Eva se
despertó en el erial donde siempre habían vivido.
“He soñado
que estábamos en un jardín paradisíaco”, dijo, mientras se desperezaba.
Adán no le
dijo que había tenido el mismo sueño, pero ese mismo día o muchos, muchos
siglos después, él o ella o quienes quiera que fuesen los descendientes de
aquellos a los que llamamos “Adán” y “Eva”, decidieron crear el paraíso.
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Jardín, tumba de Nebamun, Tebas, British Museum, Londres,
1400-1350 a. C. |
Un jardín, no
nos engañemos, no es el paraíso, pero sí una imagen de él. Algo es algo.
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Jan Brueghel el Viejo, El Jardín del Edén, Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid, 1610-1612
c. |
¿Qué es lo primero que hay que hacer para crear esa
imagen del paraíso? ¿Preparar la tierra, sembrar, plantar? No, eso puede
esperar. Lo primero es separar el desorden de la naturaleza del orden
artificial del jardín. ¡Que no entren las selvas, los bosques, las montañas ni
los mares en nuestro jardín!
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Jardín, Villa
de Livia en Primaporta, Roma, siglo I d.C. |
Un momento,
¿por qué no deberían entrar? Porque, en ese caso, sería mar, montaña, bosque o
selva lo que encontraríamos, y no jardín. Recordad: no estamos inmersos en la
creación del mundo, solo de un jardín.
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Épître d'Othéa,
Christine de Pisan, Bibliothèque Royale Albert I, Bruselas, 1460 c.
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Volvemos a
encontrarnos con los límites, los muros que en este caso configuran el jardín
cerrado.
Cerrar el
jardín es fundamental: a lo mejor, no solo para que no penetre en él el mundo
exterior, sino para que no escapen nuestras plantas, flores, árboles, estanques.
No queremos que se confundan con la caótica belleza de fuera o con su
desolación.
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Djouneïd Negârgar, La princesa Khoumayoun contempla a su amado, British Library,
Londres, 1396 |
Delimitamos
el jardín con círculos, cuadrados, rectángulos: formas que aúnan geometría y
simbolismo y que se reiteran en el ordenamiento interior del jardín.
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Pierre de Crescens, Livre des prouffitz champestres
et ruraulx (Livre des profits champêtres et ruraux ou Rustican), Bibliothèque nationale de France, París,
1470-75 |
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Guillaume de Loris y Jean de Meung, Roman de la Rose, 1225-40, 1275-80 |
Los
cerramientos pueden realizarse con muros almenados que crean auténticos
“castillos del amor”, como el descrito en Le
Roman de la Rose:
“A cierta distancia, me encontré ante
un jardín cerrado por muros almenados y ricamente decorados en su exterior con
imágenes y pinturas”.
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Jardín amoroso alegórico |
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Loyset Liédet,
Jardín medieval , siglo XV
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Las empalizadas
que cierran el jardín son, en ocasiones, lianas entrelazadas, cañas o celosías.
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Maître de Pierre II de Bretagne, L'Amant dans un jardin clos, Musée Condé,
Chantilly, siglo XV |
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Pierre de Crescens, Livre des prouffitz champestres
et ruraulx (Livre des profits champêtres et ruraux ou Rustican), Bibliothèque nationale de France, París,
1470-75 |
El cerramiento se
refuerza con elementos como la
pérgola. Su finalidad práctica, proporcionar sombra en los calurosos meses del verano,
hace que sea más habitual en la jardinería mediterránea que en la de otros
lugares que no padecen calores tan rigurosos.
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Morte di Pasquino e Simona, ilustración de una edición del Decamerón, de Giovanni Boccaccio, siglo
XV |
Hallamos
también espaldares embellecidos por jazmines, rosas y otras flores.
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Barthélemy d'Eyck, Emilia en su jardín, Giovanni Boccaccio,
Teseida, Österreichische
Nationalbibliothek, Viena, 1460-70 |
El interior del jardín se estructura, a menudo,
como un parterre, con recuadros vegetales separados por senderos.
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Jean Colombe, Maître du
Missel de Yale y otros, Libro de horas de
Louis de Laval, Bibliothèque nationale de France, París, 1470-85 |
El jardín requiere el
agua. Esta discurre, en ocasiones, por canales que evocan los ríos del
paraíso.
