No me dejéis
hablar de trenes. No me lo permitáis, por favor. No consintáis que cuente los
secretos subterráneos de una determinada estación, ni que os haga sonreír con
los encuentros insólitos y las situaciones tan cómicas que he vivido en los
trenes, ni que os hable de la única vez que sentí miedo a bordo de uno de
ellos, porque había una pistola por medio. Trenes y estaciones forman parte de mi mundo desde que nací: no dejéis
que mis palabras echen a correr a través de los diversos países de la memoria,
que os asaete con mis entusiasmados “¡mira!” ante los paisajes que se deslizan por
las ventanillas; que entre la melancolía, la ilusión, la somnolencia y la curiosidad sueñe,
en cada estación nocturna, ante la visión de las ventanas iluminadas de las
casas. No me vais a dejar hablar de trenes, ¿verdad? Bien, pues en ese caso
hablaré de Marta Zamarska.
Enlace ferroviario
Enlace ferroviario
De viaje
Pero hablar de Zamarska es, también, hablar de
trenes. No solo de trenes, por supuesto, a pesar de que su serie dedicada a los
ferrocarriles nos permite ocuparnos de ellos. Aunque, quizás, ya que os he
pedido que no me dejéis hablar de trenes, será mejor que ceda la palabra a
Marta: nadie mejor que ella para hablarnos de su Diario ferroviario y de las diversas estaciones que jalonan su
ruta: su ciudad natal, Ustron; la universidad de Varsovia, donde cursó estudios
de lengua y cultura estadounidenses y posteriormente, en otra nueva parada del
trayecto, de bellas artes. El viaje, nos cuenta esta viajera, es “la búsqueda,
la introspección, el descubrimiento del yo interior”. Una identidad en
movimiento, pienso, que se reconoce en lo otro que, por diferente, llega a ser
tan próximo.
El tren
Estación nocturna
Las vías
“Mi pasión por el ferrocarril –escribe Zamarska- se ha ido transformando gradualmente en una experiencia
fascinante.Lo he visto madurar, cambiar sus
formas, conquistar nuevos territorios, explorar lo desconocido.El deseo de descubrir nuevos caminos es cada vez más
atractivo.Soy consciente de eso, ya no es solo
un impulso, sino una fuerza desconocida que te empuja hacia delante”. Habla la
viajera, habla la artista. Habla con la voz de cualquier persona lo
suficientemente arraigada en la vida como para entenderla como viaje, búsqueda,
encuentros, extravíos.
Enlace ferroviario
“Solo
conozco la primera y última estación, y a veces incluso la última estación
sigue siendo un misterio.Lo que parece ser meticulosamente planificado, cada minuto
tomado en cuenta, podría convertirse en una improvisación, un viaje a lo
desconocido, una variación...”.
Estación
En el metro
En su página web podemos leer la acertada
descripción que Ged Quinn hace de la obra de esta artista polaca: “Monet se
encuentra con Edward Hopper”. Monet: la atmósfera, esas “impresiones” que dan
título –y contenido- a muchas de las obras de Marta.
Hopper… No, miradlo
vosotros mismos y decidme: ¿por qué Hopper? ¿Soledad, incomunicación? Esto es lo
que nos cuenta Marta: “Los extraños que coinciden en el
mismo compartimiento de tiempo y lugar pueden convertirse repentinamente en
alguien cercano.La atmósfera y las condiciones
son alentadoras para iniciar una conversación”. No parece en sus obras, sin
embargo, que este diálogo se establezca. Una charla efímera que, como la artista
dice, goza de la libertad de su propia fugacidad: nos encontramos en un vagón,
hablamos, uno de nosotros desciende “en la próxima estación y lo que queda es
solo un rastro, la memoria” o, en la mayoría de los casos, el olvido.
En el metro
¿Tal vez la música puede propiciar el encuentro? Una música
que Zamarska, que también ha sido bailarina, ama.
Acordeonista
Acordeonista
Enlace ferroviario
Viajeros.
