"Yo también tuve un verano y me quemé en su nombre"
(Antonio Porchia)
Hubo veranos
tan dilatados que en ellos cabía hasta el milagro.
Los recuerdo
asidos de la mano, fundidos de año en año en un solo verano: imposible saber
cuándo, por poco y como juego, quemamos la casa, o cuál fue el año en que se
apareció la Virgen
sobre el algarrobo.
Nicolas de Stäel, El sol |
Adónde irá
esa gente, nos preguntamos al ver nuestra calle, de normal solitaria, animada
de pasos y de voces. ¡Se apareció la
Virgen!, nos explicó alguien. Agradecimos la noticia y, ya
entre nosotros, dijimos: qué fastidio, tuvo que aparecerse cerca de donde
vivimos.
Ahí mi
hermano puso su cara de pensar, que era cuando se le achicaban aún más los
ojos, y propuso:
— Podríamos
vender refrescos.
Desechamos la
idea, sin que el espíritu emprendedor del pequeño negociante menguase ante
nuestro rechazo como hacían sus ojos cuando ponía cara de pensar.
— O estampas
piadosas —añadió.
Petrona Viera, Pueblo |
Salió a la
calle, adelantó a la carrera a la pía comitiva y, al cabo, volvió muy contento.
Ante nuestras preguntas, un tanto burlonas, de si había visto a la Virgen, repuso:
— No, pero he
visto el algarrobo.
Tomó la caja
de rotuladores y su libreta de dibujo, donde empezó a ensayar variaciones sobre
el tema de la Virgen
encaramada a un algarrobo.
Carlo Levi, Algarrobo |
— Conozco ese algarrobo: es el que está camino de casa de Mariano —comenté, más familiarizada con los árboles y las rutas de nuestros veranos que con las Vírgenes.
— Vamos —dijo
mi tía, tomándome de la mano.
— ¿Adónde?
— A ver a la Virgen.
— Yo te llevo
al algarrobo, tía: que haya Virgen o no, no te lo puedo asegurar.
Mi hermano
soltó el rotulador y vino con nosotras. Y allá fuimos los tres, junto al resto
de curiosos, devotos, incrédulos, divertidos veraneantes, a mirar el algarrobo
con la cara de quienes no han visto en su vida un algarrobo.
El nuestro,
aquel que estaba camino de casa de Mariano y había elegido la Virgen para aparecerse, estaba
tan castigado por los años que había cobrado el aspecto escultórico de viejo
árbol gruñón. ¿Humilde? No: altivo, mutilado, retorcido, caprichoso, escéptico
y ahora observado con atención por los peregrinos, casi adorado. De la Virgen, ni rastro, pero
bastaba el árbol que le había servido de peana para denotar su ausencia.
Carlo Levi, Algarrobo |
— A lo mejor
no era la Virgen:
pudo ser un extraterrestre —sugirió un niño gordito que, con su comentario,
ganó de inmediato mi simpatía.
— Digo yo que
entre la Virgen
y un marciano se distingue —discrepó un señor.
— ¿Pero quién
vio a la Virgen?
—preguntó alguien, y ahí empezó el coro de “eso, quién, quién la vio”.
— La niña.
Los adultos
desviaron del árbol sus miradas hambrientas para escrutarnos a las niñas que
nos hallábamos allí. Debía de tener yo la pinta de ser capaz de ver a la Virgen sobre un algarrobo,
porque algunas de esas miradas se detuvieron en mi rostro, de modo que negué
con la cabeza y me amparé en la corpulenta figura de mi tía.
— Esa niña
—dijo una señora, y todos miramos a la niña, que asintió con altanera modestia.
Mi hermano y yo cruzamos de inmediato una mirada de entendimiento.
La niña,
flaquita y con cara de ardilla, destacaba por su aseo entre el resto de los chiquillos que habíamos acudido con nuestros pantalones cortos, las camisetas y las
zapatillas gastadas por el uso, por no hablar de los costrones que lucíamos en las
rodillas. La niña a la que se le había aparecido la Virgen parecía un cromo:
bien peinada, ataviada con un vestidito sospechosamente limpio y unas sandalias
nuevas.
Petrona Viera, Niñas |
— ¿Qué te
dijo la Virgen?
