domingo, 4 de octubre de 2015

La soledad del bosque





Basta con que el pequeño sea solitario y silencioso o, por el contrario, demasiado exuberante, alegre hasta el cansancio, basta con que sea zurdo, con que cualquier detalle le haga diferente, para que los vecinos, los hermanos y los mismos padres empiecen a dudar. Comienzan todos a barajar recuerdos, estampas de los pocos días, meses, años, de existencia del niño: ¿era ya así cuando nació?, se preguntan unos a otros, y en qué momento le brotó esa risa o desde cuándo esa mirada. Es duro crecer cuando todos recelan, cuando incluso tu propia madre no está segura de reconocerte. Ni tú mismo, tú mismo o el otro, porque no sabes, no puedes saber quién eres en verdad. Te estrujas el cerebro en busca de las primeras, recónditas memorias, pero qué niño no recuerda selvas, bosques, los gritos de las bestias, el estruendo del agua en la cascada. No significa nada, eso no prueba que seas quien no eres.

Henri Lebasque, Niño bajo los árboles

Hablo de niños. En el primer párrafo que acabáis de leer, de los niños cambiados: esa leyenda que forma parte del folclore de muchos lugares y en la que un demonio, un trasgo, un hada, raptan a un niño humano para sustituirlo por uno de los suyos.

Martino di Bartolomeo, Leyenda de San Esteban, detalle, Pinacoteca Civica di San Gimignano, 1401

Martino di Bartolomeo, Leyenda de San Esteban, Pinacoteca Civica di San Gimignano, 1401


Fijaos en esta otra imagen: ¿veis quién ocupa la cuna y, en la esquina superior derecha de la imagen, al diablo que se lleva al bebé?

Grupo Vergós (atr.), Nacimiento de San Esteban, retablo de Granollers, Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona, 1495-1500
En otros casos, son las hadas o los elfos quienes se dedican al hurto de niños:

Henry Fuseli, El niño cambiado, Kunsthaus Zürich, 1780


Podemos verlo en diversas imágenes inspiradas en El sueño de una noche de verano, de William Shakespeare:

Joseph Noel Paton, El sueño de una noche de verano. Los niños cambiados, Glasgow Museums, 1867

Arthur Rackham, El niño cambiado, 1905

Arthur Rackham, El sueño de una noche de verano, 1908

Un ser que no es de este mundo -hada, demonio, duende o trol- se inclina sobre la cuna o atrae a la criatura, algo más crecida, para llevársela. ¿Dónde está el niño? Se lo llevaron. O bien: este no es mi hijo, es un duende o un demonio que dejaron a cambio, cuando me robaron al mío. Deshagámonos del monstruo.

John Bauer, El niño cambiado

La realidad que subyace a estas feéricas leyendas es mucho más sórdida: se trata del abandono de niños por el hecho de ser distintos o porque sus madres, jóvenes solteras, están aterrorizadas, o también, como recogen cuentos como el Pulgarcito de Charles Perrault o Hansel y Gretel, de los hermanos Grimm, porque la miseria impide a los padres alimentar a todos sus hijos. Pero ahí está el bosque, la selva o el desierto, esas bellas metáforas del hambre, el frío, el miedo, el llanto, las fieras, la muerte.

Benjamin König, Hansel y Gretel

Jorge Villalba, Hansel y Gretel I, 2008

Los niños temen un abandono que se puebla de ogros hambrientos y maléficas brujas. Los niños temen ser devorados. 

Un día, muy temprano o, por el contrario, arrebujados entre las sombras de la noche, uno o dos adultos salen de una casa con una criatura demasiado asustada como para entender lo que está a punto de ocurrirle. Se adentran por los senderos del bosque, lejos, muy lejos de las aldeas, de las casas, de los establos, de los hogares encendidos, de la compañía de los hombres y de los animales domésticos, lejos, tan lejos como para que el niño no pueda regresar. No es mi hijo, se dicen, para endurecer aún más sus duros corazones.


Kay Nielsen, Bosque

Los niños no regresan, ya no se sabe de ellos. Se dice –pero son tantas las cosas que se dicen- que algunos aún viven y vagan por los bosques, violentos, salvajes, llenos de rabia. Llenos de pena y miedo. Si desaparecen unas gallinas, si una oveja se encuentra muerta y con la carne desgarrada, no se piensa en un zorro o en un lobo, sino en aquellos desterrados. Porque alguno de estos niños perdidos, abandonados, consigue sobrevivir. Se convierte, entonces, en un niño salvaje.

François Truffaut, El pequeño salvaje, 1970
Un niño asustado, que grita y muerde.

François Truffaut, El pequeño salvaje, 1970


Solo un niño. 

