Ignacio Pinazo (1849-1916) y Armando Reverón (1889-1954)
En Bartleby y compañía, Enrique Vila-Matas
nos habla de los escritores que optaron por el silencio: Rimbaud, Walser, Rulfo
y tantos otros. Bartleby es, por supuesto, el protagonista –a regañadientes,
supongo, y eso porque Herman Melville no le preguntó si quería protagonizar el
relato- de Bartleby el escribiente:
un personaje que, ante cualquier requerimiento, responde I would prefer not
to (“preferiría no hacerlo”).
Como
ya me conocéis, no os puede sorprender que se hayan reunido en mi imaginación
nombres tan distintos como los de Melville, Pinazo, Bartleby, Reverón y
Vila-Matas. ¿Pinazo? ¿Reverón? ¿Pero qué pueden tener en común estos dos
artistas?, os preguntaréis. Pertenecen a generaciones distintas –Pinazo nació
cuarenta años antes que Reverón-, su forma de pintar y de vivir es muy
diferente... Tampoco se relacionan con el silencio de los Bartleby mencionados
por Vila-Matas, puesto que ninguno de ellos acalló su arte. ¿De qué estoy
hablando, entonces?
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Ignacio Pinazo, Procesión
del Corpus, Casa-Museo, Godella, 1885 |
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Armando Reverón, Fiesta
en Caraballeda, colección Alfredo Guinand, Caracas, 1924 |
Hablo del “preferiría no hacerlo”, una respuesta bartlebyana pronta en los labios de
ambos artistas cuando se les instaba a participar de un mundo que les resultaba
ajeno: ese mundo en el que el arte se convierte a veces, como tantas otras
cosas, en espectáculo y feria de las vanidades, tan poca, tan poca cosa. Pinazo
y Reverón no quisieron entrar en ese juego o, por lo menos, lo abandonaron para optar por una vida sencilla, si es que alguna lo es, al margen de ciudades y juegos
de espejos, aunque la ruptura del artista venezolano fue mucho más radical que
la del español.
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Ignacio Pinazo en su casa de Godella |
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Armando Reverón en El Castillete, Macuto |
Joaquín
Sorolla le insistía a Pinazo: “Ignacio, deja el pueblo y vente a Madrid, que
aquí es donde se triunfa y se hace dinero” y, si no se lo dijo con esas
palabras exactas, el sentido era ese. Pero a Pinazo nadie le movía de su
“preferiría no hacerlo” ni de Godella, un pueblo próximo a la ciudad de
Valencia, en el que se vivía y se vive muy bien. En lo mismo anduvo mucho
después Reverón, cuando dejó atrás Caracas para vivir, amar y crear en El
Castillete, la vivienda que construyó en Macuto con la ayuda de sus vecinos.
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Casa-museo de
Ignacio Pinazo, Godella
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El Castillete, Macuto |
No pretendo comparar las pinturas de ambos
artistas, porque no se trata de eso, son muy distintas, aunque tal vez podamos
hallar cierta confluencia en la soltura y libertad de las pinceladas, mucho más
diluidas y translúcidas en Reverón, más intensas en Pinazo.
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Ignacio Pinazo, Estanque,
colección particular |
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Armando Reverón, Paisaje |
Después de
estudiar en la Academia
de Bellas Artes de Caracas, Armando Reverón viajó a Europa, gracias a una beca.
Visitó París y, en España, amplió estudios en la Escuela de Artes y Oficios
de Barcelona y, a partir de 1912, en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, de
Madrid. Se enamora de Goya y de Velázquez -¿quién no?-, frecuenta los talleres de José Moreno
Carbonero y Antonio Muñoz Degrain y hace amistad con Ignacio Zuloaga. A
mediados de 1915 regresa definitivamente a Venezuela, donde recibe la
influencia de tres pintores: Emilio Boggio, Samys Mützner y Nicolás
Ferdinandov.
