Cuando mi
madre era niña, trepaba a los árboles para arrojar piedras a las parejas de la
guardia civil que se dirigían al orfanato donde se crió. El ídolo de su
infancia fue Tarzán: un niño que tampoco tenía padres.
Heredé de
ella la afición a trepar a los árboles, aunque no la de apedrear a las personas
que pasaban bajo ellos, ya fueran uniformadas o no. En lugar de ascender por
las ramas con los bolsillos llenos de piedras, yo llevaba un libro y una
manzana. El libro era imprescindible; la manzana, una concesión literaria.
Había leído que las heroínas de las novelas comían manzanas mientras leían
subidas a un árbol, y aunque por aquel entonces no me gustaban demasiado las
manzanas, no tenía más remedio que comerlas si quería ser una auténtica
niña-arbórea.
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Edvard Munch, Manzano,
1902 |
Todavía hoy, cuando hace
ya mucho tiempo que no trepo por los troncos ni brinco de rama en rama, siento
que no hay hogar más acogedor ni mejor lugar para vivir que la copa de un
árbol.
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René Magritte, Dieciséis
de septiembre, 1956 |
¿No os parece que los
árboles son más humanos que muchos humanos? Cada uno de ellos tiene su rostro,
su personalidad, su propia voz, su forma de escuchar, sus gestos. ¡Qué bien
escuchan los árboles!
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Chaim Soutine, Árboles,
1935 c. |
Vincent Van Gogh lo sabía
muy bien. Con cuánto amor, con cuánto respeto se aproxima a la intensa vida
interior de los olivos, de los cipreses. Tormento, éxtasis.
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Vincent Van Gogh, Olivos,
1889 |
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Vincent Van Gogh, Campo
de trigo con cipreses, 1889 |
Pero es que Van Gogh… era un árbol.
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Vincent Van Gogh, Cipreses,
1889 c. |
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Vincent Van Gogh, Olivos
en un paisaje de montaña, 1889 |
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Edvard
Munch, Manzano, 1920-28 |
En la casa donde pasábamos las vacaciones había unos
pocos árboles frutales. Mi tía Ana, que era apasionada como Van Gogh y, como
todas las mujeres de la familia, un tanto disparatada, solía llorar junto a
ellos. Cada vez que veía un fruto echado a perder o caído a tierra porque no lo
habíamos cogido a tiempo, rompía a llorar y exclamaba, de un modo desgarrador:
“¡Con el hambre que hay en el mundo!”. Al principio nos preocupaban los
impresionantes disgustos de nuestra tía; después nos acostumbramos a ellos y no
era extraño que nuestra madre nos dijese: “Id a consolar a Ana, que está
llorando en el huerto”. En esos momentos, sin embargo, nuestra tía era
inconsolable.
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Edvard Munch, Manzano, 1921 |
Tal vez le habrían apaciguado los árboles de Piero
della Francesca o los de Leonardo, ya que los pobres frutales le causaban tales
zozobras.
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Piero della Francesca, La adoración del árbol por la reina de Saba, 1452-66 |
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Leonardo da Vinci, Anunciación, detalle, 1472-75 |
El árbol subraya los tiempos, las edades, revela
los estados de ánimo. Nos ancla a la tierra, con sus raíces, al tiempo que
eleva los brazos hacia la luz y el aire.
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Vincent Van Gogh, Almendro en flor, 1890 |
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Paul Cézanne, El
gran pino, 1889 |
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Tom Thomson, Colores
de otoño, 1915 |
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Giovanni Giacometti, Árbol, 1920 c. |
Qué bello es también el árbol desnudo, reducido a
su esqueleto de tronco y ramas: el árbol que espera, callado, los nuevos
vestidos y las voces de la primavera.
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Egon Schiele, Árboles
en invierno, 1912 |
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Vincent van Gogh, Estudio de árbol, 1882-89 c. |
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Piet Mondrian, El
árbol gris, 1911-12 |
Aunque tal
vez los prefiráis con sus ropas de estreno y la cara recién lavada por esa luz
tierna, tan de mañana, en la que se disuelve el zumbido de las abejas.