François Truffaut, El pequeño salvaje, 1970

El niño en el que se inspira la película de Truffaut fue capturado por unos cazadores a finales de septiembre de 1799, cerca de los Pirineos. Logró escapar, pero fue atrapado de nuevo. El médico Jean Marc Gaspard Itard se hizo cargo de él e intentó hacer que se adaptase a la civilización. Le llamó Víctor: se le conoce como Víctor de Aveyron. Según algunas teorías, Víctor no era un auténtico niño salvaje, sino un pequeño que había sufrido abusos. Sea como sea, la palabra que le corresponde a ese niño es esta: dolor.

François Truffaut, El pequeño salvaje, 1970

Otra criatura cuya desdicha y extrañeza ha sido recogida por la literatura y el cine es Caspar Hauser. En mayo de 1828 se le encontró en una calle de Nuremberg, con una carta cosida a su ropa. Se le había mantenido cautivo durante mucho tiempo, con la única compañía de un caballo de juguete.

Werner Herzog, El enigma de Caspar Hauser, 1974

Werner Herzog, El enigma de Caspar Hauser, 1974

Peter Sehr, Caspar Hauser, 1993

El niño se aferra a la mano del adulto, alza la cabeza y busca con su mirada esos ojos que, sin embargo, le rehúyen. Siente un tirón en su brazo: vamos, hay que apresurarse. La soledad del bosque no puede esperar.


Hans Emmenegger, El límite del bosque, colección particular, 1924

Con nosotros se marcha
El de mirada solemne:
Ya no oirá el mugido
De los terneros en la cálida colina
O a la tetera en la cocina
Cantar paz para su pecho,
Ni verá el cuello pardo de los ratones
Alrededor del cajón de la harina de avena.
Pues se viene, el niño humano,
A las aguas y lo silvestre
Con un hada, de la mano,
Desde un mundo con más llanto del que puede entender.

(William Butler Yeats, El niño robado)



Ernst Ludwig Kirchner, El límite del bosque, Kunsthaus Glarus, 1935-36 c.
Ten cuidado, Víctor: el fuego quema.
 

François Truffaut, El pequeño salvaje, 1970
 
 


 

25 comentarios:

  1. Espectacular entrada, Carmen. Mitos y leyendas para justificar lo que el hombre, desde que es hombre, ha hecho. Huir de la diferencia, no saber cómo afrontarla y cargarse de razones para despreciar y, al final, herir a aquéllo que les supera y no saben entender.
    Gracias por compartirlo. Con tu permiso, lo comparto yo también.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Elisenda. Un abrazo muy fuerte, desde el bosque.

      Eliminar
  2. Qué linda entrada. Esta vez, casi más que las pinturas, me ha conmovido tu texto sobre los niños cambiados y abandonados y las escenas de las películas. No he visto "El enigma de Caspar Hauser", pero "El pequeño salvaje" la he visto un par de veces y siempre me emociona el dolor de ese niño abandonado y pensar en lo que habrá sufrido en su corta y magullada vida.
    Amanece lloviendo y con viento es Santander, pero el domingo se hace más llevadero si despierta contigo (sí, ya sé que despierto muy tarde, pero duermo mal y leo, a lo largo de la noche, a cualquier hora)
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Qué bonito lo que me dices, Rosa. Gracias.
      A mí también me emocionó la película de Truffaut, además de por el tema, que siempre me ha interesado, porque Truffaut era un hombre con una sensibilidad especial, ¿verdad?
      ¿Sabes que hay un libro de T.C. Boyle publicado en 2012 por Impedimenta que trata sobre Víctor y tiene el mismo título que la película: El pequeño salvaje?
      Ahora me gustaría estar bajo la lluvia. Un abrazo.

      Eliminar
  3. Los niños no regresan, ni los adultos, ni los animales domésticos que en él se adentran. Hay fieras, pues las hueles, y sierpes, pues ves mudas. El silencio profundo, el de las miradas fijas, en el centro del bosque, no es más que una sima de la que no sabes salir. Y luego, de repente, en el claro, te encuentras la cabaña, y huele bien, muy bien. Allí te quedarías, pero vuelves al sendero, sobre tus propios pasos y topas con los pavos. Entonces tienes conciencia de que has salido, porque en el bosque no hay ni pavos ni diablos. Y llegas a la casona, a la que te protege y ves la escudilla en la mesa y la olla humeante. Una sonrisa indagadora os sirve verdura de aroma, de esa que dice mucha verdad.
    -¿Donde habéis estado?
    -Comiendo peras.
    No cuela. Pero es cierto.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ah, pero esa es otra historia. Muy buena, por cierto.
      ¿Hay peras en el bosque? Lo que sí que hay son moras, arándanos, grosellas, fresas silvestres...

