África eres preciosa.
Y tocaste mi alma, y por ti moriría de placer.
África eres desierta.
Y el retrato de la pobreza.
África eres bonita.
Y me continúa latiendo el corazón como si de un bongó se tratase.
África eres cercana.
Y mi continente vecino y no te olvidaré nunca.
África eres mágica.
Y mi amiga viajera y compañera de mis arriesgadas aventuras.
(Gabriela Mistral)
Y tocaste mi alma, y por ti moriría de placer.
África eres desierta.
Y el retrato de la pobreza.
África eres bonita.
Y me continúa latiendo el corazón como si de un bongó se tratase.
África eres cercana.
Y mi continente vecino y no te olvidaré nunca.
África eres mágica.
Y mi amiga viajera y compañera de mis arriesgadas aventuras.
(Gabriela Mistral)
Amarula
caminaba cadenciosamente por una serpenteante senda arenosa. Estaba
acostumbrada a recorrer una gran distancia a diario desde la aislada choza
donde vivía con su numerosa familia hasta el poblado en el que una conocida ONG
había construido el rudimentario edificio de hormigón que hacía las veces de
escuela u hospital. Desde muy niña había adquirido el hábito de tomar las cosas
con alegría y por ello rara vez era consciente de vivir bajo circunstancias
difíciles. En África las mujeres poseen esa virtud.
Amaba
tanto o más ir a la escuela y aprender que a sus gentes y su propia tierra. En ella, se sentía segura
pisando un suelo de incertidumbre que variaba a merced de las lluvias, el
viento o la sequía.
Sabía que al llegar a la
escuela, casi por arte de magia, su horizonte se ampliaba y su espíritu volaba
de árbol en árbol como los calaos de pico amarillo en busca de alimento. Antes
de tomar asiento en el primer banco de madera frente al encerado, depositaba
tímidamente en la mesa de la profesora el collar perfumado de un nenúfar rosa
que había confeccionado durante su larga y solitaria caminata. En África no hay
manzanas que regalar.
Aquel día, de regreso a casa, Amarula se entretuvo con las acacias. Quería llevar un sonajero para su nuevo hermano. Con el recién llegado, ya eran ocho miembros y sabía que a su madre aún le restaban muchos años para seguir pariendo. Ojalá fueran todos niños. En África, los varones son bien recibidos en las familias, no así las hembras.
Antes de cenar, había que
recoger el reducido rebaño de vacas y cabras, sostén de la familia. Amarula y su hermano
Birogo eran los encargados de reunir los animales y conducirlos al cercado.
Dentro, en la casa, frente al fuego, esperaba su madre que, con el más pequeño sentado en su regazo, llamó la atención de Amarula con un ligero movimiento de cabeza.
- Tu padre ha concertado hoy tu matrimonio. Deberás prepararte para ser una buena esposa. A partir de mañana, ya no irás más a la escuela.
En África, los estudios de las
niñas es asunto prescindible.
Amarula lloró esa noche y
muchas otras hasta que sus ojos perdieron el brillo inocente y la sonrisa se le
desdibujó del rostro. Por primera vez supo reconocer que estaba viviendo una
circunstancia difícil para la que no estaba preparada. Sabía que aquel momento
trascendental para toda mujer africana habría de llegar algún día, pero deseaba
con todas sus fuerzas que fuera muy tarde, después de haber ampliado tanto su
horizonte en la escuela que incluso su imaginación, por sí sola, fuera incapaz
de mostrárselo. Esa era la magia y la
dicha que saboreaba entre las páginas de los libros que leía. En África, las
niñas sueñan con ser esposa y madre.
Mi corazón está dichoso,
mi
corazón echa a volar, cantando,
bajo los árboles de la selva,
la selva nuestro
hogar y nuestra madre.
En mi red he atrapado
un pequeño pájaro.
Mi corazón está
atrapado en esa misma red,
en la red con el pájaro. (Canción popular pigmea cuando una mujer da a luz)
Te dejo con tu vida
tu trabajo
tu gente
con tus puestas de sol
y tus amaneceres
sembrando tu confianza
te dejo junto al mundo
derrotando imposibles
segura sin seguro
(Mario Benedetti)
tu trabajo
tu gente
con tus puestas de sol
y tus amaneceres
sembrando tu confianza
te dejo junto al mundo
derrotando imposibles
segura sin seguro
(Mario Benedetti)
Cuando muera, no me entierren
bajo los árboles del bosque,
le temo a sus espinas.
Cuando muera, no me entierren bajo los árboles del bosque,
le temo al agua que gotea.
Entiérrenme bajo los grandes árboles umbrosos del mercado
quiero escuchar los tambores tocando
quiero sentir los pies de los que bailan.
(Anónimo)
le temo a sus espinas.
Cuando muera, no me entierren bajo los árboles del bosque,
le temo al agua que gotea.
Entiérrenme bajo los grandes árboles umbrosos del mercado
quiero escuchar los tambores tocando
quiero sentir los pies de los que bailan.
(Anónimo)
***
Decir “África” desencadena, de inmediato, la pregunta de “¿qué África?”. ¡Son tantos y tan diferentes sus paisajes, sus gentes, sus lenguas, sus tradiciones! Sea como sea, qué potente es la voz de África, su llamada. Es nuestra madre, la madre de todos: de allí venimos.
Yo nunca he estado en África, pero Carmela sí, y de allí llegó enamorada, con ese entusiasmo suyo, con su mirada inteligente y limpia, con su despierta sensibilidad, para compartir con nosotros el deslumbramiento de su pasión. Ella nos regala este bello texto que ha escrito para nosotros, Amarula, y todas estas fotografías de las que es autora.
Gracias, amiga.