Estaciones. Noche. Frío y nieve. La poesía de Frank O’Hara: el tema
elegido por Zamarska para su tesis; en concreto, la influencia de la pintura, la música y la danza sobre la obra de este poeta
estadounidense que también nos habla de trenes y estaciones.
está lleno de
salvajismo y tensión
como una estación de
tren, los trenes huyen en el calor
del escape del Sur a
los arroyos dulces
y los carriles
cubiertos de pasto debajo de la
agradecida y esclarecedora
luna rusa.
Enlace ferroviario
Nocturno
Nocturno
O’Hara,
el mismo poeta que nos dice:
Los buenos
aman los parques y los
ineptos las
estaciones de tren
Acepto mi ineptitud, puesto que amo las estaciones. Aunque también los parques, sin que eso me convierta necesariamente en “buena”.
Vías de tren
Marta Zamarska pinta también paisajes llenos de
color y otros en los que los personajes destacan sobre la nieve como pequeñas
manchas. Pinta edificios solitarios entre la noche y el frío, pinta flores, minerales y piedras preciosas, escenas de danza. Y trenes.
La vieja destilería
Malaquita, silencio
“A veces sueño con viajar sin billete. Mi billete está
abierto y no sé adónde voy a llegar finalmente”. Buen viaje, Marta. Que todos
tengamos un buen viaje, aunque seamos pasajeros sin billete y sin destino.
(Anna Calvanese) Soy una devoradora de soles, aunque, cuando el día
es rico en grises, me voy, tan contenta, a vivir en una pintura japonesa en
tinta china. ¿Y las noches? ¡Ah, cómo me bebo las noches! Pero hoy apartamos
nubes y noche para quedarnos con el sol y comérnoslo. ¿Comérnoslo? Sí, claro. Como
me lo comí aquella mañana cuando, sentada en el suelo de un frontón vacío, pelé
una naranja y, gajo a gajo, sentí que era el sol –los soles- lo que inundaba mi
boca como el estallido de una risa que desbordaba el universo. Ya veis, qué
exageración: total, por comerse una naranja. Pero algo sucedió –aún no sé qué
fue-, porque horas después, ya anochecido, vinieron a buscarme, inquietos por
mi ausencia, y allí estaba, sentada en el suelo, sosteniendo aún en la mano
lo que restaba de la fruta. Supe que no me había dormido, pero tampoco me había
percatado del transcurso de las horas. Mi cuerpo estaba entumecido. “¿Esto es
lo que sucede –me pregunté- cuando se comen soles?”.
Odilon Redon, El
niño
Marsden Hartley, Limones y naranjas
Naranja. No solo la fruta que dio nombre al color cuando
los comerciantes portugueses trajeron el árbol a Europa, allá por el siglo XV. La
naranja amarga, de origen persa, se conocía entre nosotros ya desde la época
del califato de Córdoba. Vino después la otra naranja, la que traía en su
interior la dulzura del sol. Un sol con el que también Carlos Fuentes
identifica a la naranja y, así, lo come y sorbe y muerde y bebe. “El cielo –escribe-
abrazándolo todo, en el centro el Sol como una gran naranja en llamas y debajo
de todo, una minúscula esfera”.
Vincent Van Gogh, Sauces al atardecer
Frans Floris, Adán
y Eva
Fue naranja, y no manzana ni granada, la fruta que,
según algunas versiones, crecía en el árbol del conocimiento, y ahí entiendo la
tentación y la caída, cómo no voy a entenderla. Como he comentado en alguna
otra ocasión, si hubiera estado en el lugar de Eva y el fruto prohibido
hubiese sido un pomelo rojo, ni a Dios le habría dado tiempo a formular el veto: ¡antes me habría comido todo el árbol!
Mark Rothko, Naranja
Paul Gauguin, Naranjas
de Tahití
Los artistas nos tientan con sus naturalezas vivas.
