Hace falta el cuerpo.
El cuerpo es necesario para que se cree un lugar. Un lugar que es, al mismo tiempo, interior y exterior, grande y pequeño. Íntimo. Humano.
“Pinto cuadros muy grandes”, afirmó en una ocasión, porque “quiero ser íntimo y humano”. Si el cuadro es pequeño, te sitúas fuera de él, como si contemplases la experiencia a través de un vidrio reductor. Si pintas un cuadro grande, en cambio, “estás dentro de él”.
En la fotografía arquitectónica, la figura humana ayuda a descifrar la escala. Tal vez ayude a descifrar otro tipo de escala, ajena a la medida, en la pintura de Rothko. No lo sé. Pero hace falta el cuerpo.
Hablo, durante todo este tiempo, de fotografías de cuerpos, de obras, de lugares: hablo de la experiencia y la percepción a través de esas imágenes fotográficas. No lo olvidéis: no lo olvido. La experiencia es otra, mucho más honda, cuando se trata de obras, de lugares, de cuerpos, y no de su imagen. Otra, distinta.
Me gustaría hablaros, en otro momento, de la luz, el cuerpo y el espacio en otro artista muy interesado por esos lugares creados por Rothko. Él quiere construirlos con la luz y con el cuerpo de quien vive la experiencia de sus obras. El cuerpo necesario.
Otro día. Ahora os dejo con Rothko. Con el cuerpo, el lugar, la luz, el silencio.
“He creado un lugar”, exclamó cuando pintaba los murales Seagram.
Un lugar. Y su alma.