Ferdinand Hodler (1853-1918)
Cuando, muy
pequeña, íbamos a la playa, al bosque, a la montaña, desconcertaba a los
adultos con mis preguntas: “¿esto es el mar-mar? ¿Es la montaña-montaña? ¿Es el
bosque-bosque?”. No sufría ningún arrebato de temprano platonismo: mis dudas no
eran filosóficas. Tampoco se trataba de que me defraudasen bosques, montañas ni
mares: por el contrario, me parecían muy bien, pero mi experiencia en este
mundo era tan breve que no podía saber si ese mar concreto, esa montaña, ese
bosque, eran los de verdad o solo
unos mares, montañas y bosques pequeñitos –por enormes que me pareciesen a mí
en ese momento-, una naturaleza traducida a una escala que no excluyese a las
criaturas diminutas como yo. Tal vez existían bosques, mares y montañas para
adultos, pensaba: algo tan desmesurado e imponente que no se nos podía mostrar
a los niños pequeños.
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El Breithorn |
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Lago de Ginebra y Mont Blanc |
No sé si, de niño, Ferdinand se hizo alguna vez
preguntas como estas. Yo imagino que ante las montañas, los bosques y los lagos
de su país pensaría en Dios, por dos razones: porque siempre le atrajo la
religión y porque había heredado la tradición romántica alemana que entreveraba
naturaleza y divinidad. En Hodler, como en Caspar David Friedrich y otros
artistas, tanto el paisaje como la religión se conciben de un modo íntimo,
personal: ambos nacen de una mirada interior que desvela una profunda y
abrumadora soledad. La soledad del hombre, del artista.
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El Jungfrau |
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Lago de Ginebra y Mont Blanc |
Son diversos los géneros de los que se ocupa Ferdinand Hodler: vamos a asomarnos hoy a sus paisajes, como un eco de mi pregunta infantil “¿es la montaña-montaña?”. Montañas alpinas como el Jungfrau, el Mönch, el Eiger, el Mont Blanc, retratadas una y otra vez por Hodler. El paisaje sublime se decanta, como nos cuenta Robert Rosenblum, en una “asombrosa sencillez en que nos hallamos al mismo borde literal y simbólico de una vista sobrecogedora de naturaleza en su prístino estado, incontaminada por la presencia del hombre”.
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El Mönch |
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Dents du Midi |
Las montañas auténticas están a nuestro alcance: no así las de Hodler, distantes en su pura soledad. En cada una de estas cumbres hay un ahora silencioso, despojado de historia y de detalle, que encierra en sí la eternidad. Nuestra mirada se impregna de quietud a través de la frontalidad, de la simetría y de ese cada vez más profundo desasirse del mundo de los hombres de los que Hodler dota a sus montañas. La topografía es precisa: cualquiera puede reconocer, por ejemplo, la silueta de Les Dents du Midi, con cada uno de sus siete picos o “dientes”, o los perfiles de la Doncella, el Ogro y el Monje (Jungfrau, Eiger, Mönch) en el macizo del Jungfrau. Sin embargo, la visión artística e incluso filosófica de Hodler trasciende la topografía. ¿Cuál de todas estas es, pregunto, la montaña-montaña?
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Lago de Thun con reflejos simétricos |
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El Jungfrau |
Rosenblum
nos indica la semejanza entre algunos paisajes de Edvard Munch y de Ferdinand
Hodler, organizados en torno a los ejes verticales y horizontales de una
elemental simetría que evoca a Friedrich y es heredada por artistas como Rothko y
Newman.
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Edvard
Munch, Noche de verano en la costa |
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Ferdinand
Hodler, Paisaje cerca de Caux con nubes
levantándose |
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Canto silvestre |
Las rocas, los torrentes y los árboles también forman parte de estos paisajes suizos que Hodler traslada al lienzo con el hondo sentido decorativo que caracteriza parte de su producción artística. He escrito la palabra “decorativo” con ciertas dudas suscitadas por la errónea identificación que a veces se establece entre lo decorativo y lo superficial, epidérmico. Tal vez haya que recordar las palabras de Oscar Wilde cuando nos dice que la decoración “es la única, entre las artes visuales, que puede crear en nosotros un estado de ánimo”. No, no creo que sea la única, ni mucho menos, pero es cierto que el arte decorativo –al que Hodler contribuyó, sobre todo, a través de sus murales- crea en nosotros determinados estados de ánimo.