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Jardín de Babur, siglo XVI |
Se trata de regar la vegetación, por
supuesto, pero también el alma, para impedir que, acaso rodeada de desiertos,
acabe también ella ahogada por la arena. “¡Qué lugares para el alma, jardín y
agua, qué lugares para la juvenil locura”, escribe Ibn Zaydūn en el siglo XI. Estanques y fuentes nos ofrecen su
frescor, su música y consuelo.
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Casa del Bracciale d'Oro,
Pompeya, s. I d.C. |
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Mir 'Ali Sir Nava'l, Siete parejas en un jardín, Royal Collection Trust, Londres, 1510
c. |
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Guillaume de Loris y Jean de Meung, Roman de la Rose, 1225-40, 1275-80 |
Otras músicas, aparte de la que brindan las
fuentes, acogen los jardines, pequeños paraísos creados para el descanso y el
placer.
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Historia de Bayâd y Riyâd, Biblioteca Vaticana, siglo XIII |
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Guillaume de Loris y Jean de Meung, Roman de la Rose, 1225-40, 1275-80 |
En otro
momento, si os apetece, jugaremos a perdernos y encontrarnos por los laberintos
que, tan a menudo, hallamos en los jardines. Ahora da demasiada pereza moverse:
¡se está tan bien!
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Maestro del Jardín del Paraíso de Frankfurt, El jardín del Paraíso, 1410 c. |
Que sensación de seguridad ofrecen estos jardines, bellos y al mismo tiempo barrera que nos separa de los peligros del caos exterior, que nos permiten poder disfrutar sin obstáculos de los sentidos.
ResponderEliminarA veces hace falta gozar de esa sensación, dejar al margen todo ese "ruido y furia" que impera fuera, para poder escuchar, aunque solo sea por un momento, el rumor de las fuentes.
EliminarMe lo has quitado de la boca: cuando iba por la mitad del post, te iba a preguntar si tenías algo sobre laberintos. Estupendo. Buen día.
ResponderEliminarLaberintos en jardines, en iglesias, en el arte y en la literatura... ¿cómo íbamos a quedarnos sin laberintos? En algún lugar debemos tener protegido a nuestro minotauro, no vaya a llegar un Teseo cualquiera con malas intenciones ;)
EliminarHabrá laberintos donde perdernos, claro que sí.
Pues si queremos protegerlo habrá que ir al costurero de Ariadna... ;)
EliminarCreo que lo tiene escondido en un laberinto ;)
EliminarImagínate que el propio hilo fuese el laberinto.
Hermosa nota !
EliminarGracias, Juan Manuel.
EliminarQuè maravilla, no me extraña que se guarden tan celosamente..
ResponderEliminarGracias, Carmen. Buen día para tod@s.
Pasa, pasa, Inma, que están a punto de llegar los músicos y hemos encontrado una sombrita muy buena :)
EliminarResulta admirable la variedad, amenidad y calidad de tus posts, en los que mantienes un nivel altísimo. Es un placer poder refugiarnos en tu blog como en un jardín, para descansar un poco de ese "cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada". Aunque la cita de Macbeth que parafraseas en una de tus respuestas se refiere a la vida, podría aludir a muchas otras cosas:
ResponderEliminar"La vida no es más que una sombra en marcha; un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el escenario y después no vuelve a saberse de él: es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada"
(William Shakespeare, Macbeth, acto V, escena 5ª).
Un abrazo.
Felipe, después de un comentario tan amable, no puedo menos que darte dos abrazos, en vez de solo uno.
EliminarSí, has acertado, pensaba en Shakespeare al escribir esas palabras: no en Faulkner, que también pensaba en él cuando tituló con ellas una de sus novelas.
Hay mucho ruido y mucha furia, es verdad. Creo que por eso me ha apetecido tanto hacer nacer un jardín en el blog, para que recobremos fuerzas.
Me ha gustado mucho como describes el relato basándote en estas imágenes tan hermosas. un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Mila. Ya verás cómo la vegetación de estos jardines crece y se expande poco a poco. Un abrazo.
EliminarMe han gustado tus jardines, pero me he quedado con tu deliciosa introducción que merece una continuación. Además se da la coincidencia (o no coincidencia) de que mi próximo post trata de Adán y Eva.
ResponderEliminarYo también quiero conocerlos, Manuel.
EliminarYa están subidos.
