viernes, 18 de noviembre de 2016

Yo volveré a caminar por el tejado




Nosotras subíamos a los tejados. Nos vieron desde el pueblo, se asustaron: creían que podíamos caer. No caíamos. Para caer, habríamos debido tirarnos, quizás con los brazos extendidos como alas. Sabíamos que podíamos volar, pero no así. Sabíamos que nuestros brazos de niñas eran solo brazos de niñas. A ninguna de nosotras se nos ocurrió lanzarnos al aire. No había peligro en los tejados.


Paul Cézanne, Vista sobre los tejados de París

Martin Bloch, Tejados de Kensington después de un bombardeo
Queríamos explicárselo a los vecinos del pueblo, decirles: no hay peligro. Nos daba pena que se asustasen por nosotras. A lo mejor fue eso, la pena de asustarles, lo que nos hizo abandonar nuestros tejados. Podríamos haber burlado la prohibición, arrostrar los castigos sin que eso implicase, tampoco, un desafío. Pero asustar a otros, aunque no hubiese motivo, no nos gustaba. Así que nos despedimos, con tristeza, de la visión de los otros tejados y el trazado de las calles; les dijimos a las nubes y al cielo: “a partir de ahora, tendremos que miraros desde abajo”. ¡Adiós, tejados! ¿Adiós? No, por supuesto que no: hubo más tejados, y algunos de ellos sí que implicaban riesgo.


Chaim Soutine, Paisaje con tejados rojos

Pablo Ruiz Picasso, Tejados azules

Un tejado mojado, por ejemplo. Había que acceder a él por un tragaluz. Veía lo empinado de los faldones, las tejas viejas y resplandecientes por la lluvia. Dudé. Allí no se requería el ansia insensata del vuelo: bastaba con algo tan sencillo como resbalar. ¡Era tan fácil! “Espérame, te ayudo”. Había visto cómo el hombre conducía a otras compañeras hasta la cumbrera. “A mí, no”, dijo mi orgullo, así que salí por el tragaluz y fui equilibrista de la lluvia. Ese gesto tan nimio me hizo crecer de nuevo en la niña que, arrojada al agua, aprende a nadar porque, si no, se ahoga, o en la que monta sin saber en la bicicleta para lanzarse a las caídas hasta que ya no cae y avanza, puro viento. Sola, como se hacen las cosas importantes, ya sabéis: nadar, ir en bicicleta, caminar por los tejados.

Camille Pissarro, Los tejados de Ruan

Auguste Herbin, Los tejados de París bajo la nieve
¿Y un tejado cubierto por la nieve? ¡Ah, no, caminar por él me parece excesivo! Tal vez otros puedan: yo me retiro a contemplar su blancura inicial, mucho antes de que alguien pueda citar a Georg Trakl con su “nieve negra que cae del tejado”. Mirad, vamos a instalarnos en el estudio de algún pintor y a través del cristal de la ventana veremos los tejados bajo la nieve, las chimeneas, la ciudad extendida en el silencio del invierno. Imaginad que tenemos entre nuestras manos una humeante taza de té o de café, y el bienestar será completo. 

Igor Grabar, Tejados bajo la nieve

Gustave Caillebotte, Tejados nevados de París

Peder Severin Kroyer, Copenhague. Tejados bajo la nieve
Que las ventanas de los pintores asomen a los tejados se explica por la luz: dónde mejor que en lo alto para atrapar la luz en la paleta y embeber en ella los pinceles. La luz de la nieve, del sol, de los distintos matices de cada uno de los días, de cada una de las estaciones del año. La luz y esa vida que late y a veces bulle y a veces parece rendirse a un breve sosiego en la ciudad que se despliega ante la mirada del artista. No solo su mirada: cuántos, entre quienes no somos, ni fuimos, ni nunca seremos artistas, buscamos anhelantes las alturas, esos últimas plantas de los edificios para soñar que vamos más allá de la ciudad para rozar el cielo. 