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Emilio Boggio, Paisaje |
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Samys Mützner, Paisaje
de Margarita, CONAC, Caracas, 1918 |
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Nicolás Ferdinandov, Cipreses en el cementerio de los Hijos de Dios. Nocturno, 1919 |
Suele
hablarse de tres periodos en la obra de Reverón, marcados por tres colores
distintos: el azul, iniciado en 1920; el blanco, que arranca en 1924, y el
sepia, a partir de 1936. Vemos tres ejemplos de esa etapa azul, en la que
sombra y luz juegan a ser lo mismo y a negarse y a acabar, cómo no, abrazadas.
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Armando Reverón, La cueva, colección particular, 1920 |
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Armando Reverón, Paisaje, 1922 |
El blanco
trae consigo una mayor desnudez: esa desnudez amada por Reverón:
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Armando Reverón, El Playón, 1929 |
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Armando Reverón, Luz tras mi enramada, 1926 |
Las muñecas que él mismo construía irrumpen en el
periodo sepia, marcado por un mayor dramatismo, excepto en los años 1940-45.
Además de muñecas, construía pajareras y todo tipo de objetos.
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Armando Reverón, Muñecas |
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Armando Reverón, Pajarera |
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Armando Reverón, Cruz de Mayo, 1948 c. |
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Armando Reverón, Las tres gracias, 1940 c. |
Con las
Gracias pasamos a un tema que, junto con el del paisaje, Ignacio Pinazo y
Armando Reverón cultivaron con frecuencia: el desnudo femenino.
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Ignacio Pinazo, Desnudo,
1895 |
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Ignacio Pinazo, Desnudo,
Casa-Museo, Godella |
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Ignacio Pinazo, Desnudo,
Casa-Museo, Godella, 1895 |
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Armando Reverón, Maja, Fundación Galería de Arte Nacional. Caracas, 1939 |
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Armando Reverón, Desnudo acostado, 1947 |
Ignacio
Pinazo Camarlench estudió en la
Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia y estuvo en
dos ocasiones en Roma. A partir de su regreso a Valencia en 1881, abandona los
temas de historia por una pintura mucho más íntima y personal, en la que la búsqueda –es
decir, el arte- se mantiene siempre viva.
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Ignacio Pinazo, Pirotecnia,
Museo de Bellas Artes, Valencia |
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Ignacio Pinazo, Mascletà,
Casa-Museo, Godella, 1881 |
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Ignacio Pinazo, Traca
y mascletà, colección particular, 1895 |
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Ignacio Pinazo, Subida
de la ermita, Casa-Museo, Godella, 1883 |
Estamos de enhorabuena, porque este año se están
celebrando exposiciones dedicadas a la obra de Armando Reverón en diversos
países, entre ellos España, y porque se anuncian exposiciones y otros actos
relacionados con Ignacio Pinazo, un artista que volverá a visitarnos pronto.
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Ignacio Pinazo, Escena
de playa con casetas y barca, colección particular |
Pinazo, Reverón: dos artistas que coinciden en su
decisión de dar la espalda a lo que no les atrae para vivir dedicados a lo que
les interesa, crear. No, no busquéis semejanzas o diferencias entre sus obras:
ya os he dicho que no se trata de eso. Se trata de atrevernos a decir “preferiría no
hacerlo” cuando de verdad preferiríamos no hacerlo.
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Armando Reverón, Paseo |
El “culpable”
de que nos haya visitado Armando Reverón es, de nuevo, Enrique Larrañaga, quien
parece haberle cogido gusto a que me meta con él en público. No, en serio:
gracias, Enrique. Eso sí, asumo la responsabilidad de haber reunido a dos
artistas tan diferentes y haberlos mezclado, además, con Herman Melville, el
bueno de Bartleby y Enrique Vila-Matas, pero ya sabéis que no puedo reprimir mi tendencia a unir paraguas y máquinas de coser.