–le preguntó, ansiosa, una señora.
— No me acuerdo.
— No me acuerdo.
— Mujer, te
tienes que acordar.
— ¿Anunció el
Apocalipsis? —preguntó mi hermano, y a mí me costó un poco de esfuerzo contener
la risa.
La niña
frunció el cejo y le miró, perpleja:
— ¿El qué?
— El
Apocalipsis, ya sabes, el fin de los tiempos, la trompeta, los cuatro jinetes…
Mi tía,
compadecida ante la expresión de desconcierto de la niña y, tal vez, algo
alarmada ante la posibilidad de que a mi hermano se le ocurriese mencionar a la
ramera de Babilonia, le dijo “basta” y le apretó el hombro, con fuerza.
Joaquim Mir, Árboles |
A mí todo ese asunto comenzaba a aburrirme: la gente que no cesaba de hablar, la niña milagrera, el calor, ese verano inagotable, esa infancia que parecía eterna y lo era y lo fue, en verdad lo fue. Empecé a dar saltitos sobre un pie, luego sobre el otro, me rasqué un brazo, aunque no me picaba, y entonces sucedió.
Tironeé de la
mano de mi tía y cuando se inclinó hacia mí, le susurré:
— Es un
milagro.
Sus ojos, tan
grandes, tan negros y tan bellos, se agrandaron aún más, aún más se
embellecieron y su oscuridad se profundizó con el brillo del interés.
— ¿No lo ves,
tía?
— ¿Qué debo ver?
— El árbol.
Miró el árbol
y las dos lo miramos, sumidas en un silencio que nos aislaba de las voces y de
la presencia de las otras gentes, y al fin ella me dijo:
— Tienes
razón: es el milagro.
Aprovecho que hay poco movimiento en estas fechas para contaros esta historia. Aunque la he etiquetado como "relato", cabría decir que cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia. Todo existió: el algarrobo, el hermano, la tía, Mariano. Incluso aquel verano inagotable.
ResponderEliminar¿También la aparición de la Virgen?
Eliminar¡Ah, eso solo lo sabía la niña aseadita! Mi tía y yo nos quedamos con el algarrobo :)
EliminarEn ese verano sí se produjo el milagro porque de no haber sido así no lo recordarías con tanta nitidez.
ResponderEliminarEs una historia preciosa, Carmen.
Todos los veranos se producía, Francisca. ¿Volverá a producirse o solo nos quedaremos con el permanente "¡qué calor!"?
EliminarPor cierto: de niños no nos importaba el calor. Creo que ni lo percibíamos. Jugar era más importante.
Gracias, escritora.
El milagro es sobrevivirlo
ResponderEliminar... Buen verano Ca
O vivir.
EliminarBuen verano, Azahara.
Era el milagro de las esperanzas infinitas, el porvenir inmaculado, los sueños intactos. Nunca volveremos a saborear veranos como aquellos. A veces, en León, por un momento efímero, a la orilla del río en La Condesa, vuelvo a olerlo y a sentirlo, pero es tan efímero que no sé por dónde se me escapa.
ResponderEliminarNo obstante, tus veranos y, en general, todo lo que cuentas de tu infancia, tiene un no sé qué de literario y es que cuando te imagino de niña, no puede imaginar otra cosa que la Scout Finch de la película de Robert Mulligan, con hermano y todo.
Un beso.
Pues... sí, Rosa, había mucho de Scout en aquella niña. Cuando vi la película y, muchos años más tarde, cuando leí el libro, sonreí secretamente.
EliminarEsa sensación tuya a orillas del río no es la única, en tu vida. En otras ocasiones has sentido algo similar: lo rozabas con los dedos, sentías que estabas a punto de aferrarlo... y se escurría. Te sucederá más veces ese estar a la puerta. No me preguntes por qué, porque sé tanto como tú. Pero sé que te sucede.
Un abrazo, Rosa.
Entrañable relato, muy personal y bonitas ilustraciones, Carmen. No hay mejor verano que el de la infancia, milagros aparte.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ese largo,larguísimo verano. Gracias, Gerardo. Un abrazo.
