sábado, 11 de marzo de 2023

Quignard y una vieja bolsa




Nos cuenta que en “otro tiempo hubo –pero otro tiempo antes de todos los otros tiempos, en una vieja bolsa antes de todas las viejas bolsas, en un antaño que tal vez fuera el origen mismo- una verdaderamente viejísima reina que reinaba sola, en el oeste del mundo, en el límite extremo de la Tierra. Había sido joven, por cierto”. Cuenta también que, antiguamente, “los indios otomí llamaban al pasado: To-za -lo que quiere decir ‘vieja bolsa’”.

Él habla, y entonces me da por hablar también e incluso llamo a una vieja conocida, mucho más oscura de lo que pensábamos, pero no me preguntéis por qué lo digo, porque no lo sé.



Y soy una irreverente –¡claro que sí!- por reunir a Quignard con nuestra vieja conocida y su lado oscuro.

¿Y luminoso? No sé. 

                                                ***

Los tiempos, las estrellas, las preguntas…

Y todos estos bolsos.

¿Qué llevan en ellos?





Es inevitable que me quede pensando en el otro tiempo antes de todos los otros tiempos y la vieja bolsa antes de todas las viejas bolsas, y en una bolsa vieja, viejísima, y a la vez nueva, recién nacida bolsa que no trae Quignard sino que aparece ahí, de repente, donde a lo mejor siempre estuvo, como ella “ausente en el interior de la Ausencia”. Y en el interior de esa bolsa no está solo el pasado, sino también el futuro –los pasados, los futuros- y de ella pueden extraerse fragmentos, por un instante visibles a la luz del presente, siendo ellos mismos, extraídos de la viejísima, de la nueva bolsa, lo que llamamos “presente”. Por qué no: esto o lo contrario o nada de esto ni de lo contrario. ¿Hay contrario?




Es inevitable, también, que recuerde a Le Guin, las historias y la bolsa de estrellas.


***

Las preguntas, escribe Silvio Mationi, “se internan como en una bolsa enorme, que recuerda una cueva pintada antes de las palabras escritas”. Y es Mationi quien también nos dice que hay “un secreto en el centro de cada historia que su despliegue no revelará, que antes bien envuelve con más y más variantes. El mundo de las historias tiene una puerta angosta, como el del sueño, y es como si entráramos en una cueva oscura, un recodo de la gran caverna, donde se pintaron imágenes que es casi imposible ver”.





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Buscamos, dice Quignard, “el lugar de origen, el lugar anterior al mundo, es decir, el lugar en donde el yo puede estar ausente, donde el cuerpo se olvida.

Ella leía.

Así era feliz”.

Sí.