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Torrente en el bosque |
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Castaños en otoño |
Los árboles adquieren una extraordinaria
delicadeza. Ya sea que crezcan solitarios o en compañía de otras criaturas como
ellos, sean cuales sean los colores de los que a través de las estaciones del
año se revisten, leemos en su tierna, simple geometría, ese empeño del árbol en
ser árbol, arraigarse en la tierra que le alimenta, tender sus brazos hacia lo
alto con esa “intensa sed de cielo” de la que nos habló Gabriela Mistral. “Todo
el árbol –escribe Jorge Guillén- irguiendo está su ansia de la raíz al canto”.
Ferdinand Hodler nos muestra ese anhelo del árbol.
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Cerezo |
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Cerezo en flor |
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Paisaje montañoso |
Hodler, desde muy joven enamorado de la “sustancia
de la naturaleza”, como él mismo dice, se abisma en ella, la estructura, la
reorganiza. Ya hemos visto antes el recurso a la simetría: el juego de los
reflejos propiciado por las aguas de los lagos da lugar a esta
correspondencia
que, más allá de las montañas enfrentadas entre sí como los bastidores de un
teatro, desdoblan a estas sobre el agua en un juego de solidez y transparencia.
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Lago Thun |
Una
transparencia que se acentúa con el tiempo. Los detalles desaparecen poco a poco para dar lugar a esos “espacios
expansivos” de los que hablaba Hodler, unos espacios que se resumen en lo
esencial: apenas forma disuelta en el color, en el aire.
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Picos por la mañana |
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Les Dents du Midi en las nubes |
Aún me siento
muy pequeña, perdida en un mundo que a menudo no entiendo. No os extrañe que en un bosque pregunte si es el bosque-bosque o, ante una montaña, si es la montaña-montaña. Nunca he dejado de dudar.
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El Jungfrau |
Una pintura para meditar,para la quietud y la inmensidad del espacio y el detalle. Me ha gustado tu narrativa.
ResponderEliminarUn abrazo, Carmen.
Para perderse un poco por estas montañas y estos lagos, volcadas en la mirada y el silencio. Un abrazo, Yolanda. Gracias.
EliminarDe pequeña, lo debí leer en algún lugar, le llamaba al Everest, Everest Chomolunga (lo decía mal) pero el nombre me gustaba y durante un tiempo pensaba que las montañas tenían varios nombres, algo así como el apellido o un alias. Cuando las miro, siento algo parecido a cuando miro el cielo estrellado y si se juntan los dos es una maravilla. La pintura de las montañas, como el Breithorn, son retratos de aristas suspendidos en el cielo. Entiendo el panteísmo.
ResponderEliminarTambién yo me enamoraba -y enamoro- de nombres. Ahora que lo dices... seguro que las montañas tienen varios nombres, algunos de ellos secretos.
EliminarMe enamoro también de frases como la que has escrito: "retratos de aristas suspendidos en el cielo". No encuentro mejor definición para las montañas de Hodler. Gracias, Establo Pegaso.
Pronto incluso nos preguntaremos, ¿Éste es el mundo-mundo? :)
ResponderEliminarBueno, esa es también una pregunta que nos hemos formulado ya en ocasiones, ¿no, Archer Bou?
EliminarSí, claro que sí, aunque mis pensamientos iban más allá de nuestro sistema solar ;)
EliminarY de este universo, porque cuando nuestros pensamientos se lanzan hacia los universos paralelos... uf.
EliminarNacido entre montañas inalcanzables, que con el paso del tiempo se hicieron accesibles y que con el paso del tiempo volverán a ser, como de pequeño, inalcanzables, pero con el buen sabor de boca que queda al decir, yo estuve allí.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho. Un abrazo Carmen.
Es verdad, Javi: tú estuviste (estás y seguirás estando) allí, montañero. ¡Sabes bajar! Lo digo porque yo nunca he sabido bajar, ni de montes ni de árboles: solo subir. Así que, al considerar que ya no era el caso dejarme caer, como solía hacer, decidí que lo mejor era quedarme en lo llano. Pero la vista se me va hacia las montañas, y los pies bailan, como diciendo: "¿vamos?".