Henri Martin, París. Vista desde el estudio del artista

Charles Ginner, Tejados

Robert Barker, Panorama de Londres (1792)
En algunas de estas vistas tomadas desde la altura vemos el mismo recurso utilizado desde finales del siglo XVIII por los pintores de panoramas, ese espectáculo visual nacido en 1787 que consiste en una pintura de grandes dimensiones, con un ángulo de 360º y cuyos límites coinciden con el horizonte visual del espectador. El recurso no es otro que el de incluir en el primer término de la imagen un fragmento de tejado o del antepecho de una azotea para acentuar, en el caso de los panoramas urbanos, el realismo de la representación.

Gustav Cariot, Los tejados de París

Charles Ginner, Los tejados

En los tejados aflora el gato que, como un dios oculto, encierra nuestro pobre cuerpo de humanos. Allá, sobre las tejas, uno se entrega al violín o al beso, y es inevitable recordar a García Lorca y “los tejados del amor, con gemidos y frescas manos”.

Marc Chagall, Violinista

Marc Chagall, Enamorados sobre un tejado

Albert Marquet, Los tejados de París

Allí, también, el paso del tiempo –horas, días, vidas, siglos-, la solitaria mirada que se abisma en el horizonte: ella sí caerá una y mil veces, como un cuerpo muerto; ella alzará el vuelo.  

Los tejados se inclinan
bajo el peso de las lluvias
de infinitos inviernos.
(Jorge Teillier)

André Lhote, Los tejados de Burdeos bajo la nieve

Othon Friesz, Tejados y catedral de Ruan

Tejados rojos, azules, grises, ocres, negros; tejados de las ciudades, de los pueblos, de los campos.

Jean Dufy, Los tejados rojos

Albert Marquet, Los tejados negros de Audierne

Paul Gauguin, Los tejados azules

Paul Cézanne, Los tejados
Tienen otro sabor, otra forma de crecerse, los tejados rurales. La lluvia en ellos es más verdad o, al menos, así me lo parece, aunque admito que lluvias y nieves y también, por qué no, soles, derraman sobre las ciudades un hálito de esos otros mundos que escapan de cementos y asfaltos. Otros olores, otros sonidos, descienden de estos tejados que, de improviso, nos hablan de los campos. 

Maurice de Vlaminck, Los tejados rojos

Jean Dufy, Tejados

Alexei Jawlensky, Tejados rojos

Pablo Ruiz Picasso, Los tejados de Barcelona
No solo tejados: también las azoteas que configuran otro tipo de paisajes de altura aparecen reflejadas en la pintura. La planitud de los terrados, tan característica de determinados tipos de clima, acoge tareas como la de extender la colada, por ejemplo, pero también ofrece recreos, vistas privilegiadas, alivios nocturnos a los calores estivales, sociabilidad o, por el contrario, íntimo recogimiento. A esa ciudad que crece por encima de la ciudad se desplazan también los pintores con sus pinceles. 

Edward Hopper, Mi tejado

Marc Chagall, El gallo
¿Descendemos ya del tejado o nos quedamos un rato más en él, viendo el vuelo de las aves? ¿Qué os parece? Tal vez alguno de vosotros lea este texto al anochecer, cuando, como escribe Trakl, “del tejado se desprende la penumbra”. ¡Acaso alguien lo lea en una azotea o incluso en un tejado! Todo es posible, ¿no? ¿Incluso lo que nos dice Yevgueni Yevtushenko?

yo, otra vez joven y siempre libre,

arriesgando la vida, sonriente y fuerte,
volveré a caminar por el tejado 

Marc Chagall, Los tejados rojos

 
  

35 comentarios:

  1. Bueno Carmen, es un placer que tú manera de presentarnos a esa Carmen Pinedo pequeña tan aventurera de los tejados, nos suba a las alturas, y a través de ella nos lleve de la mano con esa elegancia tan tuya a conocer los tejados de diversos pintores.

