Egipto despertó el interés en la antigua Roma
cuando, después de la batalla de Actium, en 31 a.C., pasó a formar parte
del Imperio. Isis y Osiris se hicieron un hueco en el abigarrado panteón romano
y un gran número de obeliscos llegaron por mar a la capital
del imperio. Uno de ellos, enviado por el emperador Constancio, se alza en la
actualidad en la plaza de San Giovanni, en el Laterano. Además de este, se
conservan otros once obeliscos. Muy famoso fue, durante la
Edad Media y el Renacimiento, el obelisco
que Calígula hizo conducir a Roma e instalar en su circo, y que en 1585 Sixto V
mandó trasladar a la plaza de San Pedro.
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Traslado
por mar del obelisco de Calígula, actualmente en el Vaticano |
En el siglo XIII se manifiesta un temprano
interés por Egipto: Fra Pasquale talla en 1286 la Esfinge que se
conserva en el Museo Comunale de Viterbo y, a finales de siglo, las pirámides
irrumpen en los mosaicos de San Marcos, en Venecia. Ya hacia 1300, algunos
monumentos funerarios de Bolonia acogen entre sus formas la pirámide.
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Historia
de José, mosaicos de San Marcos, Venecia, siglo XIII |
Los jeroglíficos, que ya habían llamado la
atención de los estudiosos a través del Physiologus, tan popular durante
la Edad Media,
acaban fundiéndose con las alegorías y símbolos renacentistas y con los
emblemas barrocos.
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Physiologus, siglos II-IV
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El atractivo que suscita Egipto resurge en el siglo XV,
irradiando desde el círculo florentino de Marsilio Ficino. Leone Battista
Alberti, Filarete, Francesco Colonna y otros autores se ocupan del arte egipcio
en sus libros.
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Francesco Colonna, Hypnerotomachia Poliphili, 1467 |
El tema de Egipto se aborda en la pintura a
través de temas bíblicos como el hallazgo de Moisés o la historia de José, así
como con el asunto evangélico de la
Huida a Egipto. Se trata, en cualquier caso, de un Egipto tan
poco egipcio como el que vimos en la Perspectiva con el hallazgo de Moisés de
Francisco Gutiérrez Cabello o el que nos muestra Jacopo Pontormo en una de sus
obras, de aspecto un tanto onírico:
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Jacopo
Pontormo, José en Egipto, National Gallery, Londres, 1515-18 |
La idealización e incluso la invención de
Egipto viene de antiguo, como podemos ver en este fresco pompeyano, procedente
del templo de Isis:
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Paisaje con lugar sagrado
en Egipto,
fresco del templo de Isis en Pompeya, Museo Arqueológico de Nápoles |
En algunos cuadros del siglo XVII ambientados
en Egipto se incluyen obeliscos, como seña de identidad:
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Bartholomeus
Breenbergh, El hallazgo de Moisés, colección particular, 1639 |
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Nicolas Poussin, La sagrada familia en
Egipto, The Hermitage, St. Petersburg, 1655-57
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En
la misma época, Bernini instala un obelisco egipcio sobre la escultura de un
elefante en el llamado Pulcino della Minerva y otro, el de Domiciano, en
la Fuente de
los Cuatro Ríos.
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Gian
Lorenzo Bernini, Fuente los Cuatro Ríos, Roma, 1651 |
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Gian
Lorenzo Bernini, Pulcino della Minerva, Roma, 1667 |
El interés por Egipto se reaviva en el siglo
XVIII. Ya a Mauro Antonio Tessi, un dibujante de estilo próximo al de los
hermanos Galli Bibiena, le atrajo, en fechas muy tempranas, la arqueología
egipcia. Giovanni Battista Piranesi mostró, asimismo, una gran atracción por
los motivos egipcios, algunos de los cuales fueron recogidos en su obra Diverse
maniere di adornare i camini, publicada en 1768.
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Giovanni
Battista Piranesi, Chimenea de estilo egipcio, Diverse maniere di adornare i
camini, 1768 |
Todos estos elementos de origen egipcio formaron
parte de muchos proyectos de arquitectos y escultores neoclásicos, donde
figuraban motivos tan frecuentemente utilizados como las pirámides, los
obeliscos, los propileos y las esfinges.
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Antonio
Canova, Cenotafio de María Cristina de Austria, iglesia de los
Agustinos, Viena, 1798-1805 |
Egipto accede a la ópera con obras como Julio
César en Egipto, de Andel (1724), El nacimiento de Osiris, de Rameau
(1751), Osiris, de Neumann (1781) y, sobre todo, La flauta mágica,
de Mozart (1791), con sus claras connotaciones masónicas, muy lógicas, por otra
parte, ya que los masones sintieron una fuerte fascinación por Egipto. Rossini
y Verdi recogerán el testigo con Moisés en Egipto (1818) y Aida
(1871), respectivamente.
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Karl
Friedrich Schinkel, La flauta mágica, decorado, 1815 |
La expedición napoleónica a
Egipto, en 1798, abrió la puerta a una verdadera invasión egipcia. Las obras
publicadas con motivo de dicha expedición, tales como el Voyage dans la Basse et Haute Egypte,
de Dominique Vivant Denon y Louis Cassar, publicada en 1802, o la voluminosa Description
de l’Egypte, comenzada a publicar en 1809, proporcionaron modelos para la
arquitectura, la decoración de interiores, el mobiliario, la escultura y la
escenografía teatral.
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Jean-Léon Gérôme, Bonaparte ante la
Esfinge, Hearst Castle San Simeon. California, 1868 |
El Recueil des décorations intérieures,
de Percier y Fontaine, publicado en 1812, colaboró en la difusión de esta moda
egipcia, tan característica del estilo Imperio, con su repertorio de pirámides,
esfinges, obeliscos y capiteles en forma de loto. Libros ilustrados, como Monumenti
dell’Egipto, de Rosellini, publicado entre 1832 y 1844, o Egypt and
Nubia, de David Roberts, publicado a partir de 1846, suministraron una nutrida
documentación gráfica para los artistas. También fueron utilizadas, como
fuentes, obras de egiptólogos como Mariette o Champollion.
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David Roberts, Colosos
de Abu Simbel, 1846 |
Los
espectáculos ópticos prestarán atención a Egipto a lo largo del siglo XIX.
También lo hará otro tipo de entretenimientos populares. En 1858, por ejemplo,
una auténtica momia egipcia viajó a Valencia para ser expuesta: se destacaba,
en ese caso, el carácter científico de la muestra. Dos años después de la exhibición
de dicha momia, Juan de Dios Rada y Delgado publicaba, en El Museo Universal,
un artículo titulado Arquitectura egipcia: Egipto seguía siendo objeto
de interés, pero era manifiesto ya el cambio de actitud hacia sus creaciones,
distante ya del pintoresquismo inicial el punto de vista desde el que ahora se
las consideraba.
En el siglo
XX, el cine mantuvo la influencia del arte egipcio, a través de películas como Cleopatra,
tanto en su versión de 1917, dirigida por Gordon Edwards, como, sobre todo, en
la de Cecil B. de Mille, en 1934; las dos versiones de este director, en 1925 y
1956, de Los diez mandamientos, etc. Esta revitalización de la moda
egipcia incidió en el importante componente egipcio presente en el art déco.
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Cecil B. de Mille, Cleopatra, 1934 |