Frente a la casa, hay un solar. Es el solar de la Navidad. “¿Por qué lo llamas así? ¿Ves el portal, a los magos…?”. La niña mira, asombrada, a los adultos. ¿Cómo pueden hacer unas preguntas tan raras? ¿Se han vuelto locos? “Veo un solar”, responde. “Entonces, ¿por qué dices que es el solar de la Navidad?”. “Porque veo la Navidad”, les explica, pero ellos no son capaces de entender que un solar es un solar y puede ser, al mismo tiempo, la Navidad o la jungla o una canción o el olor a limón de una rosa amarilla.
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François
Avril, Paisaje urbano |
Un solar es un solar, una taza de café es una taza de café, una caja es una caja. Y a la vez...
La caja de cartón es barco, tren, lugar secreto. Vera lo sabe. La gata
de los vecinos, que a veces se cuela en la casa, lo sabe también: busca a Vera
y ambas comparten caja. Saben que es una caja de cartón y, al mismo tiempo, isla,
planeta, casa, submarino.
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La
caja de Vera (fotografía: Vera) |
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Vasili
Kandinski, Barco |
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Enrique
Lombardi, Paisaje |
En el sueño, un clavel puede ser una ópera de Purcell; una pelota que rueda por un patio, la abuela Ana; una puerta o un ave o una silla eres tú. Y todo es, al mismo tiempo (en ese tiempo sin tiempo de los sueños) clavel, pelota que rueda, puerta, ave, silla. Al mismo tiempo. No son símbolos, no hay nada que interpretar, no hay significados ocultos. Cada cosa es lo que es: todo lo que es, que es muchísimo.
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Felice
Casorati, Bodegón |
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Hokusai,
La cara de Oiwa en la lámpara |
Decimos
“fantasía”, “imaginación”, “símbolo”, por ese hablar por no callar, tan
nuestro, y para no quedarnos con cara de tontos ante lo que se sale (y nos
saca) de nuestras casillas. Decimos “ausencia” cuando se trata de todo lo
contrario: de presencias. ¡Incluso decimos “fantasma” y sacamos a danzar a los
pobres muertos, como si no tuviesen bastante con la interminable tarea de ser
muertos! Los fantasmas, por cierto, me dicen que os diga que no existen y que,
si no tuviesen más remedio que existir, ni por asomo se les ocurriría
revestirse de esas formas tan convencionales que nuestra exigua imaginación les
atribuye: serían picaporte o calcetín o lámpara, como saben bien en Japón. Pero
hacedme caso o, por lo menos, hacédselo a los fantasmas cuando dicen que no
existen. ¡Porque no existen!
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Wu
Junyong, Sin título
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Teatro de la memoria |
Llamamos “misterio”
a lo más normal y cotidiano: ese fluctuar incesante de reconocimientos. John
Fowles nos habla del bosque –pero podría ser cualquier otro lugar, podríamos
ser nosotros mismos- como el resultado del entrecruzamiento de los “fenómenos
que se producen en él”. Nos limitamos, sin embargo, a “considerar el vuelo de
las aves y las ramas desde las que se emprende ese vuelo como elementos
distintos y separados, al igual que lo hacemos con las hojas agitadas por el viento
y la sombra que proyectan sobre el suelo. Pasamos a planteárnoslo como un
acertijo: ¿de qué ave se trata? ¿De qué rama? ¿Qué hoja? ¿Qué sombra? Los
límites que marcan estas preguntas (¿en qué sección archivo todo esto?) son
nuestros. Los ponemos nosotros, no la realidad”.
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Fotografía:
SAL |
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Pol
Bury, 16 esferas 16 cubos en 8 filas |
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John
Sten, Paisaje |
En el sueño, en el bosque, en la caja de cartón, en el pensamiento cuando –como señala Pascal Quignard al hablarnos del monje Guibert en su scriptorium de Nogent-, huele con el alma y se abre como “un tacto que tiene su propio contacto en el interior del mundo”, esas realidades que configuran lo que llamamos realidad -y en ella danzan y mutan y se abrazan y se despiden y se encuentran- estallan como una gran carcajada que salta por encima de los límites: de cualquier límite. Porque poner límites es cosa nuestra. No los hay en la caja de Vera.
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Leonora Carrington, Viaje |
A los niños, a los gatos y a quienes compartimos algo de ambos nos gustan las cajas. A veces, una caja de cartón es la única cuna para un recién nacido, y eso no nos gusta. Nos gusta cuando, como sucede en algunos países, la caja de cartón que alberga al bebé es una elección, una posibilidad entre otras. Nos gusta, claro, cuando la caja es refugio y cómplice de nuestros juegos de gato, nuestros juegos de niño.