      Eliminar
  4. Ummm, esta entrada no me ha gustado mucho, pero no por la entrada, qué como siempre está impecablmente contada, si no por el tema. La maldad humana es tanta que es capaz de abandonar a los suyos. Algunos animales también lo hacen, pero menos.

    Los cuentos, ahora más deslavados, son crónicas históricas que se pierden en el tiempo, pero tan verdaderas que cuesta creerlas. Y el arte, que como los cuentos, refleja la historia, nos deja preciosas imágenes de relatos espantosos. Po suerte, no siempre.
    Una paradoja más de este mundo, lleno de cosas maravillosas y otras que dan miedo.
    GRACIAS Carmen y feliz domingo a todosss

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es cierto, es un tema que duele. El sufrimiento, y más en particular el de los seres más desvalidos... no sé cómo decirlo, nos deja a la intemperie, tan impotentes, tan en carne viva.
      La realidad que subyace a cuentos, mitos y leyendas es muy poderosa, a menudo terrible. Seguramente por eso la contamos de ese modo, revestida del "érase una vez": para no callarla y, al tiempo, para poder soportarla.
      Un abrazo, Harry.

      Eliminar
  5. Impresionante el primer párrafo de la entrada, Carmen.
    Imágenes significativas, bellas para mí las de Arthur Rackham, Nielsen,... :-), complicado no seguir escribiendo nombres.
    Saludos, Carmen.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Mujer en los cincuenta. Sobre lo que comentas acerca del primer párrafo, te confieso que a veces tengo que echar el freno, porque, si no, en lugar de escribir una entrada, acabaría enfrascada en un relato o una novela, porque las palabras echan a correr.
      Citas a Rackman y a Nielsen: el mundo de la ilustración es fascinante. ¡Ha habido y hay en la actualidad ilustradores tan buenos que cada una de sus obras encierra en sí misma una historia!
      Un abrazo y gracias.

      Eliminar
  6. Hola Carmen, al habla un zurdo... será que yo también soy hijo de los trasgos o los elfos del bosque???? entendería muchas cosas, jajajaj.
    En serio, espectacular la entrada. Me encanta el enigma de los bosques, los mitos, las leyendas y la cruel realidad que se esconde en los ahora edulcorados cuentos clásicos. A mi Hansel y Gretel siempre me ha dado mucho miedo y es que la verdad es que es una historia espeluznante.
    Ya te recomendé una vez un libro sobre casas y laberintos, ahora te recomiendo otro, es un best seller español en forma de trilogía escrito por Dolores Redondo. Seguramente hayas oído hablar de estos libros, la trilogía de Batzan. Ahí también hay mucho bosque, muchos mitos, muchas leyendas, muchas cosas que se escapan al entendimiento y muchos muchos muchos niños perdidos. Aunque no es literatura con mayúsculas es muy entretenido de leer, se disfruta.
    Un abrazo!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pero, hombre, ¿cómo puedes dudar acerca de tus orígenes en el bosque? Ya te pasaré el cuestionario para reconocer a niños cambiados y saldrás de dudas.
      Leí el primer volumen de la trilogía y me gustó todo lo relativo a las leyendas, pero me entró un ansia irreprimible de asesinar a don Perfecto, el marido de la protagonista, de modo que no pasé al segundo tomo porque no quería cometer un crimen literario. Si me dices que don Perfecto es, en realidad, un psicópata, un asesino en serie, un diaño (qué bonita es la palabra y qué arcaica suena) travestido de virtudes, me animaré a seguir.
      Un abrazo, trasgo Juanan.

      Eliminar
    2. Buenooo, don perfecto va perdiendo presencia a medida que avanza el misterio y las leyendas asi que por esa parte, tranquila. ;-)

      Eliminar
  7. Me ha maravillado el post. El otro día estaba con mi madre(que lleva una racha muy deprimida) viendo un documental de Félix Rodriguez de la Fuuente que emiten a la hora de comer, y explicó la historia de Caspar, así que por curiosidad esta semana estuve investigando.
    En mi casa hemos hablado mucho de esos cuentos, niños abandonados por sus padres y que luego se han ido mitificando.
    Y claro, como todos somos muy fantasiosos disfrutamos mucho con estas historias tenemos un libro de Luciano Castañón que habla de todos los seres mitolígicos de los bosques asturianos, trasgus, xanas, busgosu, nuberu y muchos más...me encanta.
    Por cierto, las pinturas de Martino di Bartolomeo no las conocía, o al menos no las recuerdo, qué curiosas.
    Como siempre un post genial, deberías hacer un libro con todos porque son inmejorables. Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tenéis un folclore riquísimo, en Asturias. Bueno, en general, en todas las tierras bañadas por el Cantábrico.
      Hay otras pinturas y esculturas, sobre todo medievales y tardomedievales, que plasman esta sustitución del niño por un diablo. Las imágenes que tengo de varias de ellas no son de calidad, y por eso no las he incluido en la entrada. Es muy interesante el modo en que la fábula -la fábula construida sobre una triste realidad- se incorpora a las vidas de personajes como San Esteban. Todas estas herencias, fusiones, metamorfosis... son fascinantes.
      Un abrazo, Marigem.

