En sus dibujos, los niños representan las fachadas de las casas como rostros provistos de ojos y boca. No son los únicos que lo hacen. Cineastas y literatos presentan, a menudo, casas dotadas de ventanas como ojos, casas que nos miran, nos espían, nos vigilan.
En el mejor de los casos, la silueta de una figura -a ser posible, viva y no excesivamente monstruosa- revela la procedencia de esa mirada que atraviesa el cristal de la ventana. En otras ocasiones, no cabe más remedio que admitir que es la propia casa la que nos mira, como hace uno de los personajes de The Haunting (Robert Wise, 1963) al contemplar la mansión hacia la que se dirige: "Me está mirando".
Vean o no, las ventanas de determinados edificios se permiten ciertos insólitos juegos con quienes las contemplan. Contar, por ejemplo, el número de las ventanas que se observan desde el exterior de un edificio es, a veces, tarea complicada.
El desconcierto nos alcanza cuando descubrimos que, en relación con el número de ventanas que podemos contar desde el interior, hay algunas que sobran o faltan. Efectuamos el recuento -estas son las ventanas de la sala, esa la del dormitorio de los niños, aquellas las de la biblioteca...- y las cuentas siguen sin cuadrar.
Podemos pensar, en un caso así, en estancias ocultas o en los juegos extraños a los que se entregan las casas, revelados por algunas de las leyendas relativas a castillos como el de Glamis, en Escocia, o en relatos como El señor Jones, de Edith Wharton.
La casa te mira. ¿Qué es lo que ve?
Me da miedo, pero me gusta.
ResponderEliminarEso es lo que tiene: que asusta tanto como gusta. Aunque yo me inclino por las clásicas historias de fantasmas. Por ejemplo, las de Edith Wharton, Edward Frederic Benson, Montague Rhodes James... En ellas, el gusto es mayor que el susto.
EliminarTambién me gusta, pero ¿qué pasa en el castillo de Glamis?
ResponderEliminarPoca cosa: una lady quemada por brujería y tantos fantasmas legendarios que aquello, más que un castillo, parece la sede de una convención de espectros. Nada del otro mundo. O sí, más bien sí. Pero, entre todas las leyendas de Glamis, la que me interesa en este caso es la de la supuesta habitación oculta, que haría que no coincidiese el número de ventanas desde el interior y desde el exterior. No lo sé: nunca las he contado. Ni siquiera he estado en Escocia.
EliminarPues si las casas miran supongo que veran a las personas que viven en ellas, a las que se acercan de visita, a los paseantes presurosos y a los que deambulan. Los autos, el ganado, o a ambos, según donde esté situada. Las góticas verán los pantanos escondidos tras la niebla o el mar embrabecido y...
ResponderEliminarSupongo que ven lo que los que las miramos creemos que deben ver.
Ahora las que tienen habitaciones con diferentes ventanas según se esté dentro o fuera no tienen nada que ver. Ellas son las protagonistas.
No conocía esa leyenda de Glamis, pero si que es curioso que las casas, no todas, pero las que tienen ciertas historias, dejan de ser viviendas y se convierten en algo con vida propia. No dejan entrar o no dejan salir, sin ellas el paisaje es diferente, atraen y asustan; siempre he creído que es porque las personas tendemos a animar aquello a lo que estamos muy unidos , y es muy fácil encariñarse con una casa, y lo mismo que las mirarmos nos gusta que nos miren.
¡Umm! creo que no me he explicado bien. Yo me entiendo, pero me explicado muy farragosamente. No sé exactamente como decirlo, salvo que no me extraña nada que las casas observen
Te he entendido, Harry :)
EliminarLos niños las pintan bien. Las casas nos ven, nos huelen, nos paladean y nos engullen. Nos miran con cara de buenas, de no haber roto, nunca, una fuente; nos guiñan las ventanas, pestañean persianas... Nos atraen, las miramos, buscamos su secreto, el movimiento detrás de la cortina, la mano que acaricia los visillos, el índice que señala hacia nosotros... el ojo amortiguado en un vano sombreado. De repente se abre una puerta y la curiosidad nos atrapa, nos pierde. En ocasiones, incluso, no nos deja salir. Y allí nos quedamos.
ResponderEliminarLos niños saben dibujarlas.
Me ha gustado mucho lo del guiño de las ventanas y el pestañeo de las persianas, Daniel.
EliminarComo dices, los niños saben dibujarlas.
Los niños saben.