    Que gusto da entrar en esta casa,aunque no tenga uno ni miserable idea (perdona mi ignorancia en estos terrenos) de quién es un artista plástico u otro, ni de la magnitud histórica de sus obras a través del tiempo.

    De eso se trata, del arte que tú tienes para introducirnos en la pintura sin que se haga pesado, por que es todo, todo lo contrario.

    Tendrían que haber muchas Pinedos en la vida regando entre la gente la pasión por la pintura.

    Me encantó Peder Severin Kroyer.

    Un saludo.

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    1. Pequeña... y mayor. Aunque hace tiempo que no me dedico a recorrer tejados.
      Entras en las obras, gozas de ellas. Si eso te lleva a otras obras, a otros artistas, para seguir disfrutando, está bien. De eso se trata.
      Lo de muchas Pinedos da un poco de susto. ¿Te acuerdas de los Gremlins?
      Un abrazo, Jonh.

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  2. Carmen querida...no por casualidad arriba a mi este tema que hoy recibo y guardo en mi corazón de "obsesiones" .Es que no hace mucho mi hijo me regaló EL HUSAR EN EL TEJADO de Jean Giono a quien admiro profundamente...Tu paseo me recordó la intensa y sagrada vida y misión de ANGELO ,el husar,que no dejó por un segundo su condición humana de lucha por la vida...la solidaridad ante las muertes...la valentía para cambiar de noche de morada entre los techos desde donde se adentraba en una increíble esperanza.Me identifiqué con sus visiones aéreas....sus valores mas allá de la muerte....u condición de "desertor" y "extranjero",su fidelidad al HOMBRE mas allá de ideologías....ESTO LO CONSIGUEN LOS TEJADOS,CARMEN....REALES O MENTALES...ME HAS EMOCIONADO PORQUE ESTO NO PUEDO DARLO A ENTENDER A CASI NADIE.....GRACIAS POR SER COMO ERES....MI ABRAZO FRATERNO !!!!!!Vic

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    1. La solidaridad, la valentía, su fidelidad al hombre...
      Dices que te he emocionado, Vic. Te leo y lloro. Estoy llorando. Abrázame muy fuerte, por favor.

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    2. Comenzare a entrar en las casa...los encierros...los claros del olvido....empezar siempre de nuevo....no hice esto toda la vida...?
      Te abrazo en reconstrucción...siempre de nuevo!!!!

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  3. Me ha emocionado, es una auténtica maravilla esa capacidad tuya de eslabonar el arte con tus vivencias , reales o imaginarias, es lo mismo porque lo que emociona es esa carga de belleza y de lirismo que encierra. Un placer.

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    1. Vivencias reales hasta el momento, Kattalin. El día que empiece a entreverar mis pequeñas locuras artísticas con la imaginación... ¿qué sucederá? Gracias por acompañarnos en el tejado. ¿Te has abrigado bien? Mira que ya “del tejado se desprende la penumbra”.
      Un abrazo.

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  4. Los tejados de París llenos de gatos y de buhardillas, los tejados azules y rojos de Chagall llenos de amantes, gallos y violinistas y mi favorito, el tejado de Hopper que no muestra, pero deja adivinar el depósito de agua cercano, fuera de lienzo, o tal vez se muestra la parte superior del depósito... Lo estoy leyendo al anochecer, pero no desde un tejado. Hace viento y tengo un cierto vértigo que me lo impide. Lo disfruto más aquí, bajo el tejado que me protege y me guarda.
    Maravillosos los cuadros, maravillosas las palabras.
    Un beso.

