Hace falta el cuerpo.
El cuerpo es necesario para que se cree un lugar. Un lugar que es, al mismo tiempo, interior y exterior, grande y pequeño. Íntimo. Humano.
“Pinto cuadros muy grandes”, afirmó en una ocasión, porque “quiero ser íntimo y humano”. Si el cuadro es pequeño, te sitúas fuera de él, como si contemplases la experiencia a través de un vidrio reductor. Si pintas un cuadro grande, en cambio, “estás dentro de él”.
En la fotografía arquitectónica, la figura humana ayuda a descifrar la escala. Tal vez ayude a descifrar otro tipo de escala, ajena a la medida, en la pintura de Rothko. No lo sé. Pero hace falta el cuerpo.
Hablo, durante todo este tiempo, de fotografías de cuerpos, de obras, de lugares: hablo de la experiencia y la percepción a través de esas imágenes fotográficas. No lo olvidéis: no lo olvido. La experiencia es otra, mucho más honda, cuando se trata de obras, de lugares, de cuerpos, y no de su imagen. Otra, distinta.
Me gustaría hablaros, en otro momento, de la luz, el cuerpo y el espacio en otro artista muy interesado por esos lugares creados por Rothko. Él quiere construirlos con la luz y con el cuerpo de quien vive la experiencia de sus obras. El cuerpo necesario.
Otro día. Ahora os dejo con Rothko. Con el cuerpo, el lugar, la luz, el silencio.
“He creado un lugar”, exclamó cuando pintaba los murales Seagram.
Un lugar. Y su alma.
Tengo un primer recuerdo muy juvenil sobre ver cuadros (no paso por alto que tu post se centra en la reproducción fotográfica de la pintura). Visitando por primera vez el Museo de Arte Abstracto de Cuenca, que rebosa excelente pintura, en mi opinión, a la segunda o tercera vuelta, sentí que sin querer los cuadros, abstractos todos, obviamente, y bastante grandes, se me agrupaban en dos bandos, con independencia de otros valores simbólicos o de cualquierotra índole. Estaba el bando de los que yo leía como una imagen enmarcada, con lo que se parecían mucho a obras figurativas, y el bando de los que me sugerían una continuidad espacial, un lugar. Lugar es para mí un término de mucha importancia para mis cosas. Me impactó mucho, supongo que además para siempre, esa especie de 'visión' discriminada de los cuadros conquenses. Años después tuve la misma sensación viendo los rothkos del Moma. Y entonces recordé la obra de un pintor visto en Cuenca y no me cupo duda de la relación entre la pintura de uno y la del otro. Esperaré a que desveles quién es ese autor relativo a Rothko que mencionas. ¿Coincidiremos? Encantado con tu post. Abrazos
ResponderEliminarCreo que el artista en el que piensas no es el mismo en el que pienso yo, Luis, aunque me pregunto cómo se me ocurre pensar en quién piensas (¡paro, paro ya...!). El caso es que hablas del Museo de Arte Abstracto de Cuenca y me siento feliz al recordar el gozo que sentí cuando lo visité. Y sí, sí, qué distinción tan clara entre la obra enmarcada y la obra que envuelve: la que se sitúa frente a nosotros (o nosotros frente a ella) y la que nos rodea, nos incluye, nos abraza. Dentro, fuera... ese es el tema. Y, si ando durante tanto tiempo detrás del "dentro de dentro", me pregunto si tendré que abordar en algún momento el "fuera de fuera". Dices también "lugar" y... ¡más contenta aún! Porque ese es también el tema. Tuyo, por supuesto, y también mío. Y, para terminar, qué distinta, qué sin-nada-en-absoluto-que-ver es la experiencia ante la obra (o dentro de ella) y ante su reproducción fotográfica. Para terminar, he dicho, y paro, paro ya, así que... paro. Con un abrazo.
Eliminar¿Para proporcionar la escala? ¿Para abrir las múltiples posibilidades de la percepción? ¿Para interpretar y malinterpretar? ¿Para contemplarse al ser contemplado? ¿Para entenderse a sí mismo? ¿Para que lo que está escrito pueda hacerse o deshacerse al ser dicho o contradicho o dicho de otra manera? ¿Para ese incesante, necesario diálogo que atraviesa la Biblia? Mira lo que escribe André Neher: "¿Será preciso indicar que este diálogo no es necesariamente sonoro? [...] ¿Habrá que decir que este diálogo no es necesariamente luminoso?".
ResponderEliminarHola a todos,
ResponderEliminares curioso lo del cuerpo, y una percepción la del pintor muy particular. Supongo que cada cuadro es como las personas, tiene diferentes acepciones según quien lo mire, quien lo pinte, y quien lo estudie.
Pero sí, a Rothko y a cualquiera, creo que les gusta mostrar sus cuadros para que los observadores formen parte de él. Para que lo escuchen, o al menos, lo intenten.
La verdad, nunca pensé que algo tan grande pudiera sentirse íntimo, pero ahora que se menciona, lo veo y no entiendo como no me di cuenta al principio.
Gracias Carmen, por mostrarnos a Rothko como nunca lo había visto.
Sí, Harry, las distintas percepciones que pueden cambiar según quién y según cuándo: para una misma persona, el mismo cuadro puede variar según el momento.
EliminarEl tema de las dimensiones es muy interesante: los grandes cuadros de Rothko y los pequeños -y, a la vez, inmensos- cuadros de Vermeer comparten intimidad.
Un abrazo bien fuerte.
Desde luego, a las pinturas de Rothko les viene de maravilla un cuerpo.
ResponderEliminarPreciosa combinación de arte y vida.
Un beso.
Ambos -la obra de Rothko y el cuerpo humano- crean lugares: tal vez, al combinarse, el lugar se hace más intenso.
EliminarGracias, Rosa. Un beso.