¿Vivas? Sí, claro. ¿Cómo podríamos llamar “naturaleza muerta” a estos limones y
estas naranjas que configuran una auténtica fiesta cítrica? Hay vida, mucha
vida, en estas frutas que huelen a luz y saben a sonrisa. Decidme: ¿hacia qué
frutas tendéis vuestra mano, vuestros labios, vuestra hambre y vuestra sed? ¿Las
que nos ofrece Gauguin, las de Kirchner, las de Rippl-Rónai, las de Matisse? Las
que queráis. Todas.
Ernst Ludwig Kirchner, Bodegón
József Rippl-Rónai, Bodegón
Henri Matisse, Cesta
con frutas
Wassily Kandinsky, Naranja
Pero no solo comemos la fruta, no solo comemos los
soles. Vamos a comernos el color, si os apetece. Un color que a veces se
desliza hacia el amarillo y a veces hacia el rojo, sin ser ninguno de ellos
aunque sí… su fruto. Al otro lado del naranja, el azul: he aquí dos colores que
amo. Uno de ellos, el naranja, poco apreciado en occidente: no así en oriente,
donde se le confiere un carácter de transición y espiritualidad. Es un color
gozoso, en cualquier caso, amado por los niños. Un color solar que para
Kandinsky tiene el sonido de una viola o el de de una campana que llama al
ángelus.
Wassily Kandinsky, Naranja
Odilon Redon, Sin
título
¿Os suena a naranja la viola de gamba? Yo no sé qué
decir. No olvido un sueño bellísimo en el que los chopos llovían sobre mi
cuerpo sus hojas amarillas y anaranjadas, y era todo la voz del violín. ¿Tal
vez por el amarillo? No puedo contestar: no soy Kandinsky. En cualquier caso, no
siempre escuchamos del mismo modo los colores. El naranja, para mí, suena a
veces a campanas, es cierto, y se puede bailar, y a veces suena a risa
infantil, y también se baila. Sabe a verano o, más exactamente, a un a punto
del verano, allá por junio, y también a otoño o a un a punto del otoño.
Plenitud y transición, a un tiempo.
Robert Motherwell, Variaciones de naranja 24
Nicolas de Staël, Playa de Siracusa
Saboreamos el naranja en los bodegones en los que
se representa la fruta, pero también en la pintura no figurativa, en los
paisajes, en las ropas, en los cuerpos.
Frederick Leighton, Sol ardiente de junio
Ernst Ludwig Kirchner, Desnudo naranja y amarillo
Paul Cézanne, Monte
Sainte-Victoire visto desde la
Cantera de Bibemus
Mirad a vuestro alrededor, abrid los ojos para
acoger en vuestra mirada el naranja de los campos, de las nubes, de las
piedras, de los árboles. Dejad que os inunde su calidez, que os acaricie su
solar alegría. ¡Reíd con la risa naranja de los niños, sed campana! Sin duda,
recordáis estas frases de Albert Camus, el bienamado: “En lo más
profundo del invierno, finalmente aprendí que dentro de mí se encuentra un invencible verano”. ¡Invencible naranja de ese verano que arde en nuestro interior!
Miradlo: ahí lo tenéis. Muy dentro -¡tan dentro!- de cada uno de nosotros.
Felix Vallotton, Paisaje
Alexei von Jawlensky, Murnau, paisaje con nube naranja
Emil Nolde, Paisaje
No quiero engañaros: habrá quien
no entienda vuestra risa naranja. Habrá, incluso, quien no perdone vuestro
junio. Disculpad su severidad: nunca comieron soles. Tal vez no sepan navegar
por mares de color y fábula. Tal vez no saben, o les da un poco de miedo, o
piensan que eso es poco serio. A lo mejor tampoco leyeron a Carlos Fuentes: “Los
dos miramos hacia los huertos del naranjo que nos rodean. Quisiera que el lobo
entendiese: El naranjo, el animal y yo somos sobrevivientes...”.
Paul Klee, Cuento
Abriré de nuevo la puerta del hogar. Plantaré de nuevo la semilla del
naranjo
(Carlos Fuentes, El naranjo, o los
círculos del tiempo)