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    1. Cuánta vida allá arriba. Y bajo los tejados, como dices, cuánta protección, cuánta vida también. Es curioso lo del vértigo: yo no puedo subir por una escalera de mano, es imposible. ¡Siento vértigo incluso cuando es otra persona la que sube por ella! Y, sin embargo, no lo tengo por las alturas: si en un tejado soy gato, me parece que en el monte... me convierto en cabra ;) Aunque luego no sé bajar, imagínate qué inútil.
      Un beso, Rosa.

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  5. Principalmente, asocio los tejados con el invierno y la noche, aunque tras disfrutar muchísimo con tu entrada, ya no sé si mi asociación será la misma. Por las vivencias infantiles que nos cuentas, imagino que eras una niña traviesa, curiosa e inquieta y también intuyo que esas características siguen muy activas todavía, no tanto como para trepar a un tejado por medios poco ortodoxos, sino accediendo a ellos a través de escaleras, aunque estas sean empinadas. No cambies, Carmen. Mantente firme en tu tejado desde donde nos cuentas tus vivencias, impresiones, ilusiones y fantasías al tiempo que nos describes los mundos fantásticos de aquellos artistas a los que tan próxima te siento. Un besazo.

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    1. ¿Traviesa? No, qué va: era un ángel. En realidad, cuando estuve a punto de quemar la casa fue casi sin querer... O las trastadas que hacían las tijeras en las cortinas... O... En fin, lo que te digo: un ángel.
      Carmela, estoy pensando en un regalo para las fechas navideñas o ya cerca de ellas. Un regalo muy, muy especial y muy bello, que viene del sur. Su nombre empieza y termina por "a". En fin, ya sabes de lo que hablo. ¿Qué te parece? Estoy reservando ese regalo, como un buen vino, para fechas especiales.
      Un abrazo grandote.

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    2. Empiezan a temblarme ya las piernas, Carmen.jajaja. Brindaremos juntas con un buen vino y celebraremos nuestra unión con la pluma y el papel(digital). Será mi bautismo y tu mecenazgo. Un besazo. Estoy convencida de que tu ángel de la guarda ha hecho muchas horas extra contigo cuando eras pequeña o como tú dices, un ángel; otro, pero de cuidado.¿A que sí?

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    3. ¡Imagínanos a las dos en un tejado con un buen vino!
      Sobre ángeles de la guarda, no te creas... El otro día, a raíz de esta entrada, tres amigas contaron que a los dos y tres años las pillaron a dos de ellas, en el tejado, y a la tercera... ¡en la cornisa de un edificio!
      Un abrazo enorme. Tengo ganas de decir: "¡tachán, tachán!Con todos ustedes..." ;)

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  6. Descubrir a la niña Carmen es tan emocionante como caminar por los tejados. Qué bella entrada Carmen :) y qué magnífico final. Un fuerte abrazo.

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    1. Niña Herminia, niña de los tejados y de las bicicletas y de todo lo importante que hay en la vida, ¡gracias! Un abrazo enorme.

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  7. ¿Quién no ha subido al tejado y se ha sorprendido al ver un mundo distinto construido sobre el conocido, rutinario, habitual?. ¿Quién no ha presentido una atmósfera de misterio en esas tapas peligrosas encubridoras de lo privado?. ¿Quién no ha mantenido un lapso de tiempo la respiración para escuchar el silencio o el rumor lejano que ascendía perdiéndose entre las tejas y los campanarios?.
    Al hablar del peligro me has recordado otro suelo resbaladizo por el que de niños nos atrevíamos a caminar: las pesqueras o presas que atravesaban el río, cubiertas de ovas, por las que el agua caía moviendo el molino o el generador. ¿Inconsciencia o el impulso por la vida?. Agradecido como siempre.

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    1. Es verdad lo que dices, Galefod: cómo cambia el mundo conocido cuando se observa desde distintos niveles; en cuántos mundos distintos se ramifica. ¡Y la mirada que se nos escapa hacia lo lejos!
      Tienes la virtud de hacer ver lo que cuentas. Ya me ha pasado con otros comentarios tuyos. Ahora te veo -os veo, porque no estás solo- atravesando el río sobre esos suelos resbaladizos. Oigo el ruido que hace el agua y también otros ruidos, tal vez el de un motor.
      Gracias, Galefod.