EliminarEl jardín cerrado es íntimo, ordenado, bonito, agradable. Incita al amor cortés, amable, limpio y burgués. Corre el agua cristalina por arroyos serpenteantes. Las ninfas de Garcilaso se recrean en sus estanques, sosegadas. Solamente los ojos curiosos de quien atisba tras la pérgola las inquieta.
ResponderEliminarEl paraíso no está ahí, en un jardín cerrado. Está fuera, donde el peligro acecha, en la naturaleza inhóspita que intentamos domeñar, donde somos unos animales más y los gatos atigrados nos miran de hito en hito. En ese contexto el amor no es educado, ni fino, pero canta muy bien, como las aves del trópico, y gruñe como los jabalíes. Además esos amantes devoran todas las manzanas del mundo.
Creo que el paraíso lo entendieron más los que rompieron la lengua y el orden: Góngora y Espronceda, barrocos y románticos. Ahí uno llega a entender lo que es la pasión y, por lo tanto, el error y el miedo. Lo que no me gusta del paraíso es que también hay mala hierba. De esa no nos libramos nunca. Ni Quevedo ni Zorrilla logran explicarlo. El primero no ve ni los diablos y en el paraíso debe de haberlos. Si no, sería un vulgar jardín de urbe.
Pero bueno, dicen que el paraíso lo encuentras cuando menos lo esperas, al doblar la esquina, por ejemplo.
Me ha encantado la entrada, Carmen. Lo sabes.
Y a mí tu comentario, también lo sabes. Aunque lo tuyo con Garcilaso no tiene arreglo, se ve... ;)
Eliminar¡Qué curioso! hace poquito leí una cita de Cicerón que decía algo así como que si tienes una biblioteca y un jardín lo tienes todo. Algo así como una paraíso
ResponderEliminarNo sé si será exagerado, pero los jardines, salvo raras ocasiones van unidos al relajo, la paz, la sombra en los días calurosos y el olor fragante de las flores.
En estos, hay de todo, y además se ve que en todas las culturas son muy admirados. Protegen de los tigres o los jabalíes, sirven para tocar un laud o un sitar y para susurrar palabras de amor o chascarrillos entre amigos. Es tan universal como la propia idea del paraíso y cada época los ha representado según entendían la felicidad.
Pero en todos coincide la protección y la naturaleza ordenada. Nada de caos, o malas hierbas.
GRACIAS Carmen, una delicia ver estas pinturas. Ciertamente transmiten paz y armonía. y eso, siempre viene bien.
La aparición del tigre me ha provocado un sobresalto. Por donde vivo aparecen jabalíes, pero me he imaginado al tigre y... qué miedo. Creo que todos estamos de acuerdo con esa frase de Cicerón: si podemos disfrutar de una buena biblioteca y, además, de un jardín, no hemos perdido del todo el paraíso.
EliminarAyyyyyyyyy que entrada más bonita!!!!!!!! Me ha gustado muchísimo, son todos cuadros preciosos, me encanta el de Bocaccio, pero todos, todos, son maravillosos. Has hecho un post con un gusto exquisito.
ResponderEliminarUn besín.
¡Pobre Pasquino, fulminado junto a la pérgola! ;)
EliminarGracias, Marigem. Un abrazo.
Con esta entrada me has traído a la memoria al "Viejo de la montaña" creador de la secta de los asesinos, sita en la montaña la fortaleza de "El Alamut.
ResponderEliminarCuando alguno de sus secuaces estudiantes de las artes mortíferas, era elegido para acabar con la vida de algún dirigente o mandatario,y antes de enviarle a la misión encomendada el Viejo de la Montaña lo hacía narcotizar en secreto.
Cuando el sicario elegido despertaba se encontraba en un paraíso artificial oculto en un sector de la fortaleza, donde se había construido una réplica del paraíso musulmán.Allí era atendido supuestamente por las trece vírgenes que le ofrecían manjares y sus hermosos cuerpos.
A su alrededor corría el agua y crecían frutales cuajados de frutos.
Era un avance de lo que les esperaba si cumplían el cometido a entera disposición del "Viejo tirano" o si morían en el intento
como era de esperar ha sido muy gratificante pasear de tu mano por estos jardines.
Un abrazo
Qué maravilla, Francisco. Con tus palabras nos has traído a De Quincey y a Borges para que, sentados bajo la pérgola o junto a la fuente, nos cuenten sus historias. Ahora sí que no nos movemos de aquí. ¡Gracias!
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