Mira, Jesús, yo a ti siempre te he llamado Arturo. Un día, cuando hablábamos de Shangrila, Miguel Ángel me dijo: "Perdona, Carmen, hace tiempo que te lo quería preguntar: ¿por qué le llamas Arturo?". "¡Porque se llama Arturo!". "Se llama Jesús". Después del primer momento de estupor, tuve que aceptarlo: "Es verdad: Arturo se llama Jesús".
Sigo llamándote Arturo, no lo puedo evitar. ¿Por qué Arturo? No lo sé. ¿Quizás por la asociación entre dos territorios míticos, Shangrila y Camelot? Merlín, por supuesto, pero tú no eres Merlín. Eres Arturo. ¡Brenin Arthur!
Podría decir mucho, y todo bueno, de Shangrila. Podría decir tanto y tan bueno que, por mucho que dijese, sería insuficiente. Prefiero poner bridas a mis palabras, que no alcanzan, y mostrar estas pequeñas muestras del milagro:
Leed esto, por favor. Arturo lo ha escrito desde El Arrecife de Donovan: SHANGRILA SE DETIENE. SHANGRILA NO DESAPARECE
Dicen que Arturo volverá de Avalon. Tú, Jesús, Arturo, no estás en Avalon; tampoco en un monasterio tibetano rodeado de elevadísimas cumbres. Estás, como siempre, en el único lugar habitable: fuera de cuadro. Esperamos tu regreso. No te demores tanto como aquel de quien tomaste el nombre, sin saberlo.
No imaginé que pudiera existir un lugar como este.
Gracias. Siempre gracias.
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