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Kasimir Malevich, Manzanos |
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Kasimir Malevich, Manzanos, 1904 |
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Nikolai Sapunov, Manzanos |
O el olor a resina, el ladrido de los perros, las
voces de los niños en el camino: el mediodía de los pinos de Cézanne, cuando el verano extiende su ancha, poderosa mano, sobre la tierra.
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Paul Cézanne, Pino cerca de Aix, 1890-95 |
¿Quizás el estallido de esa vida
intensa que precede al sueño?
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Wassily
Kandinsky, Otoño en Murnau, 1908 |
Siempre los he amado. Cuántas veces me han dado
consuelo, consejo y compañía, cómo me han hablado a través del sonido del
viento entre sus hojas. Porque los árboles hablan, además de ser unos seres
leales a los que se les puede confiar cualquier secreto.
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Lev Lagorio, Pinos |
He plantado árboles, por supuesto. Quien aún no lo
haya hecho no puede saber la ternura con la que se le deposita en su nuevo
hogar, la sonrisa que inevitablemente acompaña toda la operación y el
estremecimiento de duda cuando, al terminar, te preguntas si todo irá bien. A
medida que el árbol crece sientes que algo bueno crece también dentro de ti.
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Vilhelm Hammershøi, Árboles jóvenes, 1907 |
Los árboles ejercen en la composición pictórica un
papel relevante como marco, como elemento que incrementa la profundidad, que
distribuye el espacio… Pero no es de eso de lo que me apetece hablar hoy, creo
que ya os habéis dado cuenta.
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Paul Cézanne, La
montaña Sainte-Victoire con un pino, 1887 c. |
En el pueblo
de mi abuelo, cuando nacía un niño su padre plantaba un chopo o un olmo a
orillas del río. Es una costumbre que también se celebra en otros lugares y una
antigua tradición judía: en este caso, los padres plantan un ciprés por la niña
recién nacida y un cedro por el niño. En algunos municipios de España empieza a
extenderse esta bella costumbre.
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Edvard Munch, Árboles
amarillo y verde, 1913-16 |
También hay en muchos países asociaciones que
plantan árboles en memoria de los muertos y desaparecidos durante las
dictaduras o de las víctimas del terrorismo, esa otra forma de dictadura. Es la
mejor manera de recordar, de hacer crecer la vida.
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Paul Cézanne, Árboles
en Provenza, 1900 c. |
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Paul Cézanne, Árboles,
1900-04 c. |
A veces pienso lo hermoso que sería ampliar este
gesto y que cada uno de nosotros plantásemos un árbol por cada persona a la que
añoramos, por todos los animales a los que quisimos, por cada recuerdo feliz,
por nuestros amores y nuestras ausencias, por cada una de las tristezas que dejamos
atrás, por cada una de nuestras esperanzas, por todo aquello que hicimos mal y
por todo lo que hicimos bien. Imaginad cómo crecen por todo el mundo estos
árboles de nuestras vidas; cómo las raíces, al aferrarse a la tierra, dan
testimonio de que nuestro breve paso por la tierra ha dejado huella.
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Alexei Jawlensky, Árbol negro, 1918 |
Cerrad los ojos y escuchad el bullicio de los
pájaros entre las ramas: cómo, con sus trinos y gorjeos, cuentan al viento que
hemos vivido.
¡ Qué arbolismo tan hermoso has trazado! Creo que los árboles perpetúan a las personas mucho más que cualquier otra cosa. Mi marido regaló un pequeño granado a un colegio para que lo pusiera en su huerto y ahí sigue el árbol, tres años después de que él se fuera, floreciendo cada año y rodeado de niños que lo riegan y cuidan.
ResponderEliminarQué recuerdo tan bello, Caty. Y esos niños que cuidan de él... No puede haber mejor homenaje, mejor modo de perdurar. Un abrazo enorme, Caty.