EliminarGracias. Un fuerte abrazo, Javi.
Son pinturas para mirar y no cansarse de verlas. Tienen un colorido suave y nos trasladan a ese perderse en las lejanías o cercanías de las montañas. Un abrazo
ResponderEliminarPinturas para pasearlas, Mari Carmen. Un abrazo, artista.
EliminarRecuerda mucho también a las pinturas de los canadienses del grupo de los siete, que me encanta.
ResponderEliminarSiempre genial.
Un beso: Sol
¡Qué buena evocación, Sol! Tienes razón: piensas, por ejemplo, en algunas obras de J.E.H. MacDonald, Franklin Carmichael o A.Y. Jackson y ves esos puntos en común en la mirada que estos artistas y Hodler dirigen a montañas, lagos y paisajes en general. ¡Qué bueno, Sol! Muchísimas gracias... con gran abrazo incorporado.
EliminarExcelente selección de arte y bella narrativa, Carmen.
ResponderEliminarEste fin de semana pasado hice un maratón leyendo tus artículos en otras páginas, que recomiendo a cualquiera. Ya que mencionas aquí la importancia de lo "decorativo", te felicito por tu lucidez y conocimiento para subrayar el valor oculto en lo accesorio o secundario: palcos de teatro bulliciosos, escaleras inquietantes, panoramas bélicos, camas en forma de barca, sombras chinescas, tebaidas, telarañas en el cine, caricaturas en los baños de José Estruch... Y todo con el aglutinante de una elegante ironía.
Una transparente lección sobre lo más sencillo, que suele pasar desapercibido a un ojo poco experto. Y que hay que saber ver primero con sensibilidad y acierto como tú haces, para poderlo compartir después. Gracias por eso.
¡Qué tarde llevo, con una avería de internet! Bueno, aquí estoy (aunque vuelve a fallar la conexión). Bonifacio, ¿qué has hecho? ¡Te has expuesto a una sobredosis de mis diversas locuras!Ya ves: arte, espectáculos, literatura... y esa pasión por un tema que no domino en absoluto, el de la arquitectura, y otro en el que soy una perfecta ignorante: la ciencia. Cuánto por aprender. Y un hambre por hacerlo más grande que todas las montañas de Hodler apiladas una sobre otra...
EliminarGracias por tu atención y por tus amables, generosas y muy inmerecidas palabras.
Asociaba a este autor con retratos y pinturas como "La noche", me ha sorprendido como paisajista, aunque también expresa todo un mundo interior. Son insólitos y misteriosos, hermosa selección. El asombro ante lo que nos rodea es el principio del camino, se ve que ya apuntabas maneras siendo niña. La sensibilidad y el afán por saber también viene de serie, está claro.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sí, hoy me he limitado a los paisajes (algunos paisajes) de este artista. Lo del asombro y la curiosidad, ambos inagotables, ya ves... en eso seguimos. Un fuerte abrazo, Gerardo (a toda prisa, antes de que vuelva a fallarme internet, grrr).
Eliminar
ResponderEliminarUno sólo deja de aprender cuando cree que ya lo sabe todo. Y si de veras sabe mucho, el riesgo de engañarse aumenta exponencialmente. Por eso hay intelectuales (y profesores) tan pagados de sí mismos. No es tu caso, por eso te leo con buen ánimo.
Y porque me gusta lo que cuentas y, sobre todo, cómo lo cuentas. Como sabes bien (porque es una ley del arte) lo más sencillo lleva un minucioso trabajo de fondo.
Saludos.
Qué gozo, sentirse y saberse siempre aprendiz.
EliminarGracias, Bonifacio.
Poco que añadir a lo dicho. Maravillosos los paisajes de Hodler. Me ha encantado el Lago de Thun, sobre todo el primero, el colorido, por su transparencia y reflejo, aunque el segundo, todo en azules semejando nieve, es también conmovedor.
ResponderEliminarUn beso.
Esos lagos, con sus juegos de simetrías, son fascinantes. Ay, siempre estas evocaciones de la naturaleza que, de cuando en cuando, asoman por aquí. Un abrazo de montaña o lago, Rosa.