      Eliminar
  8. ¡Qué preciosa, preciosa entrada!, además de El Bosque. Para mí, no un escenario, sino un ser en sí mismo. A quién extraño cuando estoy un tiempo sin verlo; a quien quiero muchísimo. En un bosque, uno mío, uno inventado a medias, pasaba mi vida silenciosa en la infancia, y cuántas, cuántas cosas maravillosas pueden ocurrir en un bosque.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Tú también, Eva! Ahora entiendo por qué a menudo estamos tan cerca: porque las dos habitamos bosques que a medias forman parte de nuestra infancia y, a medias, de nuestra imaginación. Te mando un abrazo de bosque bueno, con sus colores, sus olores, sus sonidos.

      Eliminar
  9. Y esos niños contemporáneos, como la pequeña Melany, o Yeremy Vargas, secuestrados por gente perversa. Cuando yo era niño, mis padres me atemirizaron con el viejo del saco, para que no hablase con desconocidos. Veo que era cierto. esos personajes siguen vivos y actuando. Veo niños y su fragilidad, y me conmuevo al penser en lo que puede sucederles.
    Muy bonita, y entrañable, entrada.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Esa es la realidad terrible que leyendas y cuentos traducen a un lenguaje más o menos soportable. Anoche, hablando sobre el tema, comentaba en casa que lo que intento es no entrar en la cabeza de cualquiera de esos niños, no sentir su miedo, porque me quiebra.

      Existen los ogros, pero no se parecen a los de los cuentos.

      Eliminar
  10. Ya no hay bosques cerrados, sombríos, sobrecogedores,...donde se olvida a niños que conocían su destino. Ahora las ondas de luz iluminan e informan de lo más oscuro del alma que usa a los niños. Una cuneta a la vista es suficiente para abandonar lo que estorba. Prefiero las leyendas y cuentos aunque también hablen de su desgarradora indefensión. Ya no hay bosques como el de Nielsen. Gracias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Conocían su destino? No lo sé. Ese es el punto: su desconcierto, su imposibilidad de comprender lo incomprensible. Bueno, tampoco nosotros podemos comprenderlo.
      Sí que hay bosques, Galefod. En algunos resuenan las voces de los niños perdidos. Pero tienes razón con lo que dices de las cunetas.

      Eliminar
  11. Hola Carmen,
    Me ha conmovido mucho tu entrada. Está llena de dolor, superstición, mezquindad humana y oscuridad medieval...esos mitos y leyendas desaforados que tantas y tantas veces nos han sido transmitidos como cuentos para no dormir en las noches de tormenta y que nos han hecho empatizar con destinos terribles como si se tratara de un futurible destino propio. El miedo de los niños, por imposición adulta, es un miedo que tiene una base material, histórica, legendaria, ancestral, y son precisamente muchos los adultos y su irresponsable ignorancia los que prenden la mecha y provocan el abandono, muchas veces es un abandono moral, no solo físico. Proveniente de aquellos padres que parece que están pero que en realidad no existen. En la actualidad también hay bosques profundos, desarraigados, repletos de niños robados.
    Las pinturas y la bibliografía me han parecido excelentes como complemento del contenido. Es un análisis poético, alegórico, literario, con grandes tintes de realidad por la práctica social llevada en tiempos pasados, verdaderamente fascinante. Comparto con mucho gusto.
    Un beso

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Qué bien lo has explicado, Marisa. También ese punto tan importante del abandono moral. "En la actualidad también hay bosques profundos, desarraigados, repletos de niños robados", escribes. Sí, así es. Por desgracia. Y niños que se hicieron adultos sin encontrar la salida de ese bosque que no era bueno. Un abrazo.

      Eliminar
  12. Poco puedo añadir que no te hayan dicho, Carmen. Por eso, prefiero guardar silencio y dejar que las acertadas palabras de otros que me han precedido con sus comentarios sean las que reflejen mi opinión. Nunca mejor expresada. Una entrada excelente, como siempre.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Carmela, por tus palabras, por tu silencio, por estar aquí. Un abrazo.

      Eliminar