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Dan Fogel, Cajas |
Una caja llena contiene lo que hay en ella. Una caja vacía contiene todo.
Vera lo sabe.
Me seduce la idea de que una caja vacía contenga todo. Pero, ¿qué es todo? ¿Música, letras, libros, cangrejos, cuadernos, rinocerontes, osos, piedras, galletas, arroz y tartanas?
ResponderEliminarTodo. Pregúntaselo a Vera y ella te lo confirmará, Guillem ;)
EliminarEsas cajas de Dan Fogel parecen barcos con la vela izada, reflejándose en el agua justo tras haber soltado amarras.
ResponderEliminarMe gusta el cuadro de Leonora Carrington. Estaría bien que le dedicases una entrada a dicha artista algún día, me atrae mucho su obra. Y su biografía es muy interesante también.
En cuanto a que los fantasmas no existen… creo que les pasa lo mismo que a las brujas, pues fantasmas sí que hay. Y si les tiras de la sábana, están vacíos por dentro. Son puro hueco, lo mismo que las cajas. Y eso sí da miedo.
Leonora Carrington, sí. Si el blog continúa -no sé si la desaparición de G+ afectará a Blogger-, tendrá su entrada.
EliminarFantasmas como los que mencionas sí que existen. Pero esos son muy antipáticos. ¡Lejos, lejos! Mejor el tierno fantasma de Oiwa en la lámpara.
Me encantan las cajas; de madera, de cartón, de lata, de vidrio... abiertas, pero sobre todo cerradas, cuando aún no podemos saber si el gato que hay dentro está vivo o muerto y podemos creer que está vivo y muerto a la vez... mientras no abramos la caja.
ResponderEliminarTe asombrarías de ver la cantidad de cajas que hay en mi estudio.
Preciosa entrada. Lo único que no me ha gustado mucho es eso de que los fantasmas no existen. Yo necesito creer que existen, les pido que se me revelen y me hablen, y aunque no lo hacen, yo sigo creyendo que están ahí muy cerca.
Un beso.
Bueno, eso de que no existen es lo que me han dicho ellos. No sé si tenemos que hacerles caso o no ;)
EliminarNo me extraña nada que seas también "cajera", Rosa. Es algo que se nos nota.
Volviendo a los fantasmas... no sé, a lo mejor te hablan. A su manera. Dentro de ti. O, quizás, una sensación, una determinada calidad de la luz...
Un beso.
Hola a todos y por si no os lo he dicho.
ResponderEliminarFELIZ AÑO. Por favor, que nadie se lo tome a mal. Lo digo de corazón, sé que suena hueco, pero considero importante estos buenos deseos. Supongo que como los fantasmas, empeñados en hacernos creer lo increíble. ¡Qué no existen!.¡Serán mentirosillos!
Y ahora entro en materia. Las cajas, para mí, son importantísimas. No sólo porque pueden contener de todo, tanto lo que quieras meter en ellas como lo que sueñas con meter, y nunca lograrás.
Las uso mucho, me gusta el orden y me ayudan a manternerlo todo en su lugar, unas grandes, otras chiquitas, unas en otras como matrioscas en forma de caja. Y sí, pueden contener de todo, y pueden convertirse en otra cosa. Una casa para jugar, un buen lugar para dormir, y si no que se lo pregunten a mi gata, un barco como dices más arriba y, hasta simplemente, ser una caja.
GRACIAS Carmen por esta reseña tan curiosa, y precioso el paisaje de Lombardi.
Saludos
¡Feliz año, Harry, y feliz gata en la caja!
EliminarComentaba ayer a una amiga que una caja vacía es como una libreta en blanco: ¡cuánto pueden contener antes de contenerlo!
Un abrazo bien fuerte.
Pregúntale a Vera (o al gato de sus vecinos) y ya verás lo que te cuenta, Alfonso ;))
ResponderEliminarMe apasionan las cajas, de todos los tamaños. Me gustan llenas, vacías, me gustan abiertas porque puedo ver lo que contienen, pero mi imaginación se dispara ante una caja cerrada. Que nunca nos falte una caja.
ResponderEliminarY Harry, con mucho retraso feliz año nuevo!
Hola, Anabelee, cajera ;) Cuánta fascinación ejercen las cajas sobre nosotros: refugio y fantasía.
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