Os cuento una cosa: disfruto mucho cuando escribo. Es más, sin escribir y, por supuesto, sin leer, creo que no podría ser: no, hace mucho que no sería. Pero, ay, una cosa es escribir y otra, muy distinta, sacar a la luz lo que has escrito, echarlo al mundo, darle una palmadita en la espalda y decir: anda, apáñatelas como puedas. En esos momentos, se adueña de mí una inseguridad tremenda. Me ocurre cada semana, cuando nos vemos aquí, y también cada vez que se publica un artículo mío, un relato, un libro. De eso se trata ahora: de un libro. Este libro.
Acaba de publicarlo Punto de Vista Editores,
una editorial joven, viva, con unos títulos y unos autores buenos de
verdad entre los que, con enorme generosidad, me han hecho un hueco.
José Luis Ibáñez Salas, autor, editor, amigo, no sé cómo agradecer tu confianza.
Ni a ti, ni a la editorial Punto de Vista, ni a los compañeros, grandes
compañeros, de catálogo, ni a Esther Cross, espléndida escritora que,
con su prólogo, ha escrito las mejores páginas de este libro. Solo puedo
deciros esta palabra que me gusta tanto, que me estalla en los labios
como una sonrisa, una palabra sin la cual no sabría andar por la vida:
gracias.
Paul Klee, El comienzo de una sonrisa, 1921
Esta obra trata sobre la arquitectura y sobre el miedo: cómo, en la literatura, en el cine, en el arte, la arquitectura crea los ambientes que acogen el terror y se convierte, incluso, en protagonista de la narración.
Ludwig Meidner, La casa de la esquina. Villa Kochmann, 1913
Esta es una historia que me ha acompañado durante muchos años, una investigación que llegamos a plantearnos plasmar en una exposición y que ahora nace, por fin, como libro. Una historia de sombras, de escaleras, de claustros, de puertas, de casas como las nuestras, donde habitamos creyéndonos a salvo: una historia, como cuento en las últimas páginas, haciendo mías las palabras de Gaston Leroux, de puro amor y de espanto.
Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925
Anne Bachelier, El fantasma de la Ópera, 2009
De puro amor, sí. Porque el terror que más nos hiere el alma es el que nos habla de esos amores imposibles, monstruosos, ese querer que no halla cabida en este pobre mundo nuestro. Un amor de garras, dientes, de distancias y ausencias, de cuerpos que se transforman, de partidas y retornos, de realidades, sueños y pesadillas que se solapan entre sí, de animales que aúllan a la luz de la luna. El amor, ya sabéis. El espanto.
Merian C. Cooper y
Ernest B. Schoedsack, King Kong, 1933
Jacques Tourneur, La mujer pantera, 1942
Jacques Tourneur, La mujer pantera, 1942
Para que os
hagáis una idea de lo que podéis encontrar en esta obra, os cuento que se divide en tres partes. En la primera de ellas, recorremos los lugares
donde habita el miedo: aquellos, como los castillos, que forman parte del reino
de este mundo, y los que, como las iglesias, los claustros, las abadías y otros
edificios religiosos, son compartidos, en ocasiones, por cielos y por
infiernos.
Víctor Hugo, Castillo
Ernst Ferdinand Oehme, Catedral en invierno
Visitamos
también las moradas del dolor, manicomios, hospitales y prisiones, así como los
laboratorios, los teatros anatómicos, los museos de cera: espacios donde las almas y los cuerpos sufren; lugares de castigo, de reclusión y, en algunos casos, de aprendizaje y experimentación, allá donde la
razón, dormida o despierta, a veces urde sus propias y aterradoras pesadillas.
Francisco de Goya, Una escena de la prisión, 1808-14 c.
Francisco de Goya, Corral de locos, 1794
Mark Robson, Bedlam, 1946
Vincent Van Gogh, El hospital de Arlés, 1889
James Whale, La novia de Frankenstein, 1935
Cuando logramos escapar del encierro, salimos a callejear por la ciudad de los vivos y también por la de los muertos. Son ciudades reales las que recorremos, o ciudades fantásticas o meramente ruinas: ciudades que fueron o serán, o que nunca existieron. Ciudades para la soledad, para la inquietud, el miedo. Es inevitable que volvamos una y otra vez el rostro para descubrir a quién pertenecen esos pasos que oímos a nuestra espalda.
