miércoles, 24 de junio de 2015

Feo y enamorado: Charles D. Hall en la Ópera





Feo y enamorado. Así es nuestro fantasma. Un fantasma que, en realidad, no lo es, puesto que la categoría de espectro presupone la de difunto y Erik, el fantasma, está bien vivo. Pero dejémosle con sus penas de amor y con sus músicas para irnos a recorrer la Ópera de París: no la que construyó Charles Garnier, sino la que Charles D. Hall recrea en El fantasma de la Ópera, la película dirigida por Rupert Julian en 1925.


Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925


Hall, que poco después pondría en pie inolvidables torreones, laboratorios, mansiones y aun ciudades enteras, construye en el plató 28 de los estudios de la Universal una réplica de la Ópera de París. En este caso, bien podemos decir que la reproduce de arriba abajo o de abajo arriba, como prefiráis, puesto que nos conduce desde los sótanos del edificio –esa inmensa cripta sembrada de cadáveres, como nos cuenta Gaston Leroux en su novela- hasta sus tejados. La escala vertical que une cielos e infiernos entra en juego en esta inquietante y romántica historia.

Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925


¿He escrito la palabra “infierno”? Los decorados de la Ópera incluyen una magnífica "boca del infierno", uno de los tres elementos que configuraban la mansión del averno en el teatro medieval. Se trataba de una boca monstruosa, pintada en una cortina de tela que se podía abrir o cerrar mediante cuerdas. En Francia, esta “boca del infierno” se conocía como La chappe ou museau d’Hellequin –un personaje del folclore europeo-. La deformación en la pronunciación, sobre todo en la región de París, dio lugar a que esta expresión se transformara en Le manteau d’Arlequin, convirtiéndose de este modo la puerta del infierno en símbolo del teatro para regocijo de los moralistas empeñados, durante siglos, en la cruzada en contra del espectáculo teatral.

Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925

Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925

La mansión del infierno incluía, además, una torre fortaleza y un pozo al cual era arrojado Satanás. No son ajenas las torres a los intereses escenográficos de Charles D. Hall, como tampoco el pozo, que en la novela de Leroux asume el aspecto de un río subterráneo y, en la película de Julian, evoca con fuerza las Cárceles de Piranesi:
 
Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925

Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925

Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925

El descenso de Christine a caballo, hasta llegar al lago Negro, nos regala unas imágenes de gran belleza:

Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925

Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925

Un teatro es un buen lugar para acoger misterios, crímenes y pasiones. Los dramas no se desarrollan tan solo en el escenario:

Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925

Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925

Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925

Los decorados muestran rasgos característicos de Charles D. Hall que reaparecerán en películas posteriores, como Londres después de medianoche, Drácula, Frankenstein… Me refiero, por ejemplo, a los  sillares fuertemente delineados o a la variedad y originalidad de sus arcos, resueltos en ocasiones en esviaje, es decir, de forma oblicua.

Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925

Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925

Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925

Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925

Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925

La construcción de un decorado tan impresionante como el de la Ópera de París fue muy costosa, como os podéis imaginar, pero a la larga resultó rentable. Numerosas películas lo utilizaron: entre ellas, El teatro siniestro, Svengali, El cuervo, la versión de El fantasma de la Ópera dirigida por Arthur Lubin en 1943 y muchas más.

Plató de los estudios Universal, El fantasma de la Ópera, 1925

Plató de los estudios Universal, El fantasma de la Ópera, 1925

Plató de los estudios Universal, El fantasma de la Ópera, 1925

En una de las escenas finales de la película de Julian se ve la catedral de Notre Dame: es el mismo decorado que se utilizó en El jorobado de Notre Dame en 1923. Otro detalle del trasvase de enseres y decoraciones es el que afecta a la cama, en forma de barca, que pasa de la residencia subterránea de Eric al dormitorio de Norma Desmond, el personaje interpretado por Gloria Swanson en Sunset Boulevard, dirigida por Billy Wilder en 1950.

Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925

Billy Wilder, Sunset Boulevard, 1950

Volveremos a encontrarnos con el desdichado fantasma enamorado. ¿Desdichado por su condición de fantasma -o, más bien, de falso fantasma-, o por la de enamorado?

Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925

Según la leyenda, el espectro de Lon Chaney merodea aún por los viejísimos decorados de la película rodada en 1925. Estaremos vigilantes, para que no nos sorprenda.

Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925



 

domingo, 21 de junio de 2015

Georges de La Tour: rojo





Georges de La Tour (1593-1652)
 

Al pensar en La Tour, una vela se enciende en nuestra imaginación, todo se tiñe de rojo, de calma y de silencio, y el mundo empieza a organizarse en formas geométricas: esa geometría que amamos en Piero, en Cézanne y en otros artistas.


