Bailly. No esperan, no piden. Son, señala Berger, "hombres y mujeres que no hacen ningún llamamiento, que no piden nada y que, sin embargo, declaran que están vivas, como lo está quien las esté mirando. Encarnan, pese a toda su fragilidad, un respeto hoy olvidado por uno mismo. Confirman, pese a todo, que la vida fue y es un don".



Callan. Es “en principio este silencio lo que los hace tan próximos y los vuelve en un cierto sentido modernos, unos muertos (o unos vivos) de todos los días”, dice Bailly.

Los suyos no son retratos de orantes, “sino de testigos, cada uno como a punto de decir el secreto que no conoce aún”.



"Cómo se escribe una vida en el tiempo es lo que cuenta un rostro" (Jean-Christophe Bailly).



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La mayor parte del texto procede de la obra de Jean-Christophe Bailly La llamada muda. Ensayo sobre los retratos de El Fayum. Traducción: Alberto Ruiz de Samaniego. Exposición Retratos de El Fayum+Adrian Paci: sin futuro visible, Museo Arqueológico Nacional, 2011.

También John Berger escribe sobre los retratos de El Fayum: