Adoro (soy fan de) las casas de
árbol casi tanto como las casas con patas. Ambas sugieren una dosis de retorno,
de distancia, de paz, que me atrae sin remedio. Hay árboles que nos acogen bajo
sus ramas y son una casa por sí solos, hay también casas plantadas entre los
árboles en lugares bellísimos. Todas emocionantes, pero la casa de árbol, la
que se hace con toda intención en lo alto del árbol, forma una categoría
aparte.
Luis Díaz Feria, Casa de árbol |
Trepar a un árbol es un acto instintivo. No hay que echarle mucha imaginación para aceptar que la pulsión de subirse a los árboles es una necesidad atávica. Echamos de menos el árbol porque nacimos en él. Algo profundo y muy viejo nos conduce hipnotizados de vuelta a esas mismas ramas de las que nos expulsó la serpiente condenándonos a colonizar el terruño a golpe de sudor y muerte. En el árbol nos había sido dado vivir sin matar, creemos recordar.
Luis Díaz Feria, Casa de árbol |
De niños nos subíamos al árbol –quién no— para sentirnos libres. Inalcanzables para los mayores, que constituían la representación explícita de un mundo lleno de obligaciones, ridículas y absurdas en general, cuya razón de ser no entendíamos. Ahora, de menos niños, seguimos trepando al árbol por las mismas razones, por una necesidad íntima de despegar, de sentirnos elevados sobre la oscuridad pegajosa con la que se tejen las normas de lo correcto y de lo confortable. Y quizá también lo hagamos para que no nos pasen al grupo de los mayores.
En aquellos tiempos, no se bajaba uno del árbol ni aunque avisasen para merendar. Allí arriba no había necesidad de golosinas ni de ninguna otra cosa, sabedores nosotros de que por las ramas por las que nos andábamos abundaban los frutos y las bayas, si bien las más de las veces en su forma imaginaria.
Luis Díaz Feria, Casa de árbol |
De todos los árboles del huerto
los que crecían junto a las tapias vecinas eran los más deseados. En virtud de
una ley irrevocable se tenía derecho sobre la fruta que crecía sobrepasando el
muro, que, dicho sea de paso, solía estar más rica que la de este lado. Así
aprendimos, sin llegar jamás a verlo ni conocerlo, que el vecino del fondo era
un ser taimado y egoísta. A partir del segundo verano de nuestra etapa
arborícola, todos los años sin excepción, al llegar las vacaciones las ramas de
sus árboles habían sido recortadas exactamente a plomo con la vertical de la
linde. Un trabajo minucioso y concienzudo que no dejaba ni una mísera ramita
colgando de nuestro lado.
Se
hizo necesario, en consecuencia, recurrir a una segunda norma irrevocable que
sólo aplicábamos a la finca del norte: también se tenía derecho sobre la fruta
vecina a la que se pudiese llegar con una escoba y el recogedor. La verdad es
tampoco duró mucho este nuevo estatus fronterizo. A instancias enfurecidas del
vecino horticultor, el abuelo abolió la ley de la escoba, y en cierto modo y
sin querer abolió también nuestra desinhibida niñez solidaria. No fue sólo el
episodio de la escoba, claro, aquello coincidió sobre todo con que nuestras
piernas crecían y un nuevo mundo de hormonas se estaba implantando a ras de
tierra.
Luis Díaz Feria, Casa de árbol |
Los enormes árboles en los que
sucedían aventuras cada tarde de verano de pronto se volvían diminutos en
proporción a nuestros cuerpos. Por un lado resultaban más fáciles de trepar,
pero en cambio no había mucho espacio donde acomodarse un rato. Aunque entonces
no lo sabía, esta última constatación de carácter funcional condujo mis pasos
hacia la carrera de arquitectura, en la que esperaba armarme con la técnica y
la inspiración para llegar a ser un maestro en la construcción de aquellas
formidables mansiones arbóreas que salían en las películas de Tarzán.
Como ya habrán imaginado, el
currículo universitario se orientaba en otras direcciones, con lo que después
de una pila de años ejerciendo, este es el día en que aún no me he estrenado
como autor de una sola casa de árbol.
[Inciso: si están pensando en
hacerse una casita en el árbol del jardín –o del jardín vecino, ya ven que no
es cosa de escrúpulos tontos— por favor no duden en contactar con un servidor].
Luis Díaz Feria, Director de orquesta |
Llegados
a este punto en el que me ha enredado Carmen, habitual autora de estas páginas,
le devuelvo la pelota con un reto relacionado con las casas de árbol. Pregunto
desde la ignorancia, ¿quién ha pintado o quién pinta desde lo alto de un árbol,
desde ese preciso y precioso punto de vista?