EliminarHola Carmen,
ResponderEliminarMaravillosos esos paisajes, estoy con Rosa que la pintura del primer lago me ha fascinado, precioso, te das cuentas que la naturaleza también es una gran artista que quiere que otros la reflejen y qué serenidad transmiten estas pinturas.
Un beso
¡Hola, Conxita! Fíjate que llevo todo el tiempo en la cabeza un lago muy nuestro: el de Sanabria. Recuerdo que llegué ya anochecido al lugar donde me alojaba; al amanecer me asomé a la ventana y... ¡milagro! ¡Lago y vaca! Qué belleza. Sí, esa belleza que algunos grandes artistas consiguen reflejar con sus pinceles. Un beso grande, Conxita.
EliminarMe has enganchando en esta entrada y esta muy bien elaborado fresco e innovador
ResponderEliminar¡Me alegro muchísimo de haberte enganchado, Ana María! Un abrazo enorme.
EliminarEs una brisa fresca leer y ver, de la cual quedo encantada. Gracias
ResponderEliminar¡Gracias, Esperanza Mar! Acabo de ver una de las fotografías que has publicado hoy. ¡Ya asoma la primavera! Un beso.
EliminarLa intensa sed de Dios...pero desde el universo que esta contenido por mi alma y en ella dentro de él se identifica. Lo sentí en medio de la Cordillera de los Andes...en el surco de San Martin a lomo de mula...enfermo de libertad....muerto de frio...y en un oscuro cielo estrellado en una playita pueblerina en el Uruguay...país mágico...abrazo fraterno,CARMENNN
ResponderEliminarApenas puedo imaginarlo... y sin embargo lo imagino. Más fácilmente, claro, ese cielo estrellado y la voz del mar, en la noche. Gracias por traernos la evocación de los Andes y de ese mágico Uruguay, Vic. Un abrazo enorme.
EliminarMe has hecho recordar la primera vez que vi un cielo limpio de contaminación en el que miles de millones de estrellas se mostraron ante mis ojos por primera vez con semejante desmesura. Fue en Menorca, cuando la isla todavía no estaba invadida por las huestes bárbaras y tenía un cielo que abrumaba. De noche, tumbada en la arena de la playa, en cuanto apagué la linterna que me había iluminado el camino y mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, mi corazón se agitó con cada parpadeo hasta casi explotar de emoción. Qué maravilla!
ResponderEliminarVeo con estupor como Hodler puede minimizar en apenas unos trazos esa inmensidad que te toca, te llega, te golpea y te abruma. Le admiro por eso. Si yo tuviera que sintetizar mi cielo estrellado sería incapaz.
Gracias Carmen. Como siempre, genial.
¡Una playa en Menorca, pura noche y puro cielo!
EliminarEs cierto lo que dices acerca de esa capacidad de síntesis. También admiro cada vez más a quienes con tan poco consiguen decir tanto.
Un gran abrazo, Eli.
Sin palabras me habéis dejado Hodler y tú, Carmen. Así que, esta vez, no voy a intentar forzar el pensamiento para expresar con palabras lo que siento. Solo diré: geniales. Comparto esta entrada si no te importa.
ResponderEliminarYo no he hecho nada, soy inocente. El culpable es Ferdinand, por ser tan buen artista. Gracias, Carmela.Un abrazo enorme, escritora.
EliminarMe gusta Lago de Thun con reflejos simétricos, y el Jungfrau, enfrentados a Torrente en el bosque, que sorprende por el colorido con recuerdos (para mí) de Gustav Klimt.
ResponderEliminarEntiendo que el bosque mediterráneo es enormemente diferente del centroeuropeo; esos bosques de árboles enormes que crean un ambiente oscuro, cerrado, perturbador, en el que es fácil perderse; en los que nacieron Caperucita, Hänsel y Gretel Pulgarcito, y tantos otros. Después de haber vivido esas historias es bastante lógico preguntarse si son bosques verdaderos estos que vemos llenos de luz, encinas, pinos, y zarzamoras. Saludos agradecidos.
Klimt y Hodler mantuvieron una estrecha relación de amistad, Galefod. Tu referencia a Klimt es muy acertada.
