Sucedió cuando el otoño se hacía invierno, en el tiempo de la luna
invisible.
"Lentement, lentement, lentement". Así había crecido,
tan poco a poco. Su corazón estaba seco.
Cuando el árbol murió, fue música.
Leemos en un libro de Francis Hallé: “Hay unos artesanos que siempre han tenido en cuenta las fases de la luna, son los lutieres, quienes fabrican instrumentos musicales. Los que hacen Stradivarius jamás elegirían una madera sin saber en qué época de la luna ha sido cortada. Hacen un seguimiento de gran parte de la vida del árbol y lo talan en el mejor momento del año; es decir, en pleno invierno, cuando la luna es invisible”.
Stefano Mancuso habla también de "árboles musicales".
Hallé
nos cuenta que “lo único que pide un árbol es que se le deje en paz”.
Los árboles “son discretos, a veces un tanto callados, y totalmente pacíficos”.
Son “tan
estables y silenciosos que no los vemos. En la ciudad, la mayoría de la gente
no se fija en los árboles, o solo los ve cuando son talados. Para muchos de
nuestros contemporáneos, no se trata de objetos vivos. Esta idea, evidentemente
falsa, se debe a su discreción y su silencio”.
“Alto como un árbol,
un pensamiento
empuña
el tono luminoso: aún
quedan cantos por cantar más allá
de los hombres”.
“Un árbol, el más alto
pensamiento
se hace con la música de la luz".
Carlo Mattioli |