miércoles, 16 de enero de 2019

La caja de Vera




Frente a la casa, hay un solar. Es el solar de la Navidad. “¿Por qué lo llamas así? ¿Ves el portal, a los magos…?”. La niña mira, asombrada, a los adultos. ¿Cómo pueden hacer unas preguntas tan raras? ¿Se han vuelto locos? “Veo un solar”, responde. “Entonces, ¿por qué dices que es el solar de la Navidad?”. “Porque veo la Navidad”, les explica, pero ellos no son capaces de entender que un solar es un solar y puede ser, al mismo tiempo, la Navidad o la jungla o una canción o el olor a limón de una rosa amarilla.


François Avril, Paisaje urbano

Un solar es un solar, una taza de café es una taza de café, una caja es una caja. Y a la vez...

La caja de cartón es barco, tren, lugar secreto. Vera lo sabe. La gata de los vecinos, que a veces se cuela en la casa, lo sabe también: busca a Vera y ambas comparten caja. Saben que es una caja de cartón y, al mismo tiempo, isla, planeta, casa, submarino.

La caja de Vera (fotografía: Vera)

Vasili Kandinski, Barco

Enrique Lombardi, Paisaje

En el sueño, un clavel puede ser una ópera de Purcell; una pelota que rueda por un patio, la abuela Ana; una puerta o un ave o una silla eres tú. Y todo es, al mismo tiempo (en ese tiempo sin tiempo de los sueños) clavel, pelota que rueda, puerta, ave, silla. Al mismo tiempo. No son símbolos, no hay nada que interpretar, no hay significados ocultos. Cada cosa es lo que es: todo lo que es, que es muchísimo.


Felice Casorati, Bodegón

Hokusai, La cara de Oiwa en la lámpara
Decimos “fantasía”, “imaginación”, “símbolo”, por ese hablar por no callar, tan nuestro, y para no quedarnos con cara de tontos ante lo que se sale (y nos saca) de nuestras casillas. Decimos “ausencia” cuando se trata de todo lo contrario: de presencias. ¡Incluso decimos “fantasma” y sacamos a danzar a los pobres muertos, como si no tuviesen bastante con la interminable tarea de ser muertos! Los fantasmas, por cierto, me dicen que os diga que no existen y que, si no tuviesen más remedio que existir, ni por asomo se les ocurriría revestirse de esas formas tan convencionales que nuestra exigua imaginación les atribuye: serían picaporte o calcetín o lámpara, como saben bien en Japón. Pero hacedme caso o, por lo menos, hacédselo a los fantasmas cuando dicen que no existen. ¡Porque no existen!

Wu Junyong, Sin título

Teatro de la memoria


Llamamos “misterio” a lo más normal y cotidiano: ese fluctuar incesante de reconocimientos. John Fowles nos habla del bosque –pero podría ser cualquier otro lugar, podríamos ser nosotros mismos- como el resultado del entrecruzamiento de los “fenómenos que se producen en él”. Nos limitamos, sin embargo, a “considerar el vuelo de las aves y las ramas desde las que se emprende ese vuelo como elementos distintos y separados, al igual que lo hacemos con las hojas agitadas por el viento y la sombra que proyectan sobre el suelo. Pasamos a planteárnoslo como un acertijo: ¿de qué ave se trata? ¿De qué rama? ¿Qué hoja? ¿Qué sombra? Los límites que marcan estas preguntas (¿en qué sección archivo todo esto?) son nuestros. Los ponemos nosotros, no la realidad”.

Fotografía: SAL

Pol Bury, 16 esferas 16 cubos en 8 filas

John Sten, Paisaje
En el sueño, en el bosque, en la caja de cartón, en el pensamiento cuando –como señala Pascal Quignard al hablarnos del monje Guibert en su scriptorium de Nogent-, huele con el alma y se abre como “un tacto que tiene su propio contacto en el interior del mundo”, esas realidades que configuran lo que llamamos realidad -y en ella danzan y mutan y se abrazan y se despiden y se encuentran- estallan como una gran carcajada que salta por encima de los límites: de cualquier límite. Porque poner límites es cosa nuestra. No los hay en la caja de Vera.

Leonora Carrington, Viaje

A los niños, a los gatos y a quienes compartimos algo de ambos nos gustan las cajas. A veces, una caja de cartón es la única cuna para un recién nacido, y eso no nos gusta. Nos gusta cuando, como sucede en algunos países, la caja de cartón que alberga al bebé es una elección, una posibilidad entre otras. Nos gusta, claro, cuando la caja es refugio y cómplice de nuestros juegos de gato, nuestros juegos de niño.

Dan Fogel, Cajas

Una caja llena contiene lo que hay en ella. Una caja vacía contiene todo. 
Vera lo sabe.