EliminarMe has hecho darme cuenta de que, de niña, nunca me planteé la posibilidad de que esos montes con pinos, encinas y matorrales de todo tipo donde jugaba fuesen bosques. Mi pregunta nacía ante esos otros bosques, tan distintos, que podía visitar durante algunos viajes. Es posible que mi duda naciese de lo que indicas: ¿era ese el bosque mítico, el de los cuentos, ese bosque cuya huella, de alguna manera, todos llevamos dentro? Como de costumbre, me dejas pensando. No sabes cuánto te lo agradezco.
Las montañas son impresionantes y bellas, mueven muchos sentimientos, es el lugar perfecto para perderse y encontrarse, me gusta su magia y su silencio. Ayer leía un poema que evocaba "el silencio de la montaña cuando escucha la oración de la lluvia": precioso. Conforme te iba leyendo, Carmen, esperaba encontrar el paisaje con la montaña de Saint Victoire: pero no ha sido así. Cuantos secretos debieron contarse esa montaña y Cézanne... ¿no crees? Me encantaría conocerlos. Un abrazo Carmen
ResponderEliminarCézanne y su montaña, en sus diferentes versiones, son muy importantes para mí. Mucho. Me sucede lo mismo que con Piero della Francesca. Apenas puedo hablar. Es algo demasiado intenso. Y llegas tú, Elena, y pronuncias los nombres mágicos. Y el poema que citas. Así que lo que hago es abrazarte.
EliminarSe nota que no solo conocía muy bien los Alpes, sino que sentía admiración por ellos en particular pero también por la naturaleza en particular. Con tonos pastel, logra hacerte sentir la grandiosidad de unas montañas, la sencillez de un árbol o la inmensidad de un horizonte. Estupenda entrada Carmen!
ResponderEliminarSí, se nota, y asombra cómo traduce y refleja lo grandioso con tanta sencillez, delicadeza, ternura.
EliminarGracias, Baile del Norte. Un abrazo de domingo.
El cuadro del Jungfrau tan duro, el almendro en flor tan tierno..., ¡qué distintos ambos! y al mismo tiempo qué reales. De pequeña me sucedía al contrario que a ti, yo creía que las montañas eran a medida del hombre. Las montañas tan espectaculares, tan impresionantes como los Alpes de Heidi eran solo cosa de cuentos, exageraciones, fantasías.
ResponderEliminarLlegué de noche a Interlaken y cuando al día siguiente salí del hotel, el Jungfrau se impuso ante mí rotundo, sobrecogedor, y perdí la inocencia, jajaja, las montañas de Heidi son reales y yo, muy insignificante.
Esos cuadros que has traído hoy son una delicia, me quedo con el cerezo en flor que me resulta exquisitamente delicado.
Me has hecho sonreír, Milano, y pensar por un momento en Borges con esa excelente imagen de los Alpes como "exageraciones, fantasías".
EliminarMi recuerdo de Interlaken, donde estuve de niña, es este: un cuervo en el camino. Es curioso, porque solo me acuerdo del cuervo, como si todo lo demás, Alpes incluidos, tuviera menor importancia. Llaman la atención los juegos de nuestra memoria.
Un gran abrazo, Milano.
Qué preciosidad. Cualquiera de sus cuadros expresa más de lo que refleja. El cielo parece fácil de plasmar, pero es como el mar, el agua o las montañas y los bosques. Sus colores varían, sus atmósferas y, al final, da una variedad inmensa de azules, grises, de nubes...
ResponderEliminarMe gusta como define los árboles y las rocas. Y el uso del color. Me admira y lo envidio, sanamente, eso sí
GRACIAS Carmen
¿Verdad? Apenas unas líneas, unas manchas de color... y todo fluye. Me llama la atención lo que comentaba en el texto, cómo conjuga de ese modo solidez y transparencia.
EliminarUn abrazo, Harry, y muy feliz semana.
Me parece la naturaleza callada, silenciosa, transcurriendo ajena incluso a la mirada del artista. Solas ella y yo. Pinturas que atrapan y relajan. Hasta parece sentirse el viento de las montañas. Un beso!
ResponderEliminarUna soledad llena de compañía, ¿verdad? Me refiero tanto a la del artista como a la de la naturaleza. Un abrazo, Eva.
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