Jacques Tourneur, La mujer pantera, 1942
Robert Florey, El doble asesinato en la calle Morgue, 1932
Paul Weneger, El Golem, 1920
Víctor Hugo, Ciudad
La destrucción o el olvido habitan también estos ámbitos de donde, se supone, jamas se debería retornar, aunque esto no siempre se cumple. Porque, a veces, alguien vuelve.
John Martin, Pandemonium, 1841
Ludwig Meidner, Ciudad incendiada, 1913
Ludwig Meidner, Paisaje apocalíptico, 1913
Arnold Böcklin, Tumba, 1880 c.
Es hora de regresar a casa, ¿no os parece? En esta
segunda parte del libro, nos refugiamos en nuestras viviendas, esas que nos
parecen tan seguras, tan a salvo de la compañía de los fantasmas y de las
acechanzas del terror.
Monica Dixon, Paisaje
¿Tan seguras son nuestras casas, de verdad? Si es así, ¿por qué nos asomamos a las ventanas con tanta inquietud, por qué vigilamos los extraños movimientos de las puertas, subimos y bajamos por las escaleras como si nos persiguiesen, avanzamos, recelosos, por los pasillos e intentamos, frente a la chimenea, atemperar este frío que, de pronto, nos invade?¿Acaso no nos hallamos en nuestro hogar, donde nada malo nos puede suceder?
Jacques Tourneur, La mujer pantera, 1942
Jean Cocteau, La bella y la bestia, 1946
Edgar Neville, La torre de los siete jorobados, 1946
Mario Bava, La máscara del demonio, 1960
Al final, rendidos por el cansancio y la zozobra, nos acostamos en un dormitorio donde, tal vez, no nos aguarden sueños tranquilos.
József Rippl-Rónai, Dormir, 1891
Terence Fisher, Drácula, 1958
La tercera y
última parte del libro pone en pie una arquitectura impalpable, formada por la sombra y
la luz, por el sonido de pasos, de campanas, de puertas que se cierran, de la
música, del viento. Del silencio.
Rupert Julian, El fantasma de la Ópera, 1925
James Whale, El caserón de las sombras, 1932
En fin, en estas páginas derribamos edificios,
desmembramos cuerpos, nos extraviamos por laberintos habitados por monstruos
hambrientos, descendemos a criptas sumidas en la penumbra, nos apartamos de la
cara las telarañas y, de vez en cuando, de nuestras gargantas transformadas
brota un prolongado aullido. Son cosas del amor, ¿sabéis? Y del espanto.
Desiderio Monsù, King Asa, 1630 c.
A través de este enlace podéis consultar la ficha del libro e incluso comprarlo, si os interesa. Me encantaría que lo hicieseis, por supuesto, y que después de leerlo nos comentaseis vuestras opiniones. Os recomiendo que consultéis también los otros títulos del catálogo, porque hay auténticas joyas:
Están, de pronto, los que tanto
hace que no estaban.
Y no son fantasmas, no son fantasmas.
¿Queréis que
hoy juguemos con fantasmas? Para empezar, desharemos el equívoco que atribuye,
al fantasma, la condición de muerto. Aunque entre las huestes espectrales haya
difuntos, morir no es requisito indispensable para alcanzar la etérea cualidad del
fantasma. Creedme. Y si no me creéis a mí –lo entendería-, creed a James Joyce.
“What is a ghost? Stephen said
with tingling energy. One who has faded into impalpability through death,
through absence, through change of manners”, leemos en Ulysses.
Vilhelm Hammershøi, Dormitorio, 1890
Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy
Casares revelan, en la traducción que ofrecen de este párrafo en su Antología de la literatura fantástica,
el carácter fantasmalmente borgiano del texto de Joyce: “¿Qué es un fantasma?
preguntó Stephen. Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable, por
muerte, por ausencia, por cambio de costumbres”.
Anna Ancher, Interior
Anna Ancher, Interior
con clemátides
¿Os acordáis del gato en una casa vacía del poema de Wislawa Szymborska? Dejemos al gato y quedémonos con la casa vacía, para jugar a los fantasmas.
Gertrude Abercrombie, Interior
No hay manera: parece que el gato ha decidido quedarse. Bien, no importa, jugaremos a los fantasmas en una casa vacía o en una casa con gato.
