Mi tío abuelo Juan Cruz tenía la sana costumbre de
huir de los hospitales y de las bodas en las que le correspondía asumir el
papel de novio. Si se le hospitalizaba, siempre se las arreglaba para evadirse:
en una ocasión, llegó a “tomar prestada” la bata de un médico para alcanzar la
calle. Era bravo, Juan Cruz. Claro que no pensarían lo mismo las dos novias a
las que dejó plantadas ante el altar,
pero el pavor que este hombre sentía por los médicos y por el matrimonio se
imponía sobre cualquier otra consideración. Era, por lo demás, un hombre
apacible, educado y, al margen del sabor amargo que sin duda dejaron sus dos
estampidas matrimoniales, bondadoso. El caso es que a Juan Cruz, ya mayor, se
le pasaron las fuerzas o las ganas de echar a correr en cuanto oía la palabra
“boda”: se casó, sí, se casó, y yo me alegro de que lo hiciese porque así llegó
a mi vida Araceli. ¿Una mujer con sombrero?
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Imagino que sí, que tanto Araceli como Juan Cruz utilizarían
sombreros con frecuencia, pero si yo asocio a esta pareja con el sombrero es
por el día en que Araceli y yo hallamos un tesoro en el pequeño apartamento del
barrio de Gros, en San Sebastián, que nos había prestado una amiga suya. El
tesoro consistía en una espléndida colección de sombreros de todas las épocas. Nos
los probamos todos. Imaginad a una bella anciana y a una chica de quince años
intercambiando sombreros entre risas, exclamaciones de admiración, gritos de
júbilo. Entretenidas con nuestro juego, esa mañana no conseguimos salir de casa
para hacer ninguna de nuestras habituales correrías por la ciudad o emprender
alguna escapada a San Juan de Luz o a otros lugares que solíamos visitar.
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Yo amaba a la tía Araceli por su carácter fuerte, alegre, por su buen humor y su ternura. Ella era nacionalista, conservadora y creyente; yo, una revolucionaria adolescente, como corresponde. Nos entendíamos a las mil maravillas. Pero volvamos a los sombreros.
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El sombrero resguarda del frío y del sol, pero más allá de su función protectora, habla. Es mucho lo que estos objetos nos dicen acerca de las personas que se cubren con ellos: su pertenencia a una determinada clase social, por ejemplo, o a un concreto territorio. En ocasiones, esa criatura de por sí inofensiva, como es el pobre sombrero, es esgrimida como arma. Es lo que sucedió con un lema que un comercio puso en circulación al terminar la guerra civil española: Los rojos no usaban sombrero. Hay ocasiones en que lo estremecedor y lo ridículo se dan la mano. Qué tristeza, también, cuando los sombreros son reemplazados por cascos y los libros por armas.
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Hay muchos sombreros en el arte. Sombreros de todo tipo: de ala ancha, en forma de casquete o de campana, de cautivadora sencillez o profusamente adornados… Ante algunos retratos no podemos evitar preguntarnos si lo que el artista retrata, en realidad, es a la persona o su sombrero. ¿Cuál de los dos tiene más personalidad, más relevancia, más presencia? En algunos casos, esa presencia se debe al tamaño, más que a cualquier otra cosa. ¡Uno estaría tentado de hablar de un sombrero con señora, más que de una señora con sombrero!
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Sobre algunos sombreros crecen jardines, huertos, se despliegan auténticos bodegones o, en numerosos casos, las plumas que les sirven de ornamento danzan en el aire. Bien podría decirse que esas mujeres llevan el mundo en la cabeza. Un mundo comestible, cuando de frutos se trata: en cualquier caso, un mundo lleno de evocaciones de la naturaleza. Aunque, en un plano muy diferente, también podemos encontrarnos con mujeres en cuyos tocados se desarrollan operaciones matemáticas. ¿Por qué no?
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Las decoraciones de los sombreros se confunden a
veces con las del entorno, ya sea natural o artificial, en el que se ubica la
mujer retratada. La distinción entre fondo y figura queda suprimida: ambos se
funden en una única voz pictórica.
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A veces los sombreros se asientan sobre cabelleras
alborotadas que nos traen evocaciones dieciochescas. A mí, que como sabéis ando
reñida con los peines porque con frecuencia rompo sus púas, eso me hace gracia y me resulta
convincente.