EliminarAltivo,mutilado,escéptico....retorcido....gruñon y caprichoso....virtudes que sostengo a veces muy firmemente para QUE NO ME LLEVEN LOS VIENTOS.....y la afabilidad me abrace también a mi como la Virgen aparecida....abrazo fraterno..vic
ResponderEliminarLa fuerza del árbol. El milagro. Un abrazo, Vic.
EliminarOhhhh, ¡qué buenos recuerdos tengo de mis veranos infantiles! y de los adolescentes. Incluso de los posteriores.
ResponderEliminarHola a todos:
soy del norte de España, lo que significa que verano norteño no es lo mismo que verano sin más. Es otra cosa:lluvia, días grises, algo de fresco, calor, sol radiante... y a veces todo en el mismo día. Y eso marca el carácter pero no en la infancia, que si bien, yo sí notaba el calor, es cierto que menos que en años postreros.
Cuando nosotros nos preguntábamos por toda la gente que iba y venía por la tranquila ciudad, la respuesta era clara; a la playa o de la playa. No era cosa de desperdiciar un día que venía bueno. Y eso era tan milagroso, que hasta los días de niebla se iba. Y por el camino veíamos algún árbol, las vacas paciendo, gaviotas revoloteado y gatos y perros, en su mayoría.
Y llegábamos a la playa y, a pesar de la aglomeración, la gente jugando a las palas, esquivando castillos o lo que fuese de arena y muchos más inconvenientes, ahí estaba el mar. Y ahora, leyendo tu relato, he caído en la cuenta, era nuestro milagro particular.
Preciosas ilustraciones Carmen, y precioso relato.
GRACIAS
A mí me ha gustado el tuyo, Harry.
EliminarEse "a la playa" y "de la playa" era también el movimiento de los veranos en la ciudad donde vivía. Muy pronto se sumaron a estos los veranos de monte, bicicleta, chapuzones en la piscina y cabañas construidas con piedras y ramas.
Demonios, ¡qué bien nos lo pasábamos!
Un abrazo, Harry.
En la infancia los veranos saben a campo, a playa , a árboles como el algarrobo. Mi árbol preferido esa un viejo árbol hueco que era el centro de reunión de los niños con los juegos de espadachines y las niñas jugando a las cocinitas. Pero no había vírgenes que se aparecieran, solo en las historias que nos contaban en las clases de religión y catecismo. Preciosos cuadros que acompaña a esta historia preciosa. Un abrazo
ResponderEliminar¡Un árbol hueco era un tesoro, Mamen! Un tesoro y, a su vez, una alacena donde esconder otros tesoros. ¡Veranos de la infancia!
EliminarUn abrazo, artista.
Hola Carmen, ay no he podido dejara de acordarme según iba leyendo de una aventura que me ocurrió un verano al hilo de lo que cuentas. Fue una visita a un Santón, según mis acompañantes, ungido por la gracia de hacer milagros. Nos fuimos en coche hasta un pueblecito de Granada y desde allí al campo. Por un carril de tierra solo trazado por ruedas polvorientas y con un calor del carajo, curva tras curva, encontramos una hilera interminable de coches de lado a lado, pues, ya hemos llegado, dijimos. Encajamos el coche y nos dirigimos a buscar donde estaba la muchedumbre. Una especie de capilla y el hombre encapado de blanco, como si de un papa se tratara allí entre la gente. Besamanos, veneraciones y un sinfín de provocaciones a la vista, era lo que yo veía claro. Después de un discurso de sanación y una recogida de mil ofrendas (nada florales, que había de todo, hasta jamones) cayendo ya la tarde nos dispusimos vela en mano en procesión hacia el lugar milagroso. Tengo que reconocer que esta fue la parte más emotiva, un silencio por un maltrecho sendero, saltando, esquivando hasta llegar a un rincón del barranco. Todo el mundo rezando bajo un almendro. Yo patidifusa y mis acompañantes embelesadas en la oración. Nunca un almendro creo que ha sido más adorado. Ya ves, Carmen, la aventura por los montes de Granada en busca del viejo almendro donde la virgen había aparecido. Ni te cuento la cantidad de gente que había, cien, doscientas, ahora que la procesión de las velas por el campo eso a mi no se me olvida. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Qué historia, Eme! Apariciones, árboles y, en casos como el del santón, negocios. Se me ocurre ahora que de la historia de la encina de Fátima pudo nacer la de mi niña milagrera. Si la chiquilla no hubiese aparecido tan atildada y tan en su papel, podría pensar que la niña había creído ver, realmente, a la Virgen sobre el algarrobo. Sin embargo, se veía detrás la mano de un adulto, probablemente su madre. Me pregunto, ahora, qué intentaban conseguir. Qué pena. Pero aquello supuso una distracción durante uno o dos días.
