Vida, mi vida, déjate caer,
déjate doler, mi vida, déjate enlazar de fuego,
de silencio ingenuo, de piedras verdes en la casa de la noche,
déjate caer y doler, mi vida.
de silencio ingenuo, de piedras verdes en la casa de la noche,
déjate caer y doler, mi vida.
(Alejandra Pizarnik)
“Mamá, ¿la
tita Pili también era bruja?”. Mi madre estalla en carcajadas. “¡Pili bruja!”.
Cuando su hilaridad se apacigua, dice: “Ella era la única que no lo era”. “Un
momento… ¿Quieres decir que la
Yaya y todas las demás…?”. “¡Todas, todas!”, exclama de nuevo
entre risas tan fuertes que llegan a arrancarle las lágrimas. Yo me quedo
perpleja y no me atrevo a preguntarle a quiénes incluye ese “todas”. Y entonces
me acuerdo de aquella noche, tan remota, en la que la estrella tendió sus
brazos hacia mí.
Pascal Campion, Noche |
Catia Chien, Confort |
Dormía a menudo en casa de las Pilares. Pasaba, de
hecho, largas temporadas con ellas: creo, incluso, que viví allí durante uno o
dos años, cuando era muy pequeña. Sabía –o lo supe más tarde- que se decía que
la hermana de la Yaya
era bruja: me causó mucho regocijo enterarme de que tenía una bola de cristal
con la que realizaba sus modestas hechicerías de barrio popular. Más diversión
aún me causó saber que su marido era torero, aunque no había toreado nunca
porque como Edgardo, el personaje de Enrique Jardiel Poncela, jamás se
levantaba de la cama. Vaya, yo pensaba que mi familia era un poco rara, pero
esta otra familia que era también la mía porque nos unían lazos más estrechos
que los de la sangre, era más rara aún.
Barbara Issa Wagnerová, Tiempo a pedido |
Pascal Campion, Mirando la noche estrellada, detalle |
Yo era sonámbula. En casa de las Pilares sentía
especial querencia por la mesa del comedor: podía pasar la noche dando vueltas
a su alrededor, dormida, si nadie me tomaba de la mano para conducirme a la cama. Pero lo que ocurrió
aquella noche fue distinto. Me desperté. Me supe despierta y vi que estaba
sola. Recorrí todas las habitaciones de la casa y vi que estaba sola. Sola.
Salí al pequeño balcón. Me llamó la atención una estrella resplandeciente cuyo
brillo y tamaño parecían aumentar por momentos. “Ven”, dijo la estrella. Oí su
voz, muy dulce. “Ven conmigo”, repitió, mientras tendía unos brazos luminosos
hacia el balcón.
Catia Chien, Noche |
Me aproximé a la barandilla de hierro, me puse de puntillas, alcé las manos hacia la estrella. “No llego”, dije. “Salta”. Dudé. Ella siguió susurrándome: "ven, salta, ven conmigo". Su tono era persuasivo y desagradablemente empalagoso.
Catia Chien, El mago |
Marion Chombart de Lauwe, La caída de Alicia |
Me encontraron al amanecer. Acurrucada en una
esquina del balcón, con la cabeza cubierta por mis brazos, lloraba.
Pascal Campion, Balcón,
detalle |
Marc Chagall, La caída del ángel |
Ícaro y
Faetón cayeron por imprudencia, por petulancia, también por el vértigo que les
arrastraba hacia la altura. Por rebeldía y orgullo cayeron los ángeles. Yo, tan
pequeña –creo que tenía tres o cuatro años- era ya rebelde, testaruda y
orgullosa, pero no habría caído desde el balcón de aquella casa antigua por eso,
sino porque me habían dejado sola o porque creí que lo habían hecho, y porque
me demoré en darme cuenta de que la ternura que me ofrecía aquella estrella no
era cierta.
Barbara Issa Wagnerová, Título desconocido |
Owen Gent, Caer |
Hay muchas
imágenes de caídas. También referencias literarias. “Déjate caer”, escribe
Pizarnik. Y Bukowski, sin aludir a la
caída, nos dice:
Si vas a intentarlo, ve hasta el
final.
De otra forma ni siquiera comiences.
[…]
Si vas a intentarlo, ve hasta el final.No hay otro sentimiento como ese.
Estarás a solas con los dioses
y las noches se encenderán con fuego.
Hazlo, hazlo, hazlo.
Hazlo.
Hasta el final,
hasta el final.