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  8. Que bonito texto, Carmen, contado desde tu perspectiva los tejados adquieren un bonito paisaje, y pasaje a otros mundos.

    Las pinturas son muy hermosas, algunas me recuerdan al pueblo en el que vivo, casas y casitas de planta baja, mi gatita se paso buena parte del verano subida al tejado de casa.

    Un gusto volver a visitarte.
    Abrazos:-)

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    1. ¡Hola, Mila! Imagínate cómo tiene que ser la vida en el tejado para esos filósofos peludos que son los gatos, si ya para nosotros, pobres humanos, es fascinante. ¿Verán desde allá arriba lo mismo que vemos nosotros?
      Un fuerte abrazo, Mila. Y, ya sabes, saludos felinos de mi gata a la tuya.

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  9. Muy bonitas tus letras Carmen y preciosas las pinturas que las acompañan, será que desde arriba se amplía la perspectiva, todo se ve distinto y a veces toca alejarse para poder ver con más fuerzas.

    Es difícil escoger entre miradas tan precisas aunque hoy me voy a quedar con esos tejados de Paul Cézanne y de Jean Dufy.
    Besos

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    1. Buenos tejados te llevas, Conxita. Esta es una frase muy acertada: "será que desde arriba se amplía la perspectiva, todo se ve distinto y a veces toca alejarse para poder ver con más fuerzas". A menudo es difícil, por ese mundo de urgencias que nos rodea, pero sí, tienes razón: hay que subir al tejado, detenerse, mirar desde lo alto. Respirar.
      Un fuerte abrazo.

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  10. A mí también me encantaban subirme a los tejados de niño y todavía hoy, cuando voy a visitar a mis cuñados a Benidorm y salgo a la terraza de su décimo piso, fantaseo con poder volar entre los rascacielos, lo que daría por poder hacerlo. Será que no acabo de crecer en ciertos sentidos...

    Recuerdo una novela de Álvaro Pombo donde los protagonistas, niños también, fantasean al subir al tejado como si escalaran el Himalaya. Ese anhelo de las alturas como el de los pintores que señalas, traen una mirada más de adulto, un poco enajenada en ocasiones. Me ha gustado mucho el cuadro Chagall con el que cierras el post.

    Saludos.

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    1. ¿Qué novela es? ¿El héroe de las mansardas de Mansard u otra? Ay, qué poquito he leído aún de Pombo. ¡Como de tantos otros escritores! Creo que debería dejarlo todo, subirme al tejado con un montón de libros, provisiones... y la gata, claro.
      Gerardo: no crezcas. No vale la pena.
      Un abrazo, ser que vuela entre los rascacielos.

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    2. Se me olvidó citar el título, se trata de Aparición del eterno femenino contada por su majestad el rey, te pongo el link de la reseña: http://varadoenlallanura.blogspot.com.es/2015/06/aparicion-del-eterno-femenino-contada.html.
      Saludos.

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    3. ¡Gracias, Gerardo! Me lo subo al tejado ;)

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    4. Perdón por inmiscuirme en vuestra charla, pero me ha resultado tentador meter baza y agradeceros a ambos haberme descubierto esta tierna novela de Pombo. Es una delicia. Admiro el estilo de Pombo y la capacidad que tiene para dar voz a personajes tan diferentes y tan reales al mismo tiempo. El Ceporro está siendo todo un descubrimiento para mí. A veces me identifico tanto con él que, "cuando pienso, no salgo de dudas" (pensamiento suyo que, tras la lectura de esta novela, he hecho mío). Un abrazo a los dos,de una "Ceporra".