EliminarQ maravilla
ResponderEliminarArbórea... Venga, Concha, confiesa que lo que te gusta es eso de tirar piedras desde las ramas... ;) ¡Un abrazo!
EliminarHay diferentes formas de expresar sentimientos pero la que se hace por medio de los árboles impacta. Tortuosos, solitarios, agrupados, oscuros, brillantes, ...Con un abrazo les transmitimos nuestra emoción y nos devuelven paz. Gracias Carmen.
ResponderEliminarEl abrazo del árbol, el abrazo al árbol... Sí que nos devuelven paz. ¡Nos dan tanto! Gracias, Galefod, un abrazo.
EliminarMi personaje favorito de Tölkien siempre fue Bárbol.
ResponderEliminar¡Te entiendo!
Eliminar¡El mío también!! Los ents me fascinaban desde la primera vez que leí la novela.
EliminarY el mío...ayyyyy los ents!!!!!!
Eliminar¿Te has dado cuenta que muchos de nosotros en cuanto hablamos de árboles nos vamos a nuestra niñez? ¿Qué motivo habrá? Yo no soy una excepción, mis árboles fueron y son los naranjos, plantados en filas perfectas, que desprendían ese aroma de azahar que tú seguramente conoces tan bien y entre los que jugábamos o recogíamos leña para la paella o caracoles y donde, tarde o temprano, parabas a endulzarte la boca con una naranja. Recuerdos.
ResponderEliminarEs cierto: árboles e infancia. Se ve que en algo nos hemos equivocado con este invento de crecer, sobre todo si nos ha hecho alejarnos de los árboles. ¡Pero podemos volver a ellos! Hablas de naranjos y de parar de cuando en cuando a comer una naranja... Bueno, pues te cuento en secreto que soy una auténtica depredadora de cítricos. Me temo que este año me estoy comiendo un huerto entero. ¡Qué ricas! Un abrazo de naranja, de limón, de pomelo (rojo, que es el que me gusta), de mandarina...
EliminarYa las huelo.
EliminarPrecioso! Tuve una infancia arborícora y siempre que puedo vuelvo a troncos y ramas.
ResponderEliminarComo decía Josevi anoche, los árboles nos conducen a la infancia: ha sido empezar a hablar de ellos y, de inmediato, lanzarnos con la imaginación tronco arriba y, con la memoria, tiempo atrás. Pero qué bueno es volver, como dices, a troncos y ramas. A lo mejor no es un regreso: a lo mejor nunca hemos abandonado aquellos territorios. Un abrazo de rama en rama, Establo Pegaso: nos vemos allá arriba, con manzanas y libros.
EliminarPreciosa entrada, Carmen. Mira, yo tengo los míos también.
ResponderEliminarEl primero es un pino que hay cerca de mi casa, en una huerta abandonada. El único árbol en kilómetros. Se salvó por poco de la fiebre de la burbuja: dos años más de especulación inmobiliaria y se lo llevan por delante. Tendrá cien años o más y también lo retrato un pintor, Antonio López Torres.
El otro es un nisperero que mi mujer y yo plantamos al irnos a vivir juntos. Curiosamente (o no), dio sus primeros frutos el verano que se quedo embarazada. Lo tenemos en una maceta, porque carecemos de espacio, pero no me desharía de él por nada del mundo.
Un abrazo.
Dos árboles muy especiales y cada uno de ellos con una bella historia que nos cuentan con su voz de ramas. Gracias por compartirlos con nosotros, Gerardo. Un abrazo.
EliminarRecuerdos de niñez, en una masía propiedad de mi familia. Casi al final del terreno, cerca del barranco había tres higueras tan magníficas que en verano sus ramas llenas de hojas y de frutos llegaban hasta el suelo formando una cúpula verde tan impresionante que era difícil penetrar en ella.