Mujer cazando pulgas, detalle, Musée Lorrain, Nancy


María Magdalena, detalle, Musée du Louvre, París, 1640-45 c.
Se dice que La Tour utilizó la cámara oscura. Es posible. Se sabe que, como otros grandes artistas, fue famoso en su época y, después, dormitó en el olvido hasta que fue redescubierto: en este caso, en el siglo XX. Se sabe que poco se sabe acerca de sus primeros años y su formación, más allá de que fue hijo de un panadero y, según se cree, visitó Italia y viajó en varias ocasiones a la ciudad holandesa de Utrecht. Nos llegan noticias sobre su boda, su vida como burgués acomodado en Lunéville, su temprana fama para alcanzar, después, el olvido, y más allá de este, de nuevo el reconocimiento. Son cosas de la vida, cosas del arte.


Jesús en el taller de carpintería, detalle, Musée du Louvre, París, 1645 c.

El adivino, Metropolitan Museum of Art, Nueva York, 1633-39 c.

La influencia de Caravaggio alcanza a La Tour, probablemente, a través de otros artistas como Jean Leclerc y, sobre todo, los caravaggistas de Utrecht: Terbrugghen, Honthorst… Se mencionan también, como posibles influencias, los nombres del fantástico Jacques Callot y de Luca Cambiaso, otro enamorado de la geometría. 

El timador, Musée du Louvre, París, 1635 c.

Recreémonos en los detalles, porque vale la pena. Nos podemos fijar, por ejemplo, en la modernidad de estos rostros:


El adivino, detalle, Metropolitan Museum of Art, Nueva York, 1633-39 c.

O en las miradas de soslayo que se dirigen estos personajes:

El timador, detalle, Musée du Louvre, París, 1635 c.

El adivino, detalle, Metropolitan Museum of Art, Nueva York, 1633-39 c.

El claroscuro, la luz de candela, los tonos rojizos y castaños y, en los primeros tiempos de La Tour, el naturalismo de la representación, con esos rostros casi modelados en barro, son algunos de los rasgos que el artista francés hereda de los pintores influidos por Caravaggio. 


San José y el ángel o El sueño de San José, Musée des Beaux-Arts, Nantes, 1628-45 c.

La Tour interpreta las escenas religiosas como si se tratase de escenas de género. Sus santos no tienen aureolas que circunden su cabeza; sus ángeles carecen de alas. En el cuadro que acabamos de ver, un niño, o quizás una niña, se dirige a un anciano dormido: su abuelo, tal vez. En el que vemos a continuación, hay dos mujeres con un recién nacido. Eso es todo.

El recién nacido, Musée des Beaux-Arts, Rennes, 1640s.

Las figuras, sólidas y monumentales, se recortan sobre un fondo neutro. Si hay algún mueble –una mesa, una silla- o accesorios como una vela, unos libros, un espejo, una carta, la sobriedad les caracteriza.

San Jerónimo leyendo una carta, Museo del Prado, Madrid, 1629 c.

Jesús en el taller de carpintería, Musée du Louvre, París, 1645 c.

La geometría, la hermosa geometría, está ahí desde muy pronto, con su resolución de los volúmenes en grandes planos simplificados. Fijaos en la extraordinaria modernidad de la figura de la mujer del paciente Job:

Job y su esposa, Musée départemental d'art ancien et contemporain, Épinal, 1625-30 c. 

Conocemos dos versiones de San Sebastián atendido por Santa Irene: la de Berlín y la de París. Observad la esférica cabeza de la santa, con la frente intensamente iluminada, y, en el caso de una de las mujeres que la acompañan, la pura geometría de sus rasgos y de los pliegues de su tocado rojo:

San Sebastián atendido por Santa Irene, Staatliche Museen, Berlín, 1634-43 c.

San Sebastián atendido por Santa Irene, Musée du Louvre, París, 1649 c.

Han llegado hasta nosotros unas cuarenta obras de La Tour, casi todas sin datar, lo cual proporciona una buena ocasión para que los historiadores del arte discutamos acerca de las fechas. Las dos únicas obras datadas con certeza son Las lágrimas de San Pedro (1645) y La negación de San Pedro (1650).

La negación de San Pedro, Musée des Beaux-Arts, Nantes, 1650

Ya no queda nada de la minuciosa y naturalista descripción de los primeros años de La Tour: ahora, las formas se reducen a una clara geometría.


Los jugadores, Preston Hall Museum, Stockton-on-Tees, Cleveland, 1650-51 c.


Magdalena, 1630-32 c.

No busquemos en las obras de La Tour variedad, ni agitación, ni grandes pasiones. Lo que nos ofrece es la calma, el silencio y la quietud que confieren a sus cuadros un carácter de clasicismo monumental. Sus temas se repiten. Aquí tenemos, por ejemplo, sus magníficas interpretaciones del ensimismamiento de María Magdalena:



Magdalena arrepentida, National Gallery of Art, Washington, 1635-40 c.

Magdalena penitente, Metropolitan Museum of Art, Nueva York, 1638-43 c.

Magdalena contemplando la llama, Los Angeles County Museum of Art, Los Ángeles, 1640s


Magdalena, Musée du Louvre, París, 1640-45 c.

Como vemos, no hacen falta grandes gestos para alcanzar nuestra alma.

San José y el ángel o El sueño de San José, detalle, Musée des Beaux-Arts, Nantes, 1628-45 c.

Magdalena arrepentida, detalle, National Gallery of Art, Washington, 1635-40 c.