Sibley Gail, Quizás, el vuelo |
Elicia Edijanto, Título desconocido |
A veces –quién no lo ha
sentido-, el cansancio es tan intenso que apetece dejarse caer, pero no desde
un balcón, no desde un acantilado: caer tan solo sobre la hierba de un prado,
sobre la arena de la playa. Quedar allí tendido hasta que las fuerzas regresen.
Salvador Dalí, Dalí a la edad de seis años, cuando pensaba que era una chica que elevaba con extrema precaución la piel del mar, para observar un perro que duerme en la sombra del agua |
Un acantilado, he escrito: quizás lo he hecho por la leyenda que nos
narra el salto de Safo desde la roca de Léucade. Pero mirad, también
Paul Auster lo menciona en El palacio de
la luna:
Antoine Josse, Salto |
“Yo había saltado desde el borde
del acantilado y justo cuando estaba a punto de dar contra el fondo, ocurrió un
hecho extraordinario: me enteré de que había gente que me quería. Que le
quieran a uno de ese modo lo cambia todo. No disminuye el terror de la caída,
pero te da una nueva perspectiva de lo que significa ese terror. Yo había
saltado desde el borde y entonces, en el último instante, algo me cogió en el
aire. Ese algo es lo que defino como amor. Es la única cosa que puede detener
la caída de un hombre, la única cosa lo bastante poderosa como para invalidar
las leyes de la gravedad".
Marc Chagall, En el trapecio |
Sea como lo
dice Auster o no, hacedme caso y, si sentís deseos de dejaros caer, hacedlo
sobre una superficie acogedora y próxima: arena, hierba, cama… Tened cuidado
con el brillo engañoso y la meliflua voz de las estrellas. Hacedme caso, sí,
porque no en vano crecí con aquellas mujeres que eran brujas. “¡Todas, todas!”,
como dijo mi madre. Todas, menos Pili.
Carl Spitzweg, Vuelo de brujas |
Cuántos temas, Carmen; ay, la falsa ternura de alguna (sólo alguna) estrella... Un lugar donde dejarse ir es recordar la infancia; otro, la amistad; la hierba, el tronco de un árbol.
ResponderEliminarUn abrazo, Carmen, maravillosa entrada.
¡Los árboles, la amistad auténtica, la ternura seca, teñida de humor y de disparatadas ocurrencias, de aquella familia que, sin ser mía, lo fue! Y ese saber, mientras caes, que hay gente que te quiere y, en el último instante, algo te detiene en el aire.
EliminarUn abrazo, Esther. Gracias.
Que bonita narración y qué imágenes tan lúcidas nos traes,Carmen. En cada una de ellas hay un enorme espacio desconocido que nos empuja a la exploración. Para mí la peor caída fue, hace años, en una inmensa depresión de la que me salvó el amor. Sí, leer tu texto ha traído a mi memoria aquel tiempo abismal en el que sin darme cuenta exploraba y descubría. Ahora me dejo caer en otras formas mucho más agradables, por fortuna.
ResponderEliminarUn enorme placer leerte.
Con tu permiso, comparto.
El amor que invalida las leyes de la gravedad. El amor de las personas, y también -pienso- todo movimiento de amor, es decir, de entrega generosa, hacia algo: la naturaleza, la poesía, la ciencia, el arte... ¡la vida!
EliminarGracias, Yolanda. Un abrazo.
¡Cuánto echaba de menos tus entradas, Carmen! Estaba suspendida en el vacío a la espera de una nueva. Siempre he tenido miedo de lanzarme a él y, caer y caer, sin llegar a tocar fondo. Incluso los dibujos animados en los que aparecen caídas desde gran altura y los protagonistas acaban aplastados contra el suelo y se levantan haciendo uso de una de las numerosas vidas que poseen me daban cierto repelús, circunstancia que mis hermanos pequeños aprovechaban para burlarse de mí. No soy lo suficiente valiente para desear experimentar esa opresión en el estómago. Nada de "puenting" ni montaña rusa, como puedes imaginar. Otra cosa bien diferente es dejarme caer sobre una mullida cama o césped y, más aún, después de un gran esfuerzo que ha agotado mis energías. Me encantan las pinturas de Canton y Edijanto, sobre todo. La idea de aullar a la luna me seduce y volar como un ave Fénix también, pero sabiendo que el mar está bajo mis pies y no a demasiada distancia. ¡Feliz domingo!
ResponderEliminarMe has recordado un día en el que soplaba un fuerte viento. Mi madre me telefoneó pidiendo socorro: quería recoger el toldo de la terraza y no se atrevía. Fui. Allí estaba también mi hermano. La mayor dificultad para recoger el toldo no fueron las rachas de viento, sino los gritos de mi madre y hermano (ambos, con vértigo) y el modo en que me sujetaban,temiendo que echase a volar de un momento a otro. "Acabaréis tirándome", les dije, lo cual aumentó su pavor.