ResponderEliminarCuando lo conseguías, el silencio y la penumbra era tan grande que estabas en otro mundo. El olor a los higos y a las hojas tan peculiar lo invadía todo. Era mi escondite. Mi lugar único y solitario. Allá donde iba a pensar, a comerme mi merienda o a jugar con mi perro que subía a las ramas con la misma habilidad que yo. El postre lo tenía a mano, sólo estirar el brazo y podía disfrutar de los más dulces y jugosos higos que cualquier humano pueda imaginar.
Y también fue el lugar en el que lloré todo y más cuando tenía algún problema, alguna angustia o, más de adolescente, un primer amor frustrado.
Gracias, Carmen por traerme estos recuerdos. Y por supuesto, cada vez que puedo, planto un árbol... no necesito excusas.
Besos, guapísima.
¡El árbol, la niñez! Qué delicia la casa de la higuera, Eli, esa sombra, ese olor, esos sabores... Y ese refugio, siempre.
EliminarUn abrazo, Eli.
¡Ay, Eli, me recuerdas las higueras de mi abuelo! Me subía a ellas y sentada a caballito sobre una de las ramas merendaba unos higos exquisitos de la variedad gota de miel, tan dulces eran.
EliminarUn saludo.
Por lo que veo las dos sabéis muy bien de lo que hablo. Esa es, precisamente, la magia de los árboles que Carmen nos ha enseñado. Y es una magia compartida, una magia que se repite a compás del verano, en el que, niñas, nos fundíamos en el verde de sus copas.
EliminarRecuerdos que nos llevaremos siempre en el alma.
Qué entrada más bonita!!!!! Me ha encantado. Yo soy muy de árboles, he trepado para leer en ellos muchas veces, generalmente en los manzanos de la finca. Y muchos de mis poemas preferidos son sobre árboles como El olmo herido de Machado, o también de mi querido Machado ese en el que nos habla de la plaza y los naranjos encendidos, o el del limonero que habita junto a la fuente cantarina...
ResponderEliminarMe ha encantado el paseo, lo he disfrutado mcuho y me has recordado algunos cuadros que tenía olvidados. Y tu texto ni te digo.
Besos.
Los árboles que crecen en los poemas, claro, y que tan buena sombra dan también. Un abrazo, Marigem.
EliminarBuenas tardes, Carmen Pinedo. Acabo de conocer tu blog. Los árboles me transmiten los únicos recuerdos felices de mi infancia. Concretamente, los eucaliptos. Gracias. Mi nieto -de cuatro años- piensa que los árboles y los pajaitos pueden conceder "deseos".
ResponderEliminarAraceli, creo que deberíamos hacer caso a tu nieto: a fin de cuentas, a los cuatro años se saben muchas cosas que olvidamos después. Los árboles también están ligados a los únicos (o casi los únicos) recuerdos felices de mi infancia. Tu frase me ha conmovido. Un abrazo, Araceli. Bienvenida.
EliminarQuerida Carmen, con el tema de hoy me has tocado la fibra sensible. Tengo tantos recuerdos asociados a ellos... que necesitaría un libro para contarlos. El primero que me viene a la cabeza es el de un enorme pino que tenían mis padres en lo alto de una loma donde se habían plantado algunos cerezos. Era mi lugar preferido para leer y escribir mi diario en las tardes calurosas de verano. Otro recuerdo está asociado a la búsqueda de caracoles en días lluviosos. Al final de la excursión, solíamos detenernos en un huerto de manzanos para acabar de llenar el cubo con manzanas,¡menuda combinación!; y por último, esta experiencia ya es reciente, disfruté lo que no está escrito con la excursión al Barranc dels Horts en Benassal, Castellón, para admirar y llenarme de energía con la presencia de numerosos robles y encinas centenarios. Se cree que algunos vieron pasar de cerca las tropas de Jaume I cuando iba camino de Valencia. No me extiendo más. Muchísimas gracias por esta entrañable entrada. Si las imágenes son fantásticas, tu texto lo es mucho más.
ResponderEliminarLos árboles y la escritura tienen mucha relación. Te cuento que, en el colegio, solía saltarme las comidas para irme a escribir al bosque. Bueno, la verdad es que me saltaba también las clases para leer y escribir encaramada a un árbol. Qué felicidad. Y los pinos del verano, como el tuyo, y tantos, tantos árboles que nos han acogido entre sus brazos. Un abrazo, Carmela.
