El profesor
era muy mayor y tenía un apellido precioso. Había dado en regañarme amablemente
porque, decía, yo era revoltosa (¿era?). Llegué un día al aula antes de que
comenzara la clase, me subí a un pupitre, di unas palmadas, dije a mis
compañeros “escuchad esto” y leí en voz alta el principio de Infancia en Berlín
hacia 1900, de Walter Benjamin. “Espléndido, señorita Pinedo. ¿Me permite
comenzar la lección?”, preguntó el profesor, desde la puerta. “Por supuesto,
señor Salom”, respondí, y bajé del pupitre.
Llego hoy
aquí como lo hice aquel día: entusiasmada. “Escuchad, escuchad esto”, os digo.
El kaluli
vive en dos mundos: el visible de las personas y el de sus reflejos. Cuando
alguien muere, su reflejo desaparece y se convierte en pájaro. “El tránsito de
la vida es de niño a pájaro”.
Fotografía de Jimmy Nelson |
Fotografía de Tim Laman |
Fotografía de Jimmy Nelson |
Fotografía de Tim Laman |
La canción es
una cascada; el cantante, un pájaro en lo alto de la cascada. “Las canciones
mal interpretadas tienen un saliente demasiado pronunciado antes de la caída
del agua, o salpican demasiado, o se demoran demasiado en la poza antes de
seguir su curso”.
Fotografía de Jimmy Nelson |
A veces se
producían invitaciones entre casas comunales para cantar. Los anfitriones lloraban
“y, cuando los sollozos se tornaban insoportables, alguien cogía una antorcha y
con esta empujaba al cantante por el pecho o el hombro”. El éxito de las sesiones
“se rememoraba mediante relatos que describían cuánto habían llorado los
anfitriones y cuánto se habían quemado los cantantes invitados”.
Fotografías de Jimmy Nelson |
En la lengua
bosavi, “la palabra para «mañana» es la misma que para «ayer». La palabra ya no
se aplica a la sociedad kaluli, sino a los mismos pájaros que antaño fueron kalulis.
ii-yehhhh-u
ii-yehhhh-u
susulubii susulubii susulubii
aún están en los árboles”.
Fotografía de Tim Laman |
***
¿Por qué os cuento todo esto? Porque me entusiasmé leyendo el libro de Eliot Weinberger titulado Algo elemental. De él proceden todas las citas de este texto. No habla solo de los kalulis, sino también del viento, los tigres, los desiertos, los rinocerontes y mucho más. ¿Cómo no iba a subirme a la mesa y deciros "escuchad, escuchad"?
¡¡ Buenoooo !! Qué alegría leerte. Preciosa entrada y maravillosa recomendación. Espero que nos sigas regalando con estas entradas.
ResponderEliminar¡Esther, qué bien! En diciembre paseé con Motz y los unicornios sin hacer ruido y disfrutando. Qué bueno, Esther, qué bueno. Gracias por tu compañía en Bosavi.
EliminarEstoy ansioso por conocer la obra de Eliot. Maravillosas fotos. ¡Gracias Carmen!
ResponderEliminar¡A por el libro, Rogelio! Creo que, tanto por los temas tan variados que toca como por el modo de abordarlos te gustará tanto como a mí. Ah, y si buscas las páginas de Jimmy Nelson y Tim Laman te perderás, feliz, por todo el mundo. No conocía a esos fotógrafos: cuando buscaba más información sobre los kaluli los encontré. Un abrazo.
EliminarPrecioso reportaje, debe ser un buen libro. Un abrazo.
ResponderEliminarEs muy ameno, Mamen. No había leído nada de este autor y ha sido una sorpresa muy agradable para mí. Un abrazo.
EliminarBuena y sugerente entrada como siempre, Carmen.
ResponderEliminarSegún la historia de Peter Pan de James Barrie, es al revés. Los niños son felices pájaros, primero. Y cuando pierden la confianza en su capacidad para volar, degeneran y se convierten en “tristes” humanos. Peter rompe (a medias) el círculo, y echa a volar lejos del hogar materno, directo a los jardines de Kensington con las demás aves.
Cuando vuelve a casa usando como barca, de hecho, un nido enorme, su madre ya se olvidó de él, dejándolo perdido entre dos mundos sin encajar bien en ninguno.
No hace mucho vi un gorrión atrapado tras la protección de hierro del escaparate de un banco. Revoloteaba sin parar, intentando esquivar la trampa a torpes saltos, una y otra vez. Solo tenía que extender sus alas… No me atreví a tocarlo. Me quité las gafas, y usé una patilla para que le sirviese como trampolín. Fue buena idea, pues se catapultó con esa simple ayuda y echó a volar, sin más, en ese instante.
Yo estoy en una situación parecida ahora... Por cierto, la canción de los niños de Papua es hipnótica. Casi me vuelvo yo mismo un pájaro escuchándola.
Me respondo a mí mismo, soy Bonifacio. Parece que mi identidad en Google salió también volando.
EliminarTe adiviné Bonifacio en la escritura (y por ella).
Eliminar¡Bien por el rescate del gorrión! Aquí, en casa, nos dedicamos a rescatar pájaros que caen en la chimenea: no sé si caen o se tiran para jugar porque han comprobado que siempre son liberados y les divierte. La gata, en cambio, nos mira con reproche cuando el visitante sale volando por el balcón.
A lo mejor, estar entre dos mundos sin encajar bien en ninguno es buena cosa: nos mantiene en movimiento, vivos, aunque a menudo agotados.
Me decía a mí mismo por dónde andarías, Carmen. Llevaba tiempo sin saber de alguna nueva entrada tuya y por eso he venido directo a tu blog. Veo que no lo mueves desde el 28 de enero de este año; espero y deseo que no sea por nada que haya escapado a tu control.
ResponderEliminarComo siempre tu entrada es maravillosa. Qué belleza, qué sensibilidad la tuya al escribir y al saber sacar de tu lectura tanta emoción. Tomo nota del libro de Eliot Weinberger pues, ¡claro!, yo también deseo experimentar en mí esa emoción y esa belleza.
Un beso, amiga
Todo bien, Juan Carlos. Demasiado que hacer, demasiado poco tiempo para hacerlo: la eterna canción (creo que todos la cantamos). Te gustará Weinberger, ya verás. Un abrazo.
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