Ayer anduve dándole vueltas a un fotograma de la película Montecristo, dirigida por Henri Fescourt
en 1929. En él se ve a unos personajes situados ante un largo túnel cubierto
por una bóveda de cañón, y en el que la sucesión de arcos marca una
perspectiva vertiginosa. ¿A qué me recuerda esta imagen?, me preguntaba, hasta
que, de repente, me acordé: se trataba de una de las numerosísimas imágenes
del túnel bajo el Támesis que, a raíz de su inauguración en 1843, inundaron
pañuelos, medallas y todo tipo de vistas exhibidas en cosmoramas, neoramas,
polioramas y demás dispositivos ópticos.
El túnel bajo el Támesis fue
comenzado en 1808 por el ingeniero Richard Trevitkick. Una inundación detuvo
las obras, que quedaron abandonadas hasta 1824, cuando Mark Isambard Brunel empezó
a excavar un segundo túnel. Se produjo otra interrupción, entre 1825 y 1835,
debido a una nueva filtración de agua y a las dificultades económicas derivadas
del incidente. Finalmente, el túnel pudo ser inaugurado en 1843. En 1869 se
transformó en túnel de ferrocarril.
En Valencia, como en muchos otros lugares, se vieron numerosas reproducciones de este famoso túnel en cosmoramas y polioramas. La presencia del túnel en los espectáculos ópticos llegó a ser tan habitual como para que, en su novela El alcalde de Casterbridge, Thomas Hardy describiese los orificios del hocico de un toro como semejantes "al túnel del Támesis visto en los mundonuevos de antaño".
Tampoco faltaron,
en esos años, representaciones teatrales relativas a la ingeniería y los
avances técnicos. Estas obras siempre acababan con un desastre –accidentes,
explosiones, hundimientos de galerías, incendios- muy espectaculares y, por lo
tanto, de gran lucimiento para escenógrafos y maquinistas. Otro día hablaremos
de la ambivalencia con que se contemplaba, en la época, la industria y la
tecnología.
El conde de Montecristo también excava un túnel para huir del castillo donde está prisionero. Seguramente por eso lo asociaron con el túnel bajo el Támesis, al hacer la película, sobre todo si además era tan famoso y había tantas imágenes sobre él. Muy interesante.
ResponderEliminarLos túneles siempre llaman la atención por su misterio. Todo edificio histórico que se precie debe tener galerías que nos lleven hasta allí. Las leyendas siempre nos lo cuentan... aunque estén a kilómetros de distancia. Horadar la montaña hasta llegar más abajo del lecho del río. La literatura está preñada de esos relatos. Nos basta con ir a la mágica Toledo, a los túneles de la nigromancia: "En Santiago había un deán..."
ResponderEliminarPozos, túneles, galerías... ¿Adónde conducen? ¿Qué es aquello que se ve al fondo? ¿Tiene salida o es un túnel ciego? ¿Es una trampa, una encerrona? ¿Por qué ese goteo que se oye, ese ritmo pausado, ese silencio que parece respirar? ¿Hay algo que se mueve allí?
Cruzar el Támesis por debajo tenía que resultar muy seductor. A la fuerza. La bóveda de cañón acrecentaba el cosquilleo en el estómago. El cine no podía obviarlo.
¡¡¡Menudo tema!!!
ResponderEliminarlos tuneles me dan mucho respeto, y más que los túneles, el hecho de tener mucha agua, montaña o casas por encima. Y por lo mismo me fascinan.
No sabía del tunel del Támesis, pero esos arcos le dan sensación de amplitud y de no tener fin.
Es natural que se usen mucho en la literatura pues ese halo misterioso que tienen dan mucho juego para preparar encerronas, persecuciones, y cualquier otra aventura, además de que representan de maravilla la salida hacia la libertad. Las catacumbas, a su manera, son túneles fantásticos llenos de misterio y cosas por descubrir; hoy en día los túneles son más prácticos, menos seductores y más atajos para llegar a algún sitio, pero aún así, cuando te metes en uno, parece que entras en otro mundo. Lo mismo entras lloviendo y cuando sales por el otro lado, brilla el sol.
Todos tienen algo de fascinantes.
Los túneles me parecen inquietantes, provocan temor por si nunca terminan... o porque se teme un derrumbe, una aparición (viva o muerta) súbitamente... No me gusta estar en medio de un túnel, me siento insegura hasta salir.
ResponderEliminarNo puedo menos que recordar el relato de E. A. Poe', El Barril de Amontillado', en el que la venganza es lenta como interminable aparenta el dédalo de túneles. Salitre, huesos, y el señuelo del vino especial animando a la víctima a proseguir por el túnel final... donde el sádico vengador disfruta emparedando a su enemigo.
Imaginé túneles húmedos y siniestros (Poe, era un maestro en describir escenarios tétricos. No sabía del túnel bajo el Támesis, pero creo que no osaré pasarlo. Hay una película antigua bastante bien ambientada, recreando el relato. Pero nada como imaginar el túnel leyéndolo. Tal vez el arte se fragüe en la imaginación, necesitando el creador, vehementemente, dar a luz físicamente su creación... ¿Por eso el teatro, el cine, todas las Bellas Artes?
Qué entrada más fascinante. Gracias Carmen. ;)