EliminarLeo esta entrada y me reconozco tanto que casi podría ser mía si no fuera porque no sé nada de pintura. En cambio sí sé de subir a los árboles, de dibujarlos, de quererlos, se plantarlos. Me río con ganas porque te imagino jugando a ser Tarzán y me río porque yo era Sandokán. ¿Qué te parece?
ResponderEliminarUna entrada genial.Gracias.
Tarzán, en realidad, era mi madre (¡huy, cómo suena eso!). Yo me subía al árbol con la biblioteca incorporada. Lo más gracioso es que nunca he sabido bajar de los árboles ni de las montañas: subir sí, con enorme alegría, pero luego, a la hora de bajar... Bueno, era sencillo: me tiraba. De los árboles, quiero decir. De las montañas... Si os cuento cómo bajé del Teide, os reiréis, seguro. Un abrazo, Milano.
EliminarMaravillosa entrada Carmen. Qué colores, qué formas. En ese manzano de Munch se puede estirar la mano y coger una manzana. El detalled e la Anunciación de Leonardo es de una delicadeza exquisita. Aún recuerdo cuando vi el cuadro en la Galería Uffizi y no era capaz de apartarme de él. Y eso que no es el tipo de pintura que más me gusta.
ResponderEliminarQué maravilla el árbol loco de Giacometti. Porque está loco, ¿verdad? Y los de Cézanne y van Gogh...
Y las hermosas palabras que los acompañan. Es una maravillosa idea plantar árboles por todas aquellas cosas (personas, animales, sentimientos, objetos) queridas que se fueron.
Gracias, Carmen.
¡El árbol loco! ¡Qué gracia me ha hecho! A lo mejor es un árbol friolero y está bailando para entrar en calor...
Eliminar¿Plantamos árboles no solo por quienes se fueron, sino por los que llegan y llegarán? En realidad, si lo pensamos bien, en muchos casos plantamos para quienes aún no han nacido.
Hace tiempo, alguien me preguntó qué haría si supiese que al día siguiente se iba a acabar el mundo, y creo que le dije: "plantar un árbol". Ya ves, como para hablar de árboles locos ;) Un abrazo, Rosa.
Maravillosa entrada Carmen!!!!
ResponderEliminarQue hermosos recuerdos, te imagino con tu libro y tu manzana...
Y a tu tía llorando desconsolada....
Hermosa reflexión y bellísimas imágenes para acompañarla.
Siempre es un placer visitarte.
Un cariñoso abrazo :)
Gracias, Nines. Ana era todo un personaje... y todo corazón.
EliminarEstoy pensando ahora que lo bueno de la entrada de esta semana es que todos vamos subiendo a nuestros árboles: nos imagino charlando de árbol a árbol, intercambiando frutas, recuerdos y sonrisas.
Un abrazo, Nines.
Precioso Carmen,
ResponderEliminarMe has hecho recordar todos esos árboles que nos acompañan en nuestra vida, verlos a través de los ojos de grandes pintores, muy bonito.
Ojalá se plantaran muchos más árboles, buena manera de homenajear a los que quieres. He recordado la paz que da pasear en un bosque, ver los distintos tipos de árboles, sus colores, sus olores y también, la penita inmensa que da un bosque calcinado.
Y he sonreído con esa imagen tuya con un libro, una manzana y subida a un árbol.
Gracias por compartir tus letras y estas imágenes.
Un saludo
La paz del bosque, el dolor inmenso de verlo arrasado...
EliminarPlantemos árboles, sí: vivamos.
Gracias, Conxita. Un gran abrazo.
Excelente entrada Carmen, los árboles, son para mi, objeto de contemplación.Sus formas me atraen, como estas pinturas que nos muestras.
ResponderEliminarUn abrazo.
De contemplación, de conversación, de complicidad...