Pere Torné Esquius,
Sala de estar, 1913
Edvard Munch,
La sala de estar de las señoritas Munch
en Pilestredet 61, 1881
¿Cómo se
juega a los fantasmas? Es muy fácil: elegid una casa, habitadla. Solo tenéis
que inventar el personaje que en esa casa sois, o bien hablarnos del fantasma o
los fantasmas que viven –o vivieron- en ella. No os falta imaginación ni
habilidad para escribir: ¡podéis llenar de vida estas estancias vacías!
Léon de Smet, Interior
József Rippl-Rónai, Interior, 1906
Carl Holsoe, Interior
Carl Holsoe, Interior
"Yo recuerdo una casa que he dejado. / Ahora está vacía", escribe Rosario Castellanos. Aunque, más que vacías, estas viviendas están deshabitadas: lo
están, por lo menos, hasta el momento en que pasan a ocuparlas los personajes
de vuestras historias.
Léon de Smet, Interior
Pere Torné Esquius,
Interior
Wassily Kandinsky, Mi comedor, 1909
Édouard Vuillard, La habitación de Vuillarden el Castillo de Clayes, 1932
¿En qué sofá
preferís sentaros para narrarnos vuestra historia? ¿Dónde acomodáis a vuestros
fantasmas? O acaso... ¿acaso el propio sofá es el fantasma? Porque algunos de ellos, lo sabemos, cobran cuerpo en un mueble, el picaporte de una puerta, un tapiz, un papel.
Vilhelm Hammershøi, Sol en un interior, 1903
Stanislav Zhukovsky, La habitación roja, 1939
Gian Paolo Dulbecco, Sin título, 2010
¿Os habéis fijado en el instrumento que reposa
sobre este último sofá? ¡En esa casa habita un músico!"Hay preludios dormidos / que esperan la hora delregreso", nos dice Ernesto López-Parra. A veces, no es un instrumento musical el que nos
habla del fantasma, sino unos zapatos abandonados, un sombrero, un bastón, una
sombrilla, una maleta abierta. Son, todos ellos, objetos que estallan en
historias: solo tenemos que recogerlas, darles voz.
Anna Ancher, La
hora de comer
Wilhelm Trübner, Interior, 1912
Félix Vallotton, La visita
Gwen John, Interior
John Singer Sargent, Habitación de hotel, 1906-07
Decidme,
¿quién vive aquí? ¿Qué ha sido, qué va a ser de él? ¿Alcanzará a expresar lo que desea?
Raoul Dufy, Estudio
del artista, 1935
Akseli Gallen-Kallela, Mi primera habitación en París, 1884
Philip Koch, Isla
Deer, 2009
Probemos ahora con estas otras
imágenes, para ver qué historias arrancáis de ellas:
Andrew Wyeth, Chubasco, 1986
Charles Sheeler, Interior
Andrew Wyeth, Su habitación, 1963
Marc Chagall, Interior
con flores
Callad un momento. Vamos a escuchar. ¿Quién ha
dejado en los peldaños el eco de sus pasos?
Viktor Popkov, Escalera, 1934
Charles Sheeler, Escalera, 1934
Edward Hopper, Escalera,
1919
Charles Sheeler, El piso de arriba
¿Adivináis
los cuerpos que se tenderán en estas camas? ¿Podéis dibujar sus pensamientos en
el instante previo al sueño o, ya a la mañana, tras el despertar, la huella que
dejaron en las sábanas, el olor de su cabello sobre la almohada?
Augusto Giacometti, Mi habitación de hotel en París, 1938
Pere Torné Esquius, Alcoba
Gertrude Abercrombie, Pasado y presente, 1945 c.
Ethel Sands, Dormitorio
Mark Beck, Dormitorio
¿Habéis escogido ya la casa
que albergará vuestra historia? ¿Preferís ambientarla… no sé, en una cocina,
por ejemplo, donde tal vez se conserve el aroma de guisos fantasmales y se
guarde el secreto de recetas desaparecidas?
József Rippl-Rónai, Cocina
A lo mejor pedís una casa con vistas
al mar, para que este os susurre al oído sus palabras o podáis escuchar la voz de los ahogados.
Edward Hopper, Habitaciones junto al mar, 1951
Mark Beck, Interior
¿O acaso escogéis, para que nada turbe el relato ni
os distraiga, la desnudez de esta estancia?
Edward Hopper, Sol en una habitación vacía, 1963
Empezad sin mí, dice el
ausente. Pero, por favor, contad también mi historia.