EliminarUn abrazo, Eme.
Bonito relato. Curiosamente los cuadros de algarrobos que pones sugieren algunas pareidolias. Y el del sol también, como si fuera la cabeza de un bebé.
ResponderEliminarVírgenes no veo. Para percibirlas en verano te tiene que pegar muy fuerte el sol en la cabeza.
Lo único que puedo decir es que solo vi el algarrobo, que era un puro milagro en su modo de ser algarrobo, y que la niña parecía un cromo.
EliminarCuidado con el sol: ¡ves en él cabezas de bebés! ;)
Coincido, un árbol es siempre un milagro maravilloso y perfecto. Todo disfrute leer este simpático relato veraniego, Carmen. Me quedo con la pintura primera, qué bonita.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡No había visto este comentario, Setefilla! Bueno, gracias a que Milano ha escrito ahora, recupero tus palabras y tu abrazo :)
EliminarMe ha encantado tu anécdota, Carmen. Los pueblos, el verano, las fiestas y las travesuras forman parte de nuestros recuerdos infantiles. Pasé mis primeros 15 veranos en un pequeño pueblo casi en la provincia de Cuenca, Fuenterrobles. Allí,por donde dicen los lugareños que pasó el Cid camino de su destierro a Valencia, no había agua potable hace más de 50 años y como tampoco había piscina ni río cercano, la diversión surgía a fuerza de creatividad. Cuando cierro los ojos, vienen a mi memoria los renacuajos que recogía en una balsa y que después llevaba a casa en un cubo; las tardes recogiendo caracoles tras una tormenta de verano; horas de siesta peleando con mis hermanos; sesiones radiofónicas escuchando los consejos de la srta. Francis mientras mi madre me obligaba a bordar una mantelería a punto de cruz; rebanadas de pan empapadas con vino y azúcar como merienda; juegos en la glorieta bajo enormes chopos hasta que oyera las 11 campanadas en el reloj de la iglesia como señal para volver a casa; cielos cuajados de estrellas y grillos cantando sin parar noche y día, pero milagros de santos y vírgenes... ni uno. Sería que las gentes del pueblo eran poco crédulas.¡Cuánto he echado de menos tus escritos, Carmen! Afortunadamente, ya estoy de vuelta. Un besazo.
ResponderEliminarCarmela, eso era vivir, y vivir a tope. ¿Por qué nos complicamos la vida de formas tan absurdas al hacernos adultos?
EliminarMe gusta cómo lo cuentas.
Me gusta cómo cuentas.
¿Te tiendo el cebo para que nos cuentes una historia sobre tu viaje?
Un abrazo con beso, grandes los dos.
Acabo de cumplir 50 años y leyendo los comentarios me doy cuenta de que todas echamos de menos esos veranos. Con 50 sé que nunca volveré a tener 5, que perdí la inocencia hace mucho, que las circunstancias han cambiado y no es posible recuperar aquellos veranos tal cual. Y sin embargo, creo que los necesitamos más que nunca para nuestra salud física y mental.
ResponderEliminarEn la medida de lo que podamos, deberíamos concedernos, al menos, quince días de desconexión absoluta, quince días de verano infantil.
Adiós, me voy de vacaciones al principio de la página a releer la entrada con calma, disfrutándola, contemplando los cuadros e imaginando a Carmen frente al algarrobo.
Gracias, Carmen, por estas minivacaciones.
Que nos crezca la infancia dentro, Milano. ¡Esa mirada...!
EliminarYa estoy de vuelta, y ¿sabes? Tienes razón el milagro es el algarrobo. Esos árboles viejos, retorcidos, llenos de nudos, quizás supervivientes de rayos, de vendavales... son, sin duda, un milagro de la vida.
ResponderEliminarQue una niña se invente una Virgen me parece menos milagro, fíjate qué cosas.
¡Cierto!
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