La mirada tiene dos direcciones: si las ventanas son los ojos a través de los cuales la casa o lo que en ella habita nos contempla, también pueden ser la débil frontera que traspasa una mirada que, desde el exterior, se dirige hacia quienes se hallan dentro. A veces, un leve repique en el cristal anuncia la palidez del rostro que surge de repente, enmarcado por las sombras y con los ojos fijos en la escena interior.
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The Innocents, Jack Clayton (1961) |
A través del cristal se cruzan las miradas y el espanto. Lugar de tránsito entre el interior y el exterior, es la imaginación la que lo atraviesa, porque de todos es sabido que las personas bien educadas no entran ni salen por las ventanas, y los espectros, con su capacidad reconocida de atravesar los muros, no necesitan aberturas por donde filtrarse.
Los cristales de ventanas y puertas, sin embargo, son útiles para que los fantasmas manifiesten su presencia a través del reflejo -a fin de cuentas son fantasmas, no vampiros-. Es lo que hace el espectro del funesto jardinero de The Innocents, versión fílmica de la extraordinaria novela de Henry James Otra vuelta de tuerca, cuando su imagen se refleja en un cristal, ante el espanto de Deborah Kerr y el regocijo de sus siniestros pupilos.
¿Qué siente ese ser que apoya sus manos en el cristal y atisba el interior de la vivienda? ¿El hambre del animal salvaje, la excitación del cazador ante su presa? ¿El deseo o la necesidad de causar daño? ¿O acaso la nostalgia de una vida que se le niega, en la que no puede participar si no es a través de la destrucción y el sufrimiento? ¿O, tal vez, solo siente desprecio hacia aquello que contempla al otro lado del cristal?
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Nosferatu, F.W. Murnau (1922) |
A través de la ventana abierta penetra en la casa el horror, pero también, en ocasiones, la luz que, al disipar las tinieblas, lo destruye. Los vampiros lo saben bien. No descorras la cortina, piden, no abras la ventana, no la abras ahora, cuando los primeros rayos de sol recorren la superficie de la tierra para aniquilar a las criaturas de la fantasía.
Algunas noches, cuando tendidos en la cama esperamos que nos alcance el sueño, intuimos cuán frágil es la transparente muralla tras la cual se extienden selvas, montañas, océanos encrespados, bosques y desiertos. En un lugar remoto, al fondo del silencio, rugen las fieras.
Unos pasos quedos se aproximan lentamente a la casa, la rodean, buscan la ventana de nuestra habitación. Al cabo de la eternidad de unos minutos, percibimos el eco de una respiración ajena, un hálito empaña el cristal y un breve centelleo nos revela los ojos que, desde fuera, nos observan. Y entonces, nos dormimos.