domingo, 3 de noviembre de 2019

Escrituras





“Ya sé escribir”, piensa el niño. “Eso no es escribir”, le dice un amigo. El papel está cubierto por unas irregulares líneas verticales.  “Te enseño”.  Después: “esto sí que es escribir”. Pero, nos cuenta Thomas Wolfe, “guardaron entre ellos su secreto”.


Lucio Fontana, Concepto espacial. Espera


Otra niña –creo recordar que se llamaba Paloma- cubría con trazos horizontales hojas y hojas de papel que después cosía para formar libros ilegibles. Se enojaba cuando los adultos fingían –porque tenían que estar fingiendo- que no entendían su escritura.




Claude Lévi-Strauss distribuyó hojas de papel y lápices entre los miembros de una tribu que desconocía la escritura. Un día, vio a todos "ocupados en trazar sobre el papel líneas horizontales onduladas. ¿Qué querían hacer? Tuve que ren­dirme ante la evidencia -prosigue el antropólogo-: escribían, o más exactamente, trataban de dar al lápiz el mismo uso que yo le daba". El jefe le pidió un cuaderno: trazaba en él líneas sinuosas y se las mostraba a Lévi-Strauss: "como si yo debiera leer su respuesta". 

***


La escritura del Codex Seraphinianus es muy clara y, sin embargo, ilegible. Luigi Serafini contó que su intención era evocar la sensación del niño ante una escritura que aún no sabe leer pero que los adultos descifran sin dificultad. Esa extrañeza, esa especie de exilio que Paloma devolvía a los adultos con sus “libros” cubiertos por una escritura inventada. Nos sentimos próximos a poder leer la escritura del Codex, dice Italo Calvino, pero esta “se nos escapa en cada una de sus palabras y cada uno de sus caracteres. La angustia que ese Otro Universo nos transmite no viene tanto de su diferencia con el nuestro como de su semejanza: lo mismo la escritura que verosímilmente podría haberse elaborado en un área lingüística extraña para nosotros, pero no impracticable”.





Además de estas escrituras inventadas, existen otras que no siempre son fáciles de leer. Algunas son más efímeras de lo que todas, en realidad, son.

Podemos escribir en el aire, en un cristal empañado por el vaho, en la arena, en el agua, en la ceniza, en un cuerpo…

Peter Handke pregunta: “¿no era verdad que, siendo niño y ante la sonrisa burlona de la familia, estaba escribiendo continuamente cosas en el aire?”. Y después: “la única letra que era realmente mi letra era la que trazaba en el aire, sin instrumento alguno, con solo el dedo índice como lápiz; precisamente el hecho de que no viera ante mí lo que estaba escribiendo y de que me bastara con el dedo índice me daba la impresión de que lo que escribía lo escribía con una letra personal, con mis rasgos peculiares. Además, escribiendo-en-el-aire podía ir despacio, detenerme, hacer pausas”.

Mordechai Ardon, Letras



Adri, una niña que aparece en una novela de Pascal Quignard, escribe también en el aire.


Lo primero que hay que hacer es “aplanar con la mano el papel imaginario en el aire”: cuidado con los pliegues –pero este, el de los pliegues, es otro tema-.

“¿A quién escribes?”, le preguntan cuando la ven trazar en el aire grandes letras invisibles. “A Dios”, contesta.
Solo en el aire. Acaso, también en el agua.
¿A quién escribes? ¿Escribo?
"Eso no es escribir". 


Carlo Mattioli, Sin título


Entonces, la escritura -arriba, abajo- se desmenuza, se hace pequeña. Fragmento. Pero esa, como la de los pliegues o la del viento que ya ha soplado en estas páginas, es también otra historia.


Alfredo Rapetti, Escritura sacra