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Me gustan los sombreros. No suelo utilizarlos, sin
embargo, porque soy tan despistada como para extraviarlos por todas partes,
como pierdo paraguas, bufandas, carpetas, bolsos, pañuelos, como todo lo pierdo
e incluso me pierdo a mí misma. Pero gustarme, me gustan. Mucho. Me gusta
ponerme un sombrero y poner cara de mujer con sombrero. Entre todos los tipos
que existen, prefiero los más sencillos, como este que pinta Modigliani:
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Vamos, imaginad que estáis con Araceli y conmigo en ese apartamento de una ciudad del norte de España, que abrimos el vestidor y encontramos, llenas de risa, de sorpresa y júbilo, los sombreros que aparecen reproducidos en esta entrada. Podéis probároslos todos, uno tras otro, hasta que decidáis con cuál os sentís más a gusto, cuál se adapta más a vuestra personalidad, cuál es vuestro sombrero. ¿El que enmarca el rostro, el que lo oculta, el que ciñe la cabeza, el que parece estar a punto de echar a volar sobre unos cabellos enredados, el que dejamos olvidado sobre el banco de un parque, el que nos arrebata el viento...?
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Qué duda,
¿verdad? ¿Cuál elegir? Pero, además de la elección de vuestro sombrero, os encomiendo otra tarea: determinar a qué artista pertenece cada una de las obras que vemos aquí. En algunos casos, la firma es visible; en otros, el título puede servir de orientación. A continuación, podéis consultar el listado de autores y cuadros. Pondré las soluciones el próximo domingo. ¿Jugamos?
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Amedeo Modigliani, Jeanne
Hebuterne con sombrero
Amedeo Modigliani, JeanneEdgar Degas, La sombrerería Milliner
Egon Schiele, Mujer con sombrero negro
Emil Nolde, Mujer con sombrero
Gabriele Münter, Mujer con sombrero de pluma
Gustav Klimt, El sombrero negro
Gustav Klimt, Mujer con sombrero
Henri Matisse, Mujer con sombrero
John Duncan Fergusson, Las cuentas azules
John Duncan Fergusson, Mujer con sombrero
Jules Chéret, Apunte
Kazimir Malevitch, Mujer con sombrero amarillo
Kees van Dongen, Balaustrada
Kees van Dongen, Mujer con sombrero azul
Kees van Dongen, Mujer con sombrero
Kees Van Dongen, Amapola de maíz
Kees van Dongen, Mujer con sombrero
Leo Gestel, Mujer con sombrero
Leo Gestel, Retrato de Else Berg
Louis Anquetin, Mujer leyendo un periódico
Louis Anquetin, Juliette
Pablo Ruiz Picasso, Mujer con sombrero
Robert Bevan, Mujer con sombrero de pluma
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Nuestro amigo el Sombrerero Loco nos ha traído por fin las soluciones. Son estas:

1 Kees Van Dongen, Amapola de maíz
2 Leo Gestel, Mujer con sombrero
3 Edgar Degas, La sombrerería Milliner
4 Robert Bevan, Mujer con sombrero de pluma
5 Jules Chéret, Apunte
6 Gustav Klimt, El sombrero negro
7 Kees van Dongen, Balaustrada
8 Kees van
Dongen, Mujer con sombrero azul
9 John
Duncan Fergusson, Mujer con sombrero
10 Kees van
Dongen, Mujer con sombrero
11 Pablo
Ruiz Picasso, Mujer con sombrero
12 Henri
Matisse, Mujer con sombrero
13 Leo
Gestel, Retrato de Else Berg
14 Louis
Anquetin, Juliette
15 Emil
Nolde, Mujer con sombrero
16 Egon
Schiele, Mujer con sombrero negro
17 Kazimir
Malevitch, Mujer con sombrero amarillo
18 Amedeo
Modigliani, Jeanne Hebuterne con sombrero
19 Gabriele
Münter, Mujer con sombrero de pluma
20 Gustav
Klimt, Mujer con sombrero
21 John Duncan Fergusson, Las cuentas azules
22 Louis
Anquetin, Mujer leyendo un periódico
23 Kees van
Dongen, Mujer con sombrero
24 Amedeo Modigliani, Jeanne