Manuel Amado (1938)
Si no fuera por mi sombra, me iría a Portugal. Iría a muchos sitios y uno de ellos sería Portugal.
|
Manuel Amado, Calles de Lisboa |
Yo iría y me sentaría en la proa, tan contenta, a esperar a que la península se desgajase y echase a navegar por el océano, como en La balsa de piedra, y recordaría cómo leí esa novela hace muchos años porque Victor Mendes la recomendó y era un tipo simpático, y después vinieron ya solas las demás obras de Saramago. Y recordaría a Saramago cuando coincidimos en el mismo hotel de Madrid y yo al verle pensé: “vaya, Saramago”, y de inmediato mi pensamiento se desgajó del hotel madrileño, zarpó y se puso a navegar por sus novelas. Yo iría a Portugal para volver a leer allí a Pessoa y para recorrer el país pasito a pasito, mirada a mirada. Yo iría, pero, ay, tengo una sombra.
|
Manuel Amado, Buenos
días, Lisboa |
Mi sombra es pequeña, tiene los ojos azules y es muy charlatana. Es una sombra que me sigue a todas partes, me lame a traición y no me deja ni siquiera ir al cuarto de baño sin acusarme a gritos de maltratarla por dejarla fuera. Cada vez que salgo de casa me hace sentir fatal. Es una chantajista. Y no me deja ir a Portugal.
|
Manuel Amado, Lisboa.
La plaza del Comercio |
A mí me gustaría ir en tren, para llenarme los ojos
de paisajes e ir recogiendo historias de viajero en viajero, de estación en
estación.
|
Manuel Amado, El
final del andén |
|
Manuel Amado, El
andén de la estación |
|
Manuel Amado, Puerta
azul |
|
Manuel Amado, Final
de la calle |
Pero mi sombra me dice: “tú de aquí no te mueves”,
así que he decidido pedirle a Portugal que venga. No creo que se acuerde de mí,
porque hace muchos, muchos años que lo visité y gocé de él, pero sé que es tan
amable que no dudará en acudir a mi llamado. ¡Mirad, ya llega! Viene en los
pinceles de Manuel Amado.
|
Manuel Amado, El
patio. La Rábida |
Que Amado es arquitecto se le nota en los perfiles.
En los perfiles de sus arquitecturas, quiero decir, en sus ángulos, en el modo
en que la luz y la sombra habitan y construyen los espacios.
|
Manuel Amado, Paso
con árbol |
|
Manuel Amado, La
casa de Mateus. Esquina en el patio |
Las representaciones de iglesias de Lisboa, São
Martinho do Porto y Santarém remiten a una larga historia de interiores
arquitectónicos de iglesias, una larga historia de silencios de piedra.
|
Manuel Amado, La
ermita. Arcada lateral |
|
Manuel Amado, La
ermita. Interior | |
|
Manuel Amado, Dormitorio |
Guardián de
los lugares habitados, sentidos, recorridos por él: así se le ha llamado. Los escenarios
que su mirada y su memoria recrean adquieren una nueva calidad, se impregnan de
una atmósfera especial que va más allá del aparente realismo de la
representación.
|
Manuel Amado, Sala |
Es como si Manuel Amado “pintase para erradicar un
fantasma, algo que nunca conseguirá hacer”, nos cuenta Paula Rego.
|
Manuel Amado, El
cuarto de Fernando Pessoa |
Pero Manuel nos conduce también al aire libre, a
esas playas llenas de casetas de lona a rayas blanquiazules o a los jardines
encantados:
|
Manuel Amado, Playa |
|
Manuel Amado, Playa |
|
Manuel Amado, El
jardín encantado II |
“¿Qué es ese intervalo que hay entre yo mismo y yo?”, se pregunta Fernando Pessoa. ¿Qué paréntesis de atención suspendida se abre entre lo que Manuel Amado nos muestra y las sugerencias que libera?
|
Manuel Amado, El
caballo blanco |
|
Manuel Amado, Caballo | |
¿Ese
intervalo es el de la ficción?
El padre de Manuel, Fernando Amado, fue actor y director de teatro. El
propio Manuel actuó también durante sus años de estudiante. El teatro se
convierte en uno de los espacios de su pintura.
|
Manuel Amado, El
ensayo se retrasa |
|
Manuel Amado, Quita
de ahí esa silla |
|
Manuel Amado, La
antepenúltima cena de los polichinelas |
Los
bastidores escapan del teatro, alcanzan otros ámbitos de la vida. Y, con ellos,
se expande la ficción.
|
Manuel Amado, El
beso |
|
Manuel Amado, Anunciación |
|
Manuel Amado, Las
tres musas |
Y es aquí, queramos o no, donde ya no podemos
contener las historias que desencadenan las imágenes.
|
Manuel Amado, La
sala vacía |
|
Manuel Amado, El
anticristo ataca de nuevo |
|
Manuel Amado, El
arlequín se divierte y el diablo mira |
¿Quién se
anima a empezar a contar esas historias? No ahora, no de inmediato: hay días para hacerlo, habrá ocasiones, si queréis jugar.
|
Manuel Amado, El
recreo |
He abierto la ventana y mi sombra, a la que quiero muchísimo aunque no me
deje ir a ningún sitio y es también guardiana de lugares, ha empezado ya a
maullar su relato al mar. “Me gustan las pinturas de Manuel por todo lo que no
se ve, pero se siente”, afirma Bruno Munari, y mi sombra dice: sí, así es.
|
Manuel Amado, Ventana
al mar |