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    5. ¡No te inmiscuyes! ¡Nunca! Refuerzas mi deseo de leer más de Pombo. Otra "Ceporra" te manda un abrazo bien fuerte, Carmela.

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  11. Que maravilla Carmen, que paseo nos has dado por los tejados, el recuerdo de niña, espero que nunca te caigas de un teado. Algunos tejados he pintado yo estoy buscando en el recuerdo. Un abrazo

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    1. ¡Una pintora en el tejado! Eso está bien, muy bien. El caso es que tan atractivo es mirar desde el tejado como el tejado en sí, ¿verdad?
      Un abrazo, artista.

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  12. Hola a todos y GRACIAS Carmen:
    bonito tema el de hoy. Y da para mucho más de lo que pensaba, en todos los aspectos: estilos, colores, formas y tamaños.
    La verdad es que, aún siendo tan importantes en nuestra vida, no suelo reparar en ellos, conscientemente, pero al leerte me he dado cuenta que si lo hago inconscientemente. Tengo un cariño especial por las azoteas, aunque en el norte (España, en mi caso) no tienen futuro. No son peligrosas, se pueden aprovechar mejor y las vistas son tan buenas como cualesquiera. Además el tejado, a su manera, es una buena representación del hogar. Y no hay mejor sitio para colocar una veleta, que me gustan mucho y cada vez se ven menos.
    Gracias Carmen por traerme tan buenos recuerdos y alegrarme la vista con esos preciosos cuadros.
    Saludos,

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    1. La mía, en cambio, es tierra de azoteas, y bien que las disfruté mientras vivía en la ciudad. En lugares más cálidos aún, son el lugar donde, llegada la noche, la vida cobra vuelo con el frescor. Tejados, azoteas... Allá arriba estamos. Un abrazo, Harry.

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  13. Yo solo subía a una terraza vecinal de mi casa, donde en verano era un calor sofocante y en invierno, no me dejaban. Pero encantada de las vistas de Madrid que me ofrecía.
    Me ha encantado

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    1. ¡Pero en verano tendrías que haber subido cuando refrescaba, y en invierno cuando hacía sol! ¡Lo hacías al revés, Esperanza Mar! Eso sí, imagino que, con frío o calor, las vistas valían la pena. Un abrazo, fotógrafa.

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  14. Tres son los recuerdos más vivos que tengo sobre azoteas: Mi primer contacto con la nieve, esa nieve que tanto cuesta que caiga en el Mediterráneo y que cubrió totalmente la azotea de mi abuela. Mi tio y mi padre me hicieron un muñeco con nariz de zanahoria y bufanda. Fotografía de rigor con el abriguito de cuadros y el gorro de lana que tanto picaba.
    La azotea de la casa de mis bisabuelos en el pueblo. Las niñas esperando que pasasen los niños en bicicleta para lanzarles piedras. Inconscientes del daño que podíamos causar, era el deporte de ese verano.
    Mis primeros sueños de adolescente invitada a una boda de postín. Bronceado expres en el mes de enero y febrero con un frío de miedo pero aguantando estoicamente para tener un poco de color, ese que se me negó de nacimiento pero que tantos piropos me supuso por parte de mi suegra, nacida en un pueblo de La Mancha en el que sólo los segadores y segadoras tenían la tez morena. Eres tan blanca! sinónimo de casi estirpe principesca.
    Gracias, Carmen por hacerme recordar esos episodios de mi vida. Un beso, guapísima.

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    1. Tres historias de altura: la nieve (ese casi sueño para nosotras), la caza del niño (ejem, yo no puedo hablar, porque cuando era muy pequeña lo que cazaba era señores calvos, a fuerza de tirarles desde la ventana pinzas de tender)y, en oposición a la nieve de la primera historia, la piel bronceada (o, si quieres, en vez de esa oposición, la concordancia entre la nieve y tu piel blanca).
      Un abrazo, Eli. Tengo ganas de que nos cuentes cómo va... lo que va.

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