EliminarAdmito que yo también tengo vértigo, pero solo ante las escaleras de mano. Soy incapaz de subir por una de ellas y me pongo muy nerviosa cuando veo que alguien sube.
¡Mira que somos raros los humanos!
Un abrazo, Carmela, y feliz domingo.
Hola, Carmen. ¡Cuánto tiempo! Precioso texto, la cita de Paul Auster me encanta. No la recordaba y eso que es de mis libros favoritos. Sin embargo, creo que de algún modo la he interiorizado porque es justo lo que pienso y algo de lo que me he dado cuenta con los años. De hecho, a veces es lo único que me mantiene en pie.
ResponderEliminarYo también era sonámbulo de niño, sobre todo de adolescente (ya no me pasa tanto), pero lo mío no era perseguir estrellas. Era más bien la sensación de estar encerrado y no poder salir, de sentir una amenaza constante. Prefiero dejarme caer sobre la hierba, sin duda.
Un abrazo.
¡Hola, Gerardo! No me sorprende que también fueses sonámbulo de niño. Como tampoco me sorprendería saber que, si tu familia consultó al médico, la respuesta de este hubiese sido que no le diesen importancia, que solo se debía a la hipersensibilidad y que con el tiempo el sonambulismo remitiría.
EliminarEl Palacio de la Luna es uno de los libros de Auster que sí. Bueno, hay muchos otros libros suyos que también, pero como sucede en el caso de todos o casi todos los escritores, hay otras obras que no. Es normal. Esa cita es tan próxima y tan, tan de verdad...
Un abrazo, Gerardo. Gracias.
Hola Carmen, qué bonito y cuan cierto es, el amor es capaz de detener las caídas, la única que detiene las leyes de la gravedad, qué preciosidad.
ResponderEliminarMe has hecho sonreír con el sonambulismo, mi hermana me daba unos buenos sustos.
Besos
¡Ay, Conxita, un día os contaré lo que decía mi hermano sobre mi sonambulismo! ¡Qué malísimo! Espero que tú no fueses tan traviesa con tu hermana.
EliminarSon bellísimas las palabras de Auster y, como coincidimos todos, muy ciertas.
Gracias y un abrazo.
Querida Carmen
ResponderEliminarNos caemos, pero volvemos a levantarnos, sin embargo, cuando saltamos al vacío, nos convertimos en verdaderos audaces ángeles que desafían al tiempo y al espacio.
Me ha encantado tu post sobre los saltos y, por supuesto, que todas tenemos algo de brujas incluida la tía Pili. ;) Enhorabuena!
¿Brujas? ¡Todas, todas!, como dijo mi madre entre carcajadas.
EliminarLo de saltar al vacío... bueno, pero que no sea desde una altura excesiva, no vaya a ser que no nos crezcan alas y la broma acabe mal. ¡Horror! ¿Soy yo quien está hablando de este modo prudente? ¿Me estará afectando la edad? ¡Espero que no! ;)
Gracias, Francisca. Un abrazo.
La Prudencia es hermana de la Atolondrada, jejeje
EliminarSiempre te superas, Carmen. Qué relato tan bonito y como se mezcla la literatura y la pintura. Al ver el cuadro de Elicia Edijanto no he podido dejar de pensar en esos niños que juegan en un campo de centeno al borde de un acantilado y que están en peligro de caer al abismo, pero Holden Caulfield, "El guardián entre el centeno" los recoge para que no se estrellen. O con eso sueña el bueno de Holden.
ResponderEliminarA veces hay que dejarse caer un poco y en estos cuadros las caídas son muy tentadoras.
Un beso.
Interesante y oportuna referencia literaria, Rosa.
EliminarDejarse caer un poco para reponer fuerzas, para mirar el cielo o soñar un rato está bien: es agradable y es necesario. Mira, dentro de muy poco voy a volver a dejarme caer en el sofá con una excelente novela de Betina González (y con la gata intentando mordisquear el libro, claro: ¡es su forma de leer!).
Besos,lectora Rosa :)
¡Nada, que no he sido capaz de fijar la atención en los cuadros!
ResponderEliminarMe he dejado arrastrar por la belleza de las palabras. La hermosura del relato puede con todo, Carmen.
¡Gracias!
Es porque he hecho trampa: ¡he invitado a Pizarnik, a Bukowski y a Auster!
EliminarGracias, Juan Manuel. Un abrazo.