EliminarUn abrazo, Yolanda.
Cuantas sensaciones nos trasmites con tus letras. Yo he jugado de niño bajo las ramas de almendros y encima de chopos y álamos; he plantado cipreses y pinos y abrazado cedros y robles.
ResponderEliminarTodas las veces he sentido emociones diferentes, pero todas intensas: al plantarlos como al regarlos, cavarlos y podarlos dejas algo de ti en ellos y ellos te donan algo a ti.
Te vuelves árbol y ellos se vuelven más humanos. Por ello y solo por ello a lo mejor Van Gogh era árbol, pues el los pintaba.
Hermosa entrada Carmen.
Un abrazo.
Sí, sí, te vuelves árbol. Es una de las mejores cosas que se puede ser.
EliminarUn abrazo, Francisco.
¡Qué bellísima entrada, Carmen! Al ver los cuadros de algunos impresionistas, de Munch, de Giacommetti... y de tantos otros me ha venido a la cabeza una hermosa exposición de pintura sobre el "divisionismo italiano" hasta llegar al "futurismo" que me encantó. ¿La has visto? Estoy seguro que te gustaría.
ResponderEliminarUn beso
No, no la he visto, pero seguro que me gustaría. Aunque, como he comentado a veces, soy el terror de exposiciones y museos por el modo en que correteo de cuadro en cuadro, los huelo y, casi casi, hablo con ellos (bueno, eliminemos ese "casi casi" ;)). Algo así como un crío en una juguetería, ¿te imaginas?
EliminarUn abrazo, Juan Carlos.
Hola a todos, y aunque llego algo tarde, llego. Y ¡qué bien! porque por aquí, por el norte de España, todavía se ven árboles, a pesar de las casas, las carreteras y los puentes.
ResponderEliminarEn mi infancia tengo dos buenos recuerdos que se repetían de año en año.
Los higos, el recogerlos y comerlos a la sombra de la higuera en la huerta de una amiga, mientras su madre escuchaba "Elena Francis". Ahora mismo me veo comiendo los higos recién cogidos e Indian Summer de Miller como sintonía.
Y el dia de San Ramón, el 31 de agosto, y una escursión que hacíamos todos los que no trabajábamos al barrio que lo celebraba. Salíamos de mañana y volvíamos rondando la media noche, como en una procesión. A la vuelta, ya noche cerrada y cansados, más silenciosos que a la ida, se escuchaba el rumor de las hojas de los eucaliptos. A pesar de estar oscuro y de sus sombras enormes, no daban miedo. Es un árbol dañino para el suelo, pero a mi me gustan mucho y creo que es por esos recuerdos que me traen.
GRACIAS Carmen, por esta entrada y por todos los árboles pintados. No sabría cual elegir.
Por lo que vamos comentando varios amigos, parece ser que los higos son nuestra magdalena de Proust... Sea como sea, ¡qué ricos!
EliminarMe gusta la imagen de la excursión y, al regreso, el rumor de las hojas de los eucaliptos en la oscuridad.
Un abrazo, Harry.
Qué preciosidad de entrada nos regalas hoy, Carmen, qué entrañable tan llena de recuerdos y anécdotas familiares intercaladas entre esos bellos árboles. He disfrutado mucho en tu bosque de imágenes, pensamientos y palabras :)
ResponderEliminarUn abrazo grande de lunes!!
Es que la mía era una familia asilvestrada, Julia ;)
EliminarUn gran abrazo para adentrarnos con fuerza en la semana.
Que maravilla de árboles , qué pintor no ha pintado uno , un día os subiré mis árboles pintados. No es que tenga muchos pero si algunos , me llevan a la niñez. Me has hecho pensar el los árboles del parque del pueblo donde nací y de los que voy fotografiando con la idea de algún día plasmarlos en un lienzo. Un abrazo
ResponderEliminarSí, árboles, árboles, planta también en tu blog los que pintaste, plántalos en tus lienzos. Un abrazo, María del Carmen.
EliminarPrecioso!!!!!
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