martes, 19 de noviembre de 2024

El espacio salvado: el álbum de imágenes de Alberto Ruiz de Samaniego

 



Vengo de las palabras, vengo de las imágenes. Me habría quedado en ellas –en las imágenes, en las palabras- porque acogen, consuelan y aun cuando en alguna ocasión hablen de lo oscuro, prenden luces.

Vengo de un espacio salvado.


Urbano Lugris, Mástiles de barcos



Qué tentador, quedarse en él. He vuelto, sin embargo, para hablaros de la dicha contagiosa de Alberto Ruiz de Samaniego: la dicha que sintió al escribir este libro “con cuadros dentro”; nuestra dicha, como lectores, al pasear con el autor de imagen en imagen con ese “mira” encantado de los niños que no abandona nuestros labios –¡y que nunca los abandone!-. La dicha con la que Heráclito jugaba  a dados con los chiquillos en el templo de Artemisa, ante el estupor de los ciudadanos de Éfeso. La dicha que “se desprende de esas naves limpias y diáfanas” que muestra Saenredam y en las cuales gozamos de “lo espacial hecho habitable”.



Pieter Jansz Saenredam, Interior del Sint-Odulphuskerk en Assendelft



Urbano Lugris, La habitación del viejo marinero



Habitamos la imagen: “un sitio resguardado del exterior donde estar y deambular en paz, modelo él también del detenimiento, y de la suprema intimidad”.

Estos son rincones “para soñar mundos” y evocar los relatos “que se leían en la infancia, cuando leer, efectivamente, significaba viajar” –aún lo significa-.




Emanuel de Witte, Interior con mujer tocando el virginal



Puerta aparente de la mastaba de Mereruka
Son lugares donde acomodarnos y escudriñar a nuestro antojo todos los rincones, pero también desde donde desplazarnos a otros espacios. Se abren puertas en las imágenes, pasos que nos permiten vagabundear entre los cuadros, las fotografías y los sueños. 

"La sucesión de los vanos de las puertas" en esta pintura de Emanuel de Witte, por ejemplo, "incita a cruzarlas como se hace en los sueños": nos recuerda, incluso, las "puertas aparentes" del Antiguo Egipto.

Para pasar al otro lado. Para atravesar fronteras. Como Rothko, cuya "obra dramatiza la obsesión del límite. Y su imposibilidad". El límite "como una grieta, una apertura".

La "anhelada evasión: ser luz.

Rothko, o el color que adviene".


 
Mark Rothko, Naranja y amarillo




 
Richard Serra, La materia del tiempo

Pasar al otro lado. Más allá. Más allá del tiempo. Porque esto trata del tiempo y su materia, como todo aquello en lo que estamos involucrados. “Se trata de una cuestión de tiempo, efectivamente, el hecho de entrar y caminar por el interior de las serpenteantes planchas de acero cortén de Serra". Pero es otro tiempo, tal vez "una salida del tiempo" o de "un tiempo suspenso". Es otra la duración, otra la percepción de "una vida olvidada de la vida". Esta es una obra para salir del tiempo, para entrar en la vida: una vida más allá de la vida.

No se escucha aquí una única voz, "sino resonancias: ecos, llamadas, repliegues o despliegues de lo que se difiere y se teme, se anhela o sospecha, incierto se espera. Pues no es un solo sonido lo que resuena, sino que todo en torno vibra". Este es "un lugar de miedo y a la vez de tenue esperanza". Hasta que “nos decidimos, temerosos, a palpar por fin un borde, o una pared. Como hiciera tal vez el primer hombre que bajó a una gruta, y con la palma de la mano sintió la tierra y su cuerpo con ella". Recordamos. Y sonreímos.


Kurós de Creso



¿Sonreímos? ¿Como los kuroi, como el Buda? “¿Por qué se ríen los kuroi y las muchachas de la escultura griega arcaica? ¿Por qué se ríe el Buda? Algunos dirán: porque “se hacen cargo”. Por si no estuviese claro de qué “se hacen cargo”, Nabokov viene en nuestra ayuda: “Los primeros seres vivos que tuvieron conciencia del tiempo fueron asimismo los primeros en sonreír” (Habla, memoria).

Así pues, se ríen de sí mismos”. Es la suya una sonrisa "de aceptación y, en cierto modo, de liberación. Hacerse cargo es descargarse”.

El kurós adelanta un pie: camina. Tanto ese paso como la sonrisa marcan el “instante de decisión”, “una verdadera intensificación de la conciencia”. ¿Adónde se dirige? ¿De dónde viene? “Libre, en griego, se dice Eleutheros, como es sabido. Lo que, sin embargo, ya no se dice es que Eleutheros denomina a aquél que viene de Eleusis”.

Sonreímos; sí, sonreímos.