En la rueda de la vida: unas veces arriba, otras las más, abajo. Entramos en lo onírico, en los sueños, en la irrealidad, en un mundo paralelo de meigas.
ResponderEliminarUn buen relato, Una declaración de intenciones. Exorcitar los demonios y dejarlos salir en forma de letras. Un abrazo literario
Multiverso al que las investigaciones científicas nos van abriendo las puertas. ¡Apasionante!
EliminarGracias, Tertulia Escritores. Un abrazo.
Hola estimada Carmen, qué gusto volverte a leer, a ver, a sentir cada influjo de esos artistas que hablan, cuentan dirigidos por tu mano. Las caídas cuantas veces caí, cuantas veces soñé cuando era niña. Ahora me he buscado a alguien para que me pare la imprudencia porque cogerme al vuelo (ya me gustaría), pero no podría conmigo (con mi peso "grávido"). Un abrazo grande
ResponderEliminarAlguien con quien vuelas, Eme, ¡y de qué manera tan bonita!
EliminarVolveré a "dejarme caer" por aquí dentro de unas semanas. Ahora, atrapada por la escritura, no tengo más remedio que espaciar la actualización del blog. Pero aquí seguimos, caída tras caída, sueño a sueño,vuelo a vuelo.
Grande, grande abrazo para ti y para tu compañero de vuelo, Eme.
Qué relato tan hermoso, Carmen, primero lo leí y luego visioné las imágenes de los cuadros. Qué relación tan coherente para unir tanta maravilla. Muy de acuerdo en las caídas, mejor hacerlo consciente sobre algo que acoja y llene de energía y no una falsa ternura, pero sobretodo, caer en brazos del amor.
ResponderEliminarEncantada de leerte, amiga.
Preciosa, como las anteriores entradas leídas con la que además de aprender, me regocijo con tu relato.
Gracias.
¡Un fuerte abrazo!!
¡Gracias, Mila! Hacía tiempo que quería contaros la historia de la estrella. Me impresionó mucho: ¡era yo tan pequeña! De ahí, claro, surgió todo el tema de las caídas. Llama la atención su abundante presencia en la pintura, la ilustración gráfica y la literatura. Se ve que es un tema que llevamos dentro.
EliminarUn abrazo muy fuerte y... ¡ya casi es fin de semana!
Hola a todos:
ResponderEliminarlas caídas son malas siempre, incluso cuando hay red, pero por otro lado son parte de la vida. De ellas se aprende, a veces con mucho dolor, otras sólo con el susto, y hasta pueden llegar a resultarnos divertidas, si un colchón nos atenúa el golpe.
En alguno de esos cuadros, como en los de Elidjanto o Gail, las caídas parecen liberadoras.
Como en todo, nunca hay un sólo prisma para ver algo. Tampoco en las ilustraciones hay una sola visión de las caídas.
Jugando con el título, gracias Carmen y un gusto que te hayas dejado caer.
¡Esas otras caídas -sobre todo, las más tontas- en las que acabas sentada en el suelo y casi sin poder levantarte por la risa!
EliminarComo buena aviadora, destacas las imágenes en las que lo que se intuye como caída se transforma en vuelo.
A veces, sucede.
Me alegra que te hayas dejado caer por aquí, Harry. Un abrazo y feliz fin de semana.
Hola Carmen, no sé si llego tarde a comentar.
ResponderEliminarYo también tengo vertigo, y lo gracioso es que una vez me dieron un certificado de trabajos en altura, pero elevarme a más de dos metros del suelo ya me da cosa, y no te digo nada de los montes, a los que subo pero apenas miro al horizonte de cima, mi satisfacción es el esfuerzo, no la vista aérea, y aun así, he fantaseado con paracaídas y parapentes.
Caerse o no caerse, he ahí la cuestión, yo me he caído muchas veces, caídas prosaicas, de las que sangran las rodillas, pero son caídas igualmente, y a veces hasta te enseñan que tienes que frenar cuando vas cuesta abajo.
Bueno Carmen, me alegra volver a pasar por aquí y comprobar que sigues en la misma excelente forma de siempre, ¿será cosa de brujería?
Un abrazo.
¡Hola, Poeta!
EliminarEsas caídas prosaicas encierran a veces, también, sus historias. Ya os contaré algún día mi caída en un hoyo durante una noche de San Juan, cuando comprendí lo que quería decir, respecto al tiempo, el protagonista de "El perseguidor", el relato de Cortázar. Bueno, la caída no dio lugar solo a ese tipo de descubrimientos,sino también a muchas carcajadas.
Un abrazo, Poeta.