Michelangelo Caravaggio, Descanso en la huida a Egipto


José de Ribera, El sueño de Jacob
Sonreímos al advertir la desmemoria de los ángeles por eso, porque se le olvida, el de Caravaggio debe consultar la partitura-; sus trajines escalera arriba, escalera abajo, escalera al cielo, escalera al sueño del hombre que duerme con la cabeza apoyada sobre una piedra. Lo que cuenta es el sueño: “nadie dice que la vida sea sueño, sino todo lo contrario: el sueño es lo otro. Acaso, una vida salvada”.

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Leo el colofón, sonrío. Cuando leáis el libro y lleguéis a su última página, sabréis el porqué de mi sonrisa. 

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Para salvar espacios. Y a nosotros en ellos.


Alberto Ruiz de Samaniego

El espacio salvado. Álbum de imágenes

Shangrila

2024

https://shangrilaediciones.com/producto/el-espacio-salvado-album-de-imagenes/





jueves, 4 de abril de 2024

Tiempo de Quignard: Horas felices

 



Nos cuenta que un día, "en 1735, en la isla principal de Japón, el monje Baisaó se convirtió en el humo que flotaba sobre la superficie del té que había puesto a hervir.


Eric Thompson


En China, un hombre que vivía en el bosque de Henan se convirtió en mariposa y ya no supo de reinos, vigilias, ilusiones, ecos; no supo de las corolas de las flores, los insectos que las succionan ni los sueños que tienen”. A otro hombre, en Gran Bretaña, le dio por la pesca con caña.

Se dice que se trata de ocupaciones, rituales, contemplaciones, pero en realidad son desapariciones maravillosas”.

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Montaigne lee en su torre de Dordoña. También lee Spinoza en La Haya. Ambos leen lo mismo que Saint-Évremond en Londres: este, más que en los escritos del señor de la torre, se inspirará para sus pequeños tratados en los libros de un hombre que en 1979 escribió: “Espero ser leído en 1640”. 

“Esperar que lo que se escribe en 1979 sea leído en 1640 suponía invertir, no ya la dirección del tiempo, puesto que el tiempo no tiene dirección, sino la costumbre de esta orientación”. Yo, que le leo en 1640 o en cualquier otra fecha, le doy la razón aunque ni él, ni Saint-Évremond, ni Montaigne ni Spinoza se enteren, lo cual es natural y carece de importancia.

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“Todo lo que brota de las cuevas de las montañas, todo lo que desciende en torrente, todo lo que predestina los renacimientos y los retornos. Charco antes del mar, brote antes del árbol, cervato antes del ciervo, cascada sobre la roca, cueva en la montaña, todo de nosotros resurge del fondo de la tierra. Los dioses de cristal están en la oscuridad”, dijo la chamana uigur. Después conversó con la nuera del emperador Genghis Khan, fallecida setecientos cincuenta años antes. La nuera contó que estaba vieja y que se tambaleaba de ancestro en ancestro. Dijo también algo muy bello: “El agua pura que llevo entre mis labios refresca los rostros”.



Rashid al-Din, "Djami al-Tawarikh" (s.XIV). Reproducción en Genghis Khan et l’Empire Mongol `por Jean-Paul Roux

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La cueva de Niaux, en Francia, fue visitada en 1640. Pensaron que las imágenes que veían en ella habían sido hechas por niños-lobo abandonados lejos del pueblo para que muriesen lo más rápido posible”.


Gruta de Niaux

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Jenofonte preguntaba el nombre de las ciudades que veía en ruinas. Nadie sabía decirle. Un día, mucho tiempo después, "recuperaron el nombre, el tiempo y el sentido. Hace doscientos años, los ladrillos de arcilla rotos dejaron de ser ciudades destruidas hace milenios". Las tablillas "se convirtieron en libros”; esas "torres de Babel derrumbadas se enderezaron". Los nombres, las letras, los libros, los idiomas "fueron descifrados, todo fue restituido".

“Así fue respondida la pregunta de Jenofonte con dos mil cuatrocientos años de retraso”.

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“El pasado es tan inestable.

¿Quién sabe lo que el pasado le reserva al porvenir?

No sabemos nada de lo que nos espera en el fondo del mundo desde el fondo del mundo".

“No es la idea del futuro lo que modifica el presente retrocediendo sobre él. Es necesario cambiar el pasado para que la actualidad se transforme”.

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Quignard pudo hablar, pudo comer, pudo vivir, gracias a un resucitado: su tío Jean Bruneau, que regresó del campo de concentración de Dachau: “¡el tiempo que le costó estar de vuelta en el tiempo! –escribe el sobrino-. Los años luz que le costó regresar".

Así, gracias a su tío